sábado, 20 de septiembre de 2014

Capitulo 98

Tenía mucho trabajo por hacer —
Pedro se había marchado justo al
acabar la reunión y aún tenía varios
informes financieros que mirar para
preparar su reunión con Gonzalo y Fabricio
donde discutirían las ofertas de
construcción—, pero, en vez de
ponerse con ello, cogió su tableta y
se acomodó en el sofá que había
frente al que estaba Paula.

Ella lo hacía sentir cómodo. Le hacía
pensar en más cosas además del
trabajo y la empresa. Le gustaba estar
simplemente en su compañía
haciendo algo que disfrutara hacer,
como leer un libro en silencio.
Paula se había emocionado
muchísimo cuando le regaló un lector
nuevo —la última versión— además
de una colección entera digital de sus
libros favoritos ya metidos en el
lector. Le rodeó el cuello con los
brazos, lo abrazó y lo besó tan
efusivamente que él no pudo evitar
reírse. Aunque, bueno, en realidad
siempre se reía mucho cuando estaba
con ella.

Tenía algo un tanto irresistible. Su
encanto era contagioso. Ella era su…
luz. Pedro se avergonzó de sí mismo
por lo cursi que había sonado. Estaba
actuando y pensando como un
adolescente melodramático. Gracias a
Dios que nadie podía leer sus
pensamientos, nunca podría volver a
ser capaz de mantener la cabeza en
alto en ninguna reunión de negocios.

Los hombres como él se suponía que
tenían que ser intimidantes. Fríos.
Distantes. Temidos, incluso. Si alguien
tuviera la menor idea de que una
morena menuda con una sonrisa de
oro era su total y absoluta kriptonita,
sería el hazmerreír de toda la ciudad.

Su móvil pitó, así que hundió la
mano en el bolsillo, lo cogió y vio
que el portero le había mandado un
mensaje para avisarle de que iba a
subir de inmediato con lo que había
pedido. Pedro se levantó del sofá
para recibir al hombre en las puertas
del ascensor. Estas se abrieron justo
cuando él llegó al recibidor, luego le
dio las gracias y se llevó la bolsa a la
cocina.

La sopa aún humeaba de lo caliente
que estaba, así que no la
calentó más en el microondas. Luego
la vertió en un tazón, tostó dos
rebanadas de pan y cogió de la
nevera el refresco preferido de
Paula: el de cereza, producto
que le había dicho a su ama de llaves
que comprara a menudo porque
Paula era adicta a él.

Había muchas cosas que compraba
ahora con frecuencia según sus
preferencias. Se las había aprendido
de memoria y se estaba
asegurando de tener todo lo que a
ella le gustaba. No quería darle
ninguna razón por la que no quisiera
quedarse con él.

Puso la sopa, las tostadas y la bebida
en una bandeja y luego se la llevó al
salón y la dejó encima de la mesita
que tenía frente a ella. Aún no le
hacía demasiada gracia despertarla,
pero necesitaba comer y él necesitaba
saber cómo se encontraba. Si era
necesario, llamaría a su médico
personal y le diría que viniera para
que la examinara en su apartamento.

—Pau —le dijo en voz baja—,
Paula, despierta, cariño. Te he
traído algo para comer.

Ella se movió y, adormilada, soltó un
gemido de protesta. Luego giró la
cabeza hacia el otro lado, parpadeó y
volvió a cerrar los ojos otra vez.
Pedro se rio entre dientes. A Paula nunca le había gustado que la
molestaran cuando dormía.

Le tocó la mejilla y la acarició hasta
llegar al mentón mientras disfrutaba
del tacto suave y sedoso de su piel
bajo sus dedos.

—Pau. Despierta, nena. Vamos.
Abre esos ojitos tan bonitos por mí.

Ella los abrió y su mirada borrosa se
encontró con la de Pedro. Para su
sorpresa, pudo observar el miedo
reflejado en ella, y algo más que no
pudo terminar de identificar.
¿Preocupación? ¿Ansiedad?
¿Qué narices estaba pasando?

Paula bostezó y se restregó los
ojos con las manos mientras se
sentaba para así poder evitar su
mirada. Luego se pegó las mantas
contra sí como si su vida dependiera
de ello.

Pedro se tuvo que morder la lengua
para no pedirle respuestas en esos
precisos momentos. Sabía que ahora
mismo se encontraba en un estado de
infinita fragilidad, estado en el que
no la había visto desde que pasara
aquella noche en París. Las entrañas
se le encogieron de solo pensar en
ello.

—Hola, dormilona —le dijo con voz
suave—. Te he traído algo de sopa.
He visto que no te has comido el
almuerzo.

Ella hizo un mohín con los labios.
—Tenía frío y lo único que quería era
entrar en calor. No tenía ganas de
comer.

—¿Te sientes bien? ¿Estás enferma?
Puedo decirle a mi médico que venga
a verte.

Ella se relamió los labios y negó con
la cabeza.
—Estoy bien, de verdad. En el
momento en que entré en calor tenía
tanto sueño que no me pude quedar
despierta. Pero me siento bien, te lo
prometo.

Pedro no la terminó de creer y no
estuvo seguro de por qué. Había algo
distinto en ella aunque no estuviera
enferma. Y también estaba el hecho
de que parecía como si hubiera
estado llorando. Quizás estaba
exagerando. A lo mejor se había
refregado los ojos justo antes de
quedarse dormida.

—¿Ahora tienes hambre? —la animó.

Ella desvió la mirada hasta la bandeja
que estaba en la mesita y luego
asintió.
—Me muero de hambre.

Cuando empezó a levantarse y a
moverse hacia delante, Pedro le
tendió la mano para ayudarla. Entrelazó los dedos con los de él
y se quedó sentada en el borde del
sofá.

—Gracias —le dijo con voz ronca—.
Eres muy bueno conmigo, Pedro.

No era la primera vez que le había
dicho tal cosa, pero cada vez que lo
hacía, la culpa lo invadía. Si hubiera
sido bueno con ella como debería
haber sido, nunca habría permitido
que otro hombre abusara de ella.

Pedro la observó mientras comía, la
necesidad de tocarla y de protegerla
de lo que fuera que la hubiera
molestado crecía en su interior a
cada segundo que pasaba. Era una
urgencia insaciable de la que no tenía
ningún control. Su fuerza de
atracción hacia ella desafiaba toda
lógica. Pero bueno, en lo que a ella
se refería, estaba más que claro que
Pedro no hacía más que perder la
razón. Y la cordura. No era capaz de
mantener ninguna distancia entre
ellos.

Cuando terminó de comer, se volvió
a tapar con la manta que tenía sobre
las piernas y, para sorpresa —y
deleite— de Pedro, se acurrucó en el
sofá con él y lo rodeó con todo su
cuerpo.

Él la rodeó con un brazo y luego
alargó la mano para coger la manta
que se había quedado por el suelo. La
colocó de forma que los tapara a
ambos y luego movió a Paula
para que lo tapara a él con su suave y
cálido cuerpo.
Escondió el rostro en su pelo,
contento de poder tenerla acurrucada
y pegada contra él tanto como fuera
posible.

—Gracias por la cena —le dijo—.
Ahora mismo solo quiero que me
abraces. Eso es lo único que necesito
para sentirme mejor.

Sus palabras le llegaron directas al
corazón. Estaban dichas con completa
honestidad. Qué fácil hacía que
sonara. Paula nunca le había
pedido nada a él, era muy poco
exigente. No le importaba una mierda
el dinero que tuviera o lo que pudiera
comprarle. Las únicas cosas que le
había pedido habían sido muy
simples: abrazarla, tocarla,
reconfortarla.

La idea de tener tanto poder sobre
ella debería contentarlo. Era lo que
quería, ¿no? Un control absoluto,
que se doblegara a su voluntad. Pero,
en cambio, solo hacía que fuese
realmente consciente del hecho de
que también tenía el poder para
destruirla.

—¿Quieres quedarte aquí frente al
fuego o quieres que te lleve a la
cama? —le preguntó mientras le
acariciaba el pelo.

—Mmmm… —musitó con una voz
adormilada y contenta—. Aquí
durante un rato, creo. Se está bien
frente al fuego. Me pregunto si ya
está nevando.

Él se rio entre dientes.
—Si lo está, me imagino que no será
mucho. Nunca tenemos demasiada
nieve en esta época del año.

—Me duele la cabeza —murmuró
Paula mientras se pegaba más
contra el hueco de su hombro.

Pedro frunció el ceño.
—¿Por qué no lo has dicho antes? ¿Te
duele mucho?

Ella se encogió de hombros.
—Lo suficiente. Me tomé un
ibuprofeno cuando llegué. Tenía
esperanzas de que cuando me
levantara ya se me hubiera pasado.

Pedro la apartó suavemente a un lado
y luego se separó de ella y de la
manta antes de levantarse del sofá.
Se encaminó hacia la cocina, cogió
uno de los botes con calmantes y
regreso de nuevo a su lado.

Ella frunció el ceño.
—Esas pastillas me desorientan.

—Es mejor que el dolor —le dijo con
paciencia—. Tómatela y yo cuidaré de
ti. Nos sentaremos en el sofá hasta
que te entre sueño y luego nos
iremos a la cama. Si no te sientes
mejor por la mañana, te quedarás en
casa.

—Sí, señor —le dijo mientras sonreía
y un hoyuelo se le formaba en la
mejilla.

Él le dio la pastilla y luego le tendió la
botella medio vacía del refresco de
cereza y la observó mientras se
tragaba la medicina. Después se echó
hacia atrás en el sofá e
inmediatamente la volvió a estrechar
entre sus brazos. Le puso la manta
por encima y la rodeó con los dos
brazos para mantenerla en su abrazo
de forma segura.

Paula soltó un suspiro de
satisfacción a la vez que escondía el
rostro contra su cuello.
—Me alegro de estar contigo, Pedro.
No me arrepiento de esa decisión ni
por un instante.

Paula pronunció las palabras tan
flojitas que él no pudo casi
escucharlas. Pero cuando se dio
cuenta de lo que había dicho, la
satisfacción lo golpeó de lleno con
tanta fuerza que no pudo responderle
de inmediato. Sin embargo, había
algo raro en su afirmación. Casi como
si fuera un adiós anticipado. Él ya no
consideraba esa posibilidad, Pedro
haría todo lo que fuera para
asegurarse de que ella no se fuera a
ninguna parte y se quedara con él, a
su lado.

—Yo también me alegro de que estés
aquí, Pau—le contestó con
suavidad.

         ~«»»»»»»»»»»»»»»»»«~

Sin intrigas nada, para que esten tranquilos hasta mañana. Jaja

GRACIAS POR SUS MENSAJES LINDOS Y EL AGUANTE!

COMENTEN!
SOY @letipauliter

5 comentarios:

  1. Amo Amo Amo esta nove!!!! Subi mas leti Genia

    ResponderBorrar
  2. Qué divinos los 4 caps de hoy. Me lo cambiaron al Pedro del principio. Espero que se solucione el tema con el otro tipo.

    ResponderBorrar
  3. Q bueno el cambio de actitud de el...espero que ella se anime a contarle la verdad sobre ese hdp...mimiroxb

    ResponderBorrar
  4. ME ENCANTA ESTA NOVELA!!! Ojala pau le cuente a pp que el estupido ese la esta amenazando! Ya ya ya quiero saber como sigue... :)
    @nadiaa2012

    ResponderBorrar