domingo, 31 de agosto de 2014

Capitulo 38

Y lo hizo.

Pedro se ocupó de ella. Le dio lo que
quería, lo que necesitaba.
Él mismo.

Sin poder
mantener más el contacto visual, se
quedó flácida encima de la cama y
descansó la mejilla en el colchón. No
tenía fuerzas para mantener el cuello
torcido ni siquiera lo poco que lo
había tenido. Cerró los ojos y apenas
supo si estaba plenamente
consciente, ya que le pareció estar en
algún otro lugar diferente. Como si
estuviera borracha como una cuba,
pero en uno de los lugares más
bonitos del mundo.

Se sentía flotando en el aire,
eufórica, totalmente saciada.
Y completamente feliz.
Consumadamente contenta.
Y no hubo reprimenda alguna, solo
pequeños besos que iban por toda la
columna vertebral y luego hasta la
oreja. Pedro le murmuró palabras en
el oído que ella ni siquiera entendió,
y luego se retiró de su cuerpo
provocando que la protesta de Paula fuera inmediata. La arrancó con
brusquedad de su cálido
abotargamiento y entonces solo sintió
frío y la falta de Pedro en su
interior.

—Shhh, cariño —le susurró—. Tengo
que desatarte y cuidar de ti.

—Mmmm… —fue todo lo que ella
pudo lograr decir.
Sonaba muy bien, eso de que la
cuidaría. Le parecía bien.

Un momento más tarde sus manos se
liberaron y Pedro, cogiéndolas por
turnos, las masajeó y le bajó los
brazos hasta la cama para que no
estuviera incómoda. Entonces la giró
y la estrechó entre sus brazos.

Se bajó de la cama y luego la cogió en
brazos pegándola a su pecho. Paula estaba hecha una bola bien
moldeada contra su cuerpo y con las
manos por detrás de su cuello como
si nunca lo quisiera soltar.

Dios… Pedro la sentía tan vulnerable.
Tan… expuesta. Completamente
asustada por lo que había ocurrido
esta noche. Paula habría
esperado sexo, por supuesto. ¿Pero
esto? Eso no era simplemente sexo.
¿Cómo podría describir una simple
palabra de cuatro letras, que estaba
atribuida mayormente al coito, el
infierno explosivo, primitivo y fiero
que acababa de tener lugar?

Fue impactante. Paula había
tenido buen sexo en otras ocasiones,
pero nunca nada tan… impactante.

Pedro la llevó al cuarto de baño y
abrió la ducha hasta que el vapor
comenzó a salir y cubrir toda la
habitación. Entonces la metió bajo el
agua aún sujetándola contra sí y la
dejó que se deslizara por su cuerpo
mientras el agua los mojaba a
ambos.

Cuando estuvo seguro de que Paula tenía el equilibrio suficiente
como para quedarse de pie, se separó
de ella lo bastante como para coger
el gel y luego procedió a cubrir cada
centímetro de su cuerpo con las
manos. No dejó ninguna parte de su
piel desamparada, sin tocar o sin
acariciar.

Para cuando terminó, Paula
apenas podía mantener el equilibrio.
Cuando Pedro se alejó para salir de la
ducha, ella casi se cayó redonda al
suelo. Él se lanzó a por ella soltando
una maldición que hizo eco en los
oídos de Paula. La cogió de
nuevo y la colocó en el taburete que
había junto al lavabo mientras se
estiraba para poder coger una de las
toallas dobladas que se encontraban
en el estante junto a la ducha. La envolvió en su calidez y ella
respondió con un suspiro y posando
su frente contra el pecho mojado de
Pedro.

—Estoy bien —le murmuró—. Sécate.
Yo me quedaré aquí sentada.

Cuando  levantó la mirada,
la boca de Pedro estaba torcida hacia
arriba a modo de sonrisa y sus ojos
brillaban de diversión. De todos
modos, le siguió echando un ojo
mientras alargaba la mano para
cogerse él otra toalla.

Se secó bastante rápido, y Paula
disfrutó de todos y cada uno de los
segundos que duró el espectáculo. El
tío estaba bueno. Era guapo con
mayúsculas. Y ese culo…
nunca había prestado demasiada
atención a su culo porque siempre
había estado mucho más centrada en
la parte delantera de esa particular
zona de su anatomía. Porque, sí, el
hombre tenía un miembro bonito.
Y, de acuerdo, era raro llamar bonito
a un pene teniendo en cuenta que en
realidad eran bastante feos. ¿Pero el
de Pedro? Todo él estaba perfecta y
maravillosamente formado, incluso su
pene. Ya estaba teniendo fantasías
bastante vívidas sobre poder tenerlo
en su boca, saboreándolo, haciéndole
perder la cabeza tanto como ella la
perdía con él.

—¿En qué demonios estás pensando
justo ahora? —murmuró Pedro.

Ella parpadeó y se percató de que
Él estaba dentro de su espacio
personal otra vez. Se había colocado
entre sus piernas y la estaba mirando
directamente al rostro con ojos
inquisidores y escrutadores. El calor
bañó sus mejillas, lo cual era
bastante estúpido teniendo en cuenta
el hecho de que acababa de tener
sexo tórrido y perverso durante las
últimas horas. ¿Y ahora se estaba
sonrojando porque la habían pillado
pensando en hacerle una mamada?
Desde luego no tenía ningún arreglo.

—¿Tengo que responder a eso de
verdad? —espetó.

Pedro alzó una ceja y la diversión le
volvió a brillar dentro de los ojos.
—Sí, de verdad de la buena.
Especialmente ahora que te acabas de
poner tan roja como un tomate.
Ella suspiró y pegó la frente contra su
pecho.

—Te estaba dando un repaso.
Él la agarró por los hombros y la
separó para poder mirarla a los ojos
otra vez.

—¿Y ya está? ¿Me estabas dando un
repaso y eso te ha dado vergüenza?

Paula vaciló y luego suspiró.
—Tienes un miembro espléndido,
¿entendido? Lo estaba admirando.

Pedro contuvo la risa. Bueno, casi.
Un sonido estrangulado se le escapó
de la garganta y ella gimió.
Antes de que pudiera perder la poca
valentía que le quedaba, soltó
abruptamente el resto.

—Y estaba fantaseando con…
pudo sentir cómo las
mejillas le ardían incluso más que
antes.
Y entonces Pedro se pegó más contra
ella al mismo tiempo que le abría las
piernas mucho más. Le levantó el
mentón con los dedos y su fiera
mirada la penetró.

—¿Fantaseando con qué?

—Con tenerte en mi boca —le
susurró—. Con saborearte y con
hacerte perder la cabeza tanto como
tú me la has hecho perder a mí.

Todo su cuerpo se tensó contra el de
ella y la lujuria se reflejó en sus ojos
como si de un infierno se tratase.

—Tendrás tu oportunidad, cariño. Te
lo puedo asegurar.

Una vez más, imágenes de todo tipo
se adueñaron de su cabeza. Imágenes
verdaderamente vívidas donde sus
labios rodeaban su miembro y
lamían cada centímetro de su piel.

Llevó su boca hasta los labios
de Paula para darle un pequeño
beso en la comisura.

—Tenemos que dormir —murmuró—.
No tenía intención… no tenía
intención de llevar las cosas tan lejos
esta noche. Estarás cansada mañana
en el trabajo.

Pronunció eso último casi con
arrepentimiento. Le acarició la
barbilla y la mejilla con el dorso de
los dedos, y luego le dio otro beso.
Un beso dulce y tierno que parecía la
completa antítesis del otro que le
había dado antes, tan lleno de
descontrol y de un furor intenso.

—Vamos, cielo —le dijo con voz
ronca—. Te llevaré a la cama para
que puedas dormir unas horas.

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Les dije que seria intensa y esto no es nada... Jaja
Comenten porfa!
Soy @letipauliter

Capitulo 37

—Te quiero a ti —le dijo—. Por favor,
Pedro.

—¿Me quieres a mí o quieres a mi
polla?

—Los dos —dijo con una voz
estrangulada.

—Buena respuesta —murmuró
justo antes de inclinarse y depositar
un beso sobre su columna vertebral.
Afianzó su agarre contra las muñecas
atadas y entonces la embistió.

Paula jadeó, abrió los ojos como platos
y dejó la boca abierta mientras un
grito sordo hacía eco dentro de su
cabeza.

—Muy buena respuesta —le susurró
Pedro mucho más cerca de su oído
esta vez.
Su cuerpo cubrió el de ella,
cobijándola y oprimiéndole las manos
atadas. Ella se retorció y se pegó
contra él incapaz de reprimir por más
tiempo su desesperación.

Paula nunca se hubiera
imaginado que podría tener tantos
orgasmos en una sola noche. Peor,
¡en unas pocas horas! Era exagerado
a más no poder. La situación se
encontraba incluso tan por encima de
las fantasías más salvajes que había
tenido con Pedro que su mente
estaba totalmente emborrachada.

Entonces Pedro se retiró de entre las
hinchadas y resbaladizas paredes
vaginales hasta dejar solo la punta de
su erección en su interior justo en la
abertura de su cuerpo.

—¡Pedro, por favor!
Le estaba suplicando. La voz le
sonaba ronca y desesperada, pero no le importaba. No le
importaba que estuviera rompiendo
las reglas, ni tampoco le importaba si
por ello se llevaba una reprimenda.

Dios, incluso deseaba que le volviera
a dar un cachete en el culo, porque a
estas alturas de la situación cualquier
cosa la haría llegar al límite y
olvidarse hasta de cómo se llamaba.

—Shhh, cariño —la intentó calmar con esa voz dulce y ronca que
podría hacer que una mujer se
corriera de solo escucharla—. Voy a
hacerme cargo de ti. Confía en mí
para eso.

—Confío en ti —le susurró.
Entonces, en ese momento giró lo
suficiente la cabeza como para ver
una salvaje satisfacción reflejada en
los ojos de Pedro. Era como si esas
simples palabras le hubieran llegado
al alma y le gustaran.

Puso las dos manos sobre las atadas
muñecas de Paula, sujetándolas
aunque ella no tuviera forma alguna
de moverlas igualmente, y comenzó a
embestirla mientras usaba sus manos
como asidero. Las embestidas eran
profundas, lentas, y estaban llenas de
fuerza.

Su cuerpo entero empezó a sacudirse.
Las piernas se le debilitaron del
esfuerzo por mantenerse elevada, las
rodillas se le hincaron en el colchón,
e hizo que Paula pudiera sentir
cómo se hundía en la cama, y los
músculos se le hicieron gelatina
mientras estos se contraían en espera
del orgasmo que estaba a punto de
estallar en su interior.

Unas mariposas comenzaron a
revolotear dentro de su vientre hasta
extendérsele por todo el cuerpo e
invadir sus venas. Pedro era una
droga dura para ella. Se deslizaba en
su interior lentamente y con suavidad
y la intoxicaba con un placer
embriagador y maravilloso.
Pudo oír el sonido suave de varios
gemidos en el ambiente, pero luego
se dio cuenta de que venían de ella.
No podía hacerlos callar; provenían
de lo más hondo de su ser, una parte
de ella que había estado encerrada
hasta ahora.

Entonces una de las manos de Pedro
soltó sus muñecas y la enredó en el
cabello tan largo que tenía. Se
envolvió los dedos con sus mechones
como si de verdad disfrutara del
tacto de su pelo y luego se agarró a
él con más fuerza, con más fiereza.

Le dio pequeños tirones y luego lo
soltó solo para poder hundirse más
en su cuero cabelludo.
Con la mano formando un puño entre
su pelo, tiró de su cabeza hasta
que esta le dejó ver su rostro.

—Los ojos, Paula.
La orden fue tajante, una que no iba a desobedecer. Esta abrió
los ojos y pudo verlo por el rabillo
del ojo; su expresión la dejó
completamente sin aliento.

Había algo salvaje en sus rasgos
faciales. Sus ojos le brillaban
mientras el cuerpo de se
sacudía entero por la fuerza de sus
embistes. Cada vez que se salía de su
cuerpo, la cabeza se doblaba
ligeramente más hacia atrás debido a
lo fuerte que la tenía agarrada por el
pelo.

No le dolía, o a lo mejor sí que lo
hacía, pero estaba demasiado
borracha de placer como para
siquiera notarlo. Estaba excitada por
la forma en que su mano estaba
enredada en su cabello, por cómo le
tiraba de la cabeza para poder verla
cuando se corriera.

Pedro quería mirarla a los ojos.
Y solo por eso ella torció más el
cuello, decidida a dejarle ver lo que
quería. Se embebió en su precioso
rostro, anguloso, tan masculino y
desfigurado de inmensa satisfacción.
De placer. Ella le estaba provocando
todo eso.

Sus miradas se encontraron y ambos
las mantuvieron. Había algo en sus
ojos que le llegó a Paula muy
adentro. Como un disparo en el alma.
Ese lugar donde ella tenía que estar,
a donde ella pertenecía. Justo aquí,
en la cama de Pedro Alfonso, a su
merced y a sus órdenes. Esto era lo
que ella ansiaba.
Y era todo para ella.

—¿Estás cerca? —le dijo con la
voz forzada y tensa.

Ella lo miró confusa.
Pedro entonces suavizó su tono.
—¿Cuánto te queda para correrte,
nena?

—Oh, dios. Estoy a punto… —dijo con
un jadeo.

—Entonces córrete para mí, preciosa.
Déjame verlo en tus ojos. Me encanta
cómo se derriten y se dilatan. Tienes
unos ojos muy expresivos, Pau.
Son como un reflejo de tu alma, y yo
soy el único hombre que los mirará
cuando te corres. ¿Entendido?

Ella simplemente asintió, el nudo que
tenía en la garganta era demasiado
grande como para dejarla hablar.

—Dímelo —le dijo con un tono más
bajo—. Dime que esos ojos son míos.

—Son tuyos —le susurró—. Solo
tuyos.
Él aflojó la mano que tenía agarrado
su pelo y poco a poco la sacó
dejando que los mechones se
deslizaran por sus dedos hasta que
estos llegaran a las puntas. Le
recorrió toda la columna vertebral de
forma cariñosa y tranquilizadora, y
luego le rodeó la cintura con el brazo
para llevar los dedos hasta la unión
de sus piernas.

Le acarició el clítoris y Paula
gritó cuando una descarga eléctrica le
atravesó todo el cuerpo.

—Eso es, nena. Déjate ir. Déjame
tenerte. Lo quiero todo, Paula.
Todo lo que tengas. Es mío. Dámelo,
ahora.

Empezó a moverse en su
interior de nuevo con las caderas
golpeando contra su trasero mientras
le seguía acariciando ligeramente con
los dedos el clítoris.

—Oh, dios —dijo en voz baja—.
¡Pedro!

—Aprendes rápido, nena. Mi nombre
y tus ojos cuando te corras.

Paula casi rompió el contacto
visual con él. La visión se le volvió
toda borrosa. Gritó su nombre sin
reconocer siquiera su propia voz. Era
ronca, alta, como nada que hubiera
escuchado antes. Estaba llena de
anhelo y de desesperada necesidad.
Era una súplica para que le diera lo
que necesitaba.

Capitulo 36

Cuando finalmente lo consiguió, rodó
por la cama llevándosela a ella con él
y se salió de la caliente abertura de
su sexo. La besó torpemente en la
frente, no muy seguro de qué decir,
y entonces se bajó de la cama, aún en
silencio.

Ella lo siguió con la mirada hasta que
se quedó de pie, desnudo, junto a la
cama. Pedro no pudo percibir nada
en sus ojos; no lo estaba juzgando ni
condenando, pero tampoco mostraba
aceptación alguna. Ella simplemente
lo estaba observando, y esa mirada
pensativa estaba haciendo que la piel
le hormigueara.

—Quédate aquí. Yo iré a recoger tus
cosas cuando las traigan —le dijo
mientras se daba la vuelta y se
agachaba para recoger su ropa.

—De acuerdo —le respondió Paula con suavidad.
Él se puso los pantalones sabiendo
que debía parecer una completa
ruina, lejos de la persona distante e
intocable que siempre le dejaba
entrever a todo el mundo. No quería
que nadie lo viera en ese estado. Y
especialmente no quería que lo viera Paula.

Antes de darse cuenta, Paula se
había quedado dormida. Se sentía tan
saciada y cálida entre las sábanas que
todo con lo que pudo soñar fueron
imágenes vívidas de Pedro. No mucho
después, el de verdad la
despertó al quitarle de encima las
sábanas que la tenían arropada hasta
la barbilla.

En el rostro tenía dibujada una
mirada completamente excitante que
hizo que el corazón le diera un
vuelco. La inmediata reacción que
Paula tuvo a esos penetrantes
ojos azules fue pegar los muslos para
intentar aliviar el dolor instantáneo
que había aparecido entre sus
piernas.

—De rodillas.
Dios santo, la forma en que había
pronunciado la orden la había
convertido en gelatina.

No estaba completamente segura de
lo que quería decir. ¿La quería
literalmente de rodillas, casi vertical?
¿O se refería a estar sobre las manos
y rodillas? Porque si era esto
último… a Paula  le entró un
escalofrío de tan solo considerar la
opción de manos y rodillas.

Cuando Pedro entrecerró los ojos de
impaciencia, Paula se apresuró a
darse la vuelta hasta que estuvo boca
abajo. Antes de siquiera poder
ponerse de rodillas, este le plantó la
mano en el centro de la espalda y la
mantuvo ahí pegada contra el
colchón con firmeza.

—Quédate ahí un momento. Será más
fácil si lo hago ahora.

«¿Hacer qué ahora?»
El corazón de Paula latía contra
el colchón mientras permanecía con
los ojos cerrados con fuerza. Se
imaginaba que si no la estaba
mirando directamente no habría
ningún problema con que los
cerrara.
Con suavidad, Pedro agarró y tiró
primero de una muñeca y luego de la
otra hasta que las colocó pegadas una
encima de la otra sobre el coxis. Ella
de inmediato abrió los ojos cuando se
percató de que estaba enrollando…
una cuerda… alrededor de sus
muñecas para amarrarlas juntas.
«Joder, joder, joder.» ¡No bromeaba
con lo de los juegos con cuerdas y la
sumisión que había leído en el
contrato!

Paula no se había dado cuenta
de lo tensa que se había puesto hasta
que Pedro se inclinó hacia abajo y le
rozó la oreja con los labios.

—Relájate, Paula. No te haré
daño, ya lo sabes.
Esa promesa susurrada logró que sus
músculos se distendieran de nuevo y
que ella misma se derritiera en la
cama con una sobrecarga mental.
Estaba excitada, nerviosa y asustada,
pero principalmente muy, muy
excitada. Sus sentidos estaban
hiperalerta, sus pezones duros y
pegados contra el colchón, y su sexo
tan contraído que temblaba de
expectación.

Entonces, él le subió el trasero de
manera que sus rodillas quedaran
bajo su cuerpo, y la colocó con la
cara pegada contra el colchón, el
culo en pompa y las manos
firmemente atadas a la espalda.

Pedro comenzó a acariciar y a
masajear sus cachetes y luego pasó
uno de los dedos por la hendidura de
su culo hasta que se detuvo justo en
el ano. Su voz salió grave y ronca al
hablar.

—Me muero por follarme este culito, Paula. Y lo haré. Aún no estás
preparada, pero lo estarás, y yo
disfrutaré de cada segundo que esté
bien dentro de tu precioso culo.
Paula  se estremeció sin control
alguno, una sensación de frío le
estaba recorriendo toda la piel
desnuda.

—Por ahora, solo te follaré el coño
mientras me imagino que es tu culo.
Se mordió el labio inferior cuando
una ola de lujuria la atravesó entera
dejándola acalorada, excitada y
desesperada por sus caricias y su
posesión.

Entonces la cama se hundió cuando Pedro pegó su cuerpo al de ella.
Deslizó las manos por su espalda y
luego las volvió a bajar hasta
quedarse sobre sus muñecas atadas.

Le acarició los constreñidos dedos y
seguidamente tiró de la cuerda para
comprobar si de verdad estaba bien
amarrada.

Paula no podía ni respirar. No
podía procesar todo ese bombardeo
de emociones, estaba completamente
indefensa y, aun así, sabía que estaba
segura con Pedro. Sabía que él no le
haría daño, no la llevaría demasiado
lejos.

Con una mano aún bien sujeta a sus
muñecas, deslizó la otra entre sus
piernas hasta llegar a su sexo. Luego
la apartó para guiar su pene hasta la
entrada de su cuerpo. La punta de su
miembro la provocaba y la abría
antes de que Pedro se introdujera en
ella apenas unos pocos centímetros.

—Estás tan preciosa —le dijo con voz
ronca—. En mi cama, de rodillas y
con las manos atadas a tu espalda sin
más elección que aceptar lo que sea
que te quiera dar.

Paula estaba más que lista para
gritar de la frustración. Estaba casi a
punto y él no había hecho más que
quedarse quieto dentro de su vagina
con el glande bien enclavado en la
entrada de su cuerpo. Ella intentó
moverse contra él para obligarlo a
hundirse más en su interior; sin
embargo, solo consiguió abrir la boca
contra las sábanas cuando le
dio un fuerte cachete en el culo.

Entonces Pedro se rio entre dientes.
¡Se rio!
—Tan impaciente —le dijo con
diversión en la voz—. Vamos a
hacerlo a mi manera, Paula. Te
olvidas muy rápido. Yo también
quiero estar dentro de ti tanto como
tú, pero estoy disfrutando de cada
segundo que te tengo atada y en mi
cama. En el mismo momento que
hunda mi polla en tu interior, no voy
a durar mucho así que voy a saborear
cada segundo que pueda ahora.

Paula cerró los ojos y gimió.
Él se rio de nuevo entre dientes y
entonces se introdujo en ella otros
pocos centímetros, abriéndola mucho
más conforme avanzaba. Paula
suspiró, tensa y expectante, con todo
el cuerpo temblándole y
contrayéndosele, y su sexo
succionando su miembro y
queriéndolo más adentro.
Lo quería todo. Lo quería a él.

—¿Me quieres entero? —
le preguntó Pedro con una voz ronca
que viajó a través de su piel.
«Dios, sí.»

—Sí —respondió ella con el mismo
tono de voz que él.
—No te escucho.

—¡Dios, sí!

—Pídemelo bien —le dijo con voz
sedosa—. Pídeme lo que quieres,
nena.

viernes, 29 de agosto de 2014

Capitulo 35

—Eso es, cariño —dijo en voz baja—.
Perfecto.

Él la fue soltando conforme cogía
más confianza en sí misma y
empezaba a tomar las riendas de la
situación. Pedro la sentía caliente,
mojada y suave en torno a él. Tan
apretada que dolía. Estaba más que
preparado para correrse y sabía que
ella no lo estaba ni de cerca.

Como si le leyera la mente, ella se
echó hacia delante y lo besó en los
labios. Era la primera vez que tomaba
la iniciativa, y, Dios, fue tan dulce…
Podía sentir su sabor en la lengua,
sus deliciosos y suaves labios
pegados a los suyos. Ella era suya,
claro que sí. De eso no cabía duda
alguna y Pedro no tenía pensado
dejarla ir hasta que no estuviera
completa y totalmente saciado de
ella.

—No me esperes —le susurró.
Él le tocó la cara con una mano y la
mantuvo en su sitio mientras sus
bocas se fundían con vehemencia.

Arqueó las caderas en busca de más,
queriendo más, a la vez que ella se
elevaba y se volvía a deslizar sobre su
miembro. Pedro apartó las manos de
su cara y las llevó hasta las caderas.

Sabía que iba a llevar las marcas de
su posesión al día siguiente, pero la
idea solo hacía que su deseo
aumentara incluso más. Era un
infierno tan intenso que lo quemaba
desde adentro hacia fuera.

Pedro estalló dentro de ella con una
intensidad que dolía. Apenas pudo
contener un grito de satisfacción y de
triunfo, como si hubiera conquistado
por fin a su presa. La tenía ahí, entre
sus brazos, con la polla bien hundida
en su interior. Suya. Sin tener que
esperar más, sin esa obsesión
primitiva. Se había hecho con
ella por completo y ahora estaba a su
merced, a su disposición para hacer
lo que él quisiera.

Un montón de pensamientos que
sonaban a locura comenzaron a
invadir y a inundar su mente.
Imágenes de Paula atada de
manos y piernas mientras él saciaba
su lujuria, de él penetrándola por
detrás, hundiéndose en su boca,
devorándola hasta que ella no pudiera
pensar en nada más que en el hecho
de que le pertenecía.

La rodeó con sus brazos y la
atrajo de nuevo hasta su torso. Ella se
elevó y cayó con la fuerza de su
respiración al mismo tiempo que el
pelo se le enredaba en el rostro de
Pedro. Él deslizó una mano hasta su
trasero y entonces arqueó las caderas
una vez más hasta hincarse mucho
más en su interior, dejándolos a
ambos unidos de la forma más íntima
posible.
Dios, no tenía defensa alguna contra
ese deseo tan poderoso. Él nunca
había experimentado nada que se le
comparara y no estaba seguro de que
realmente le gustara. Se sentía
inquieto e inseguro de sí mismo por
el hecho de tener que adivinar todas
sus intenciones.

Era un cabrón egoísta, no cabía
ninguna duda. Buscaba su placer y se
apropiaba de lo que le daba la gana.
Siempre. Pero Paula hacía que
quisiera ser… mejor. No quería ser
ese monstruo salvaje que tomaba sin
dar nada a cambio. Quería ser suave
con ella y asegurarse de que su placer
estaba por encima del suyo. No
estaba seguro de cómo, pero quería
intentarlo.

Si Paula no huía de su cama tras
esta noche, no se podría explicar por
qué. La había asolado no una, sino
dos veces; se la había follado
brutalmente y sin consideración
alguna, y la segunda vez no había
encontrado ni su propia satisfacción.

Pedro cerró los ojos e intentó
recomponerse mientras seguía ahí
tumbado con Paula encima de él,
y con los brazos rodeando su dulce y
suave cuerpo de mujer.

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3 capitulos!

COMENTEN POR FAVOOR!!!
SOY @LETIPAULITER

Capitulo 34

—Ya eres una pequeña bruja
irrespetuosa. Y no, no me llames
«señor». Me hace sentir como si
fuera tu padre y ya tengo demasiadas
reservas en lo que respecta a nuestra
diferencia de edad como para darle
más atención a ese hecho.

Paula se enderezó y dejó que el
pelo le cayera en cascada sobre su
pecho mientras lo miraba a los ojos.
Dios, qué guapa estaba con todo el
pelo cayendo sobre él. De repente,
Pedro sintió que se estaba alejando
de la zona de flirteo y se vio asolado
una vez más por la necesidad de
atraparla bajo su cuerpo y de
penetrarla durante cuatro horas más.

—¿Te molesta mucho mi edad? Si es
así, por qué querías tener… esto.
Quiero decir, que nosotros…

Pedro suspiró y se resignó a
controlarse durante al menos unos
minutos más. Su miembro le estaba
gritando, pero Paula tenía ganas
de hablar y por ahora Pedro se
adaptaría a ella.

—Me molestaba antes. No me
molesta tanto ahora, pero aun así hay once años de diferencia entre
nosotros. Eres mucho más joven que
yo, todavía te hallas muy lejos de
estar donde yo estoy en mi vida.
Ella frunció el ceño ligeramente y se
quedó con ojos pensativos.
—¿En qué piensas? —le preguntó,
curioso ante su vacilación.

Paula se llenó los pulmones de
aire con fuerza.
—Has dejado caer que me habías
deseado durante… mucho tiempo.
¿Cuánto tiempo?

Él se quedó en silencio por un
momento mientras le daba vueltas y
buscaba la mejor manera de expresar
las palabras. El giro que había
tomado la conversación lo ponía
incómodo, pero él solito se lo había
buscado. No podía negarse a darle
una respuesta cuando él había sido el
que la había animado a hablar.

—Creo que fue cuando volviste de
Europa, cuando te tomaste un
descanso en los estudios para irte
fuera. No te había visto mucho en
esa época, solo cuando estabas con
Gonzalo de vacaciones. Luego te
graduaste, y ya no te podía mirar
como si fueras una niña, como si
fueras la hermanita pequeña de
mi mejor amigo, sino como a una mujer
deseable. Una a la que quería poseer.
Me cogió completamente por
sorpresa.

—¿Por qué ahora? —le preguntó con
suavidad—. Si no te decidiste
entonces, ¿por qué ahora sí?

Pedro no tenía respuesta para eso,
solo que la había visto en la calle el
día en que le había tomado la foto. La
imagen le había llegado a las
entrañas. Todo el deseo y la
necesidad que había reprimido con
los años habían vuelto a salir a la luz.
Paula era como un picor bajo la
piel del que no podía deshacerse.
Incluso ahora que la tenía, ese picor
no se había aliviado, sino que lo
sentía más intenso que nunca.

—Había llegado el momento —le
respondió simplemente—. ¿Y tú,
Paula? ¿Cuándo decidiste que me
deseabas?
Ella se ruborizó y desvió la mirada. El
color inundó sus mejillas e hizo que
se pusieran de un encantador tono
rosado.

—Fuiste mi amor platónico en la
adolescencia. He fantaseado contigo
durante años pero siempre has
estado bastante fuera de mi alcance.

Algo en el tono de su voz lo alertó.
Lo afectó. Y se dio cuenta de lo
desastroso que podría terminar
siendo todo si ella no era capaz de
separar sus emociones de la relación
carnal que compartían. A lo mejor
esa era la razón por la que se había
contenido tanto como lo había hecho.
Además de la diferencia de edad
también estaba el hecho de que era
una muchacha. Una mujer joven que
no había tenido la experiencia
emocional de otras mujeres con las
que él sí que se relacionaba.

—No te enamores de mí —le advirtió
—. No te tomes esto como algo más
de lo que en realidad es. No quiero
hacerte daño.

Ella hizo una mueca de desdén con
los labios y entrecerró los ojos
además de echarse hacia atrás para
poner más distancia entre ambos. Eso
a él no le gustó. Pedro la quería cerca
de él, que lo tocara; quería sentir la
suavidad y el calor de su piel contra
la suya.

Entonces se levantó ligeramente para
rodearla con un brazo y tirar de ella
hasta hacerla caer sobre su pecho. Si
a ella no le gustaba no era su
problema, podía decirle todo lo que
quisiera mientras él la seguía
tocando.

Ella entonces arrugó los labios.
Estaba tan graciosa y adorable…
pero, claro, se enfadaría si se lo
decía. Pedro torció la boca en un
intento de reprimir la sonrisa que
amenazaba con instalarse en sus
labios y se la quedó mirando
mientras esperaba a escuchar lo que
tenía que decir.

—Eso ha sido increíblemente
descarado por tu parte, Pedro.
Además de arrogante y de hacerte
quedar como un cabrón. Has sido
muy claro con las expectativas de
nuestro acuerdo. No soy idiota. ¿Te
crees que todas las mujeres que
conoces están enamoradas locamente
de ti y que no pueden vivir sin ti?

Pedro no pudo aguantarse más y
sonrió. El problema fue que Paula no pareció estar muy contenta
con su reacción, sino que parecía una
gatita enfadada que acababa de sacar
las garras. Sin embargo, el alivio se
asentó en su pecho. Sí, se había
desvivido por asegurarse de que
conociera los términos de su
acuerdo, pero aun así no le gustaba
la idea de hacerle daño. Su amistad
con Gonzalo podría no recuperarse si le
rompía el corazón a Paula. Pero
realmente no quería rompérselo.

Ella
era más de lo que ninguna mujer con
la que había tenido sexo hubiera sido
nunca.

—Tienes razón —admitió—. No
volveré a sacar el tema.

Ella volvió a fruncir el ceño y metió
las manos entre ambos para poner un
poco de espacio entre los dos. Oh, de
ninguna manera. Él la volvió a
empujar para que cayera
directamente sobre su pecho y se
quedaron con las bocas separadas a
pocos centímetros de distancia.

Pedro la besó y seguidamente soltó
un gruñido al encontrarse con sus
labios firmes e inamovibles. Deslizó
una de sus manos por su vientre y
llegó hasta la suave y delicada carne
de entre sus muslos. Le acarició el
clítoris hasta que ella no tuvo más
remedio que jadear y abrir la boca
para poder darle acceso a su lengua.

—Eso está mejor —le dijo contra su
boca antes de devorar esos dulces
labios una vez más.

—¿Qué pasa con el chófer? —dijo
jadeando entre beso y beso.

—Tenemos tiempo.
Él alargó la mano para colocarla
sobre su cadera y la levantó para
ponerla a horcajadas sobre él. A
continuación, arrancó las sábanas de
la cama y las quitó de en medio. La
necesidad que sentía por ella era
feroz. Dolorosa.

—Apóyate en mis hombros e
impúlsate —le dijo con un gruñido.
Cuando ella obedeció, él se agarró el
pene con una mano y le colocó la
otra en la cadera para ayudarla a
bajar y a acoger su dura erección en
su interior.

—Cabálgame, Paula.
Ella parecía estar tan insegura que
Pedro movió las manos hasta su
cintura y entonces se arqueó para
embestirla hasta bien adentro.

Mientras la mantenía agarrada por la
cintura, Pedro estableció el ritmo de
sus movimientos y la ayudó a
encontrar el suyo propio. Sabía que
sería rápido, caliente y
descontrolado. No parecía
tener ningún control en lo que a ella
se refería.

Capitulo 33

Pedro estaba tumbado junto a Paula mientras escuchaba los suaves
sonidos de su respiración. La sentía
cálida y suave contra él, y además
notaba que estaba colmado de una
extraña… felicidad. La cabeza la tenía
apoyada sobre su brazo como si de
una almohada se tratara y, aunque se
le estuviera quedando dormido,
Pedro rehusaba moverse porque le
gustaba sentirla acurrucada a su lado.

Él no era un tipo al que le gustara
estar abrazado a nadie en la cama.
Tras su matrimonio, nunca le había
dedicado tiempo a esas partes más
íntimas de hacer el amor. No es que
no hubiera permitido que algunas
mujeres se hubieran quedado a
dormir en su casa, pero siempre
había una clara separación, casi como
si hubiera una barrera invisible entre
ellas y él.

Paula no le había dado mucha
más opción en el asunto. Justo
después de que Pedro saliera de su
interior y de que se hubieran
relajado, se había
acurrucado a su lado y se había
quedado dormida. Y él tampoco había
hecho nada para cambiar ese hecho,
sino que se había quedado ahí
tumbado reflexionando sobre la
volatilidad de su relación.

La culpabilidad lo atormentaba. Le
había prometido que sería paciente y
que la introduciría lentamente en los
aspectos físicos de su relación, y no
lo había hecho. Debería haber ido
más lento y haber sido mucho más
suave. Debería haberse asegurado de
que tenía mucho más control sobre sí
mismo.
Pero la pura verdad era que, desde el
momento en que Paula había
entrado en su apartamento, la
urgencia primitiva de tenerla se había
apoderado de él al instante. Nada de
su encuentro sexual había sido lento
o suave. Se la había follado con
fuerza y con una urgencia que no
podía siquiera explicar.

Le echó un vistazo a sus ojos
cerrados, a su cabello enmarañado y
a su redondeado pecho, que se
hallaba firmemente pegado contra su
costado. Pedro se había imaginado
que, tras haber saciado su inicial
deseo sexual por ella, recuperaría el
control sobre la aparente obsesión
que tenía con la joven, que sería
capaz de serenarse y de comportarse
en esta relación de la misma forma
que se comportaba en cualquier otra.

Pero, si acaso, lo único que había
logrado con el primer encuentro era
aumentar la magnitud de su deseo.
Tenía hambre de más. Ni mucho
menos había disminuido su ardiente
necesidad de ella tras haber hecho el
amor. La quería tener otra vez.
Y, maldito fuera, pero la quería
ahora.

Olvidadas se quedaban todas las
promesas de introducirla lentamente
en su forma de vida y de tomárselo
con calma con sus exigencias. La
quería atar y se la quería follar hasta
que ambos se desmayaran. Quería
hacer un millón de cosas con ella, y
ninguna de ellas incluía el ir despacio
o el introducirla con suavidad en
nada. Lo único que quería era
introducirse él en su interior, pero no
iba a ser tan sencillo. Él se la quería
follar con fuerza y bien profundo
durante todo el tiempo que quisiera
hasta que a ella no le quedara duda
alguna de que era suya.

Paula se movió a su lado e hizo
un sonido adormilado mientras
deslizaba el brazo por encima del
pecho de Pedro. Este bajó su propia
mano y le acarició el brazo. La simple
necesidad de tocarla lo estaba
arrollando. Ella abrió los ojos con
varios parpadeos y alzó la mirada
hacia él. La visión aún la tenía medio
borrosa.

—¿Cuánto tiempo he estado dormida?

—No mucho. Una hora quizá.

Paula comenzó a incorporarse en
la cama con cierta inseguridad
acechando en sus ojos.

—Lo siento. No tenía intención de
quedarme dormida. Probablemente
sea mejor que me vaya.

Pedro soltó un gruñido y volvió a
tumbarla bruscamente junto a él. Su
mano viajó por todas las curvas de su
cuerpo y finalmente se posó sobre
uno de sus pechos. No se iba a ir a
ninguna parte. ¿Qué era lo que no
había entendido sobre el hecho de
que ella era suya? Ser suya no incluía
que se fuera de la cama un minuto
después de que el orgasmo se hubiera
terminado.

—Llama a tu compañera de piso y
dile que te prepare una bolsa para
pasar la noche. Enviaré un coche para
que la recoja y mañana podemos ir al
trabajo juntos.

La expresión de Paula se llenó de
preocupación.
—¿Qué es lo que va a parecer si
entramos juntos en la oficina?
Él frunció el ceño.

—No va a parecer nada. Solo que
hemos quedado para desayunar y
discutir el asunto de tu contratación
y hemos entrado juntos al trabajo.
Ella se calló pero asintió con la
cabeza.

—Usa el teléfono que hay cerca de la
cama y llama a Caroline.

Aflojó los brazos que tenía a su
alrededor para que pudiera rodar
sobre la cama y se detuvo a
observarla durante un largo rato. Se
la comía con los ojos ante la imagen
de su espalda desnuda y de su culo
tan redondito. Dios, era preciosa.
Obligándose a apartar la mirada, él
también se giró para coger su
teléfono móvil. Mientras ella hablaba
en voz baja con su compañera de
piso, él llamó rápidamente a su
chófer y le dio instrucciones para
que fuera a recoger las cosas de
Paula a su apartamento.

Cuando se giró de nuevo, Paula
estaba sentada en la cama con una
expresión en el rostro aún de
inseguridad e incomodidad.

Lo que él quería hacer era colocarla
bajo su cuerpo y hundirse en ella.
Estaba duro como una roca, pero al
menos las sábanas estaban
amontonadas alrededor de su cintura
y Paula no podía ver lo excitado
que estaba. Aunque no es que no se
fuera a enterar muy pronto… pero,
aun así, no quería ponerla debajo de
su cuerpo en este preciso instante.

Y
ni podía siquiera explicar de dónde
había salido ese pensamiento tan
particular ya que la necesidad
arrolladora que tenía era de volver a
estar en su interior tan pronto como
pudiera extender esos muslos tan
preciosos y dejar a la vista esa carne
tan bonita que tenía entre las
piernas.
Si fuera cualquier otra mujer Pedro se
lanzaría a satisfacer su necesidad o
sugeriría que ambos durmieran. En el
segundo caso se daría media
vuelta y se aislaría de cualquier
intimidad personal con la mujer, pero
con Paula se estaba dando
cuenta de que tenía otras…
necesidades. Necesidades que ni
siquiera entendía, ni tampoco era que
particularmente quisiera analizarlas o
investigar mucho sobre ellas. No
estaba seguro de gustarle lo que
podría descubrir.

—Ven aquí —le dijo mientras le
ofrecía el brazo para que se tumbara
como lo había hecho antes.

Paula atrajo la colcha hacia sí y
se acurrucó a su lado mientras
descansaba la cabeza en el hombro
de Pedro.
Durante un largo momento ambos se
quedaron en silencio, pero luego
Paula se movió y giró la cabeza
para poder mirarlo a los ojos.

—No vas a hacer que te llame «amo»
ni nada parecido, ¿verdad?
Él arqueó una ceja y bajó la mirada
para ver cómo sus ojos parpadeaban
con un aire travieso. Él sacudió la
cabeza. Paula le divertía y sentía
que tenía ganas de reír.

—No. Suena ridículo, ¿verdad? No
soy mucho de seguir el estereotipo ni
las apariencias de una cierta forma
de vida.

—Entonces, ¿no tendré que
responderte ni con «sí, señor» ni
«no, señor»?
Pedro se rindió ante la charla
juguetona que ambos estaban
compartiendo y le dio un cachete en
el culo. Se sentía cómodo estando
con ella, y descubrió que sí que
estaba disfrutando de este…
momento. O lo que sea que fuera.

Debería estar follándosela otra vez, y,
en cambio, ahí estaba, saboreando el
simple hecho de estar tumbado en la
cama y de estar viéndola sonreír y
flirtear con él. Dios bendito… como
Paula le sonriera de esa manera
tan inocente y coqueta a cualquier
otro hombre, Pedro no sería
responsable de sus actos.

jueves, 28 de agosto de 2014

Capitulo 32

Esto era lo que Paula deseaba.

Tener a Pedro encima de ella,
hundido en lo más profundo de su
cuerpo y teniendo poder absoluto
sobre ella. No podía
siquiera respirar, estaba mareada de
la excitación.

Pedro se retiró y volvió a penetrarla
de nuevo con tanta fuerza que le
sacudió el cuerpo entero.

La mirada de él se cruzó con la de
ella con tanta intensidad que hasta
logró hacerla estremecer. Su voz
sonó tan gutural y tan terriblemente
atractiva al pronunciar con
ronquedad las siguientes palabras:
—Joder, no. No voy a parar. No
cuando he esperado tanto para
tenerte.

«Tanto para tenerte.» Dios, escuchar
eso casi había hecho que se corriera
en ese instante. La idea de que este
hombre, que estaba tan fuera de su
alcance, la hubiera deseado siquiera
era una locura. Nunca se podría
haber imaginado que la fijación que
tenía por él fuera correspondida.

Bueno, se estaba adelantando un
poco. La palabra «fijación» era
demasiado fuerte como para
atribuírsela a Pedro. La verdad era
que no tenía ni idea de cuáles eran
sus sentimientos o su fijación con
ella, solo sabía que ella sí que se
había pasado muchísimo tiempo
fantaseando con estar justo donde
estaba ahora: inmóvil debajo de
Pedro y con su miembro tan hundido
en su cuerpo que no sabía siquiera
cómo apañárselas para acomodarlo
bien en su interior.

No iba a decir que estuviera
monstruosamente dotado, pero, si
bien no la tenía gigantesca, sí que era
mucho más grande que la de
cualquiera de sus antiguos amantes.

Y, además, sabía exactamente qué
hacer con lo que tenía. Paula
daba fe.
Pedro le soltó las manos, pero
cuando Paula fue a moverlas,
este le echó una mirada llena de
fiereza, se las volvió a poner donde
estaban y la soltó una vez más. Era
una orden que no necesitaba
palabras. Paula
obedeció y las dejó donde él se las
había colocado al mismo tiempo que
lo miraba fijamente y esperaba sin
aliento a su siguiente movimiento.

Pedro bajó las manos hasta sus
piernas y se las subió para
colocárselas alrededor de su cintura.
Entonces le dirigió otra vez esa
mirada tan seductora y
estremecedora que le indicaba que
tenía que dejar las piernas justo
donde él se las había puesto. Le
deslizó las manos por debajo del culo
y empezó a penetrarla con fuerza y a
un ritmo firme que no hacía más que
enviarle oleadas de placer a través de
su cuerpo.

Le salía casi instintivamente llevarse
las manos hacia sus hombros. Paula necesitaba algo a lo que sujetarse
mientras la poseía, pero Pedro apretó
la mandíbula y la miró con fiereza
una vez más. Ella las volvió a dejar
donde habían estado.

—Te las ataré la próxima vez —le dijo
—. No me presiones, Paula. Yo
estoy al mando. Te poseo. Eres mía.
No muevas las putas manos hasta que
te lo diga, ¿entiendes?

—Sí —susurró con el cuerpo tan
tenso y tan a punto de estallar que
era lo único que podía decir para
respirar siquiera.
El pulso se le disparó al verle aquella
mirada tan fascinante de chico malo
en el rostro. Los ojos estaban llenos
de promesa, de todas las cosas que le
haría. De todas las cosas que él le
haría hacer. Y que Dios la ayudara
pero no podía apenas esperar.

Pedro se volvió a hundir en ella con
tanta fuerza que hizo que su cuerpo
se sacudiera de nuevo. Paula
cerró los ojos y apretó los dientes
para reprimir el grito que amenazaba
con salir de su garganta.

—Los ojos —le dijo con brusquedad
—, hacia mí, Paula. Siempre
mirándome a mí. No te corras con
los ojos cerrados. Quiero ver todo lo
que tienes dentro. No me anules.

Ella entonces abrió los ojos
rápidamente y encontró los de Pedro
casi al instante, la respiración le salía
por la boca de forma violenta e
irregular.

Pedro se salió de ella y volvió a
enterrarse en su interior con las
manos agarrándose con más fuerza a
su culo. Paula estaba segura de
que se le quedaría la marca de sus
dedos estampada en la piel. Él
continuó moviéndose e
introduciéndose dentro de ella
mientras la sujetaba. Paula no
podría durar mucho más… de hecho
no iba a durar mucho más. Era
demasiado abrumador, demasiado…
todo.

—Di mi nombre. ¿Quién
es tu dueño? ¿A quién perteneces?

—A ti —dijo ahogadamente—. Pedro.
A ti. Solo a ti.

Sus ojos brillaron de satisfacción. La
expresión en su rostro era posesiva y
fiera, y la mandíbula la tenía
claramente apretada.

—Eso es, cariño, Pau. Di mi
nombre cuando te corras.

Pedro deslizó una mano entre ambos
para acariciar su clítoris mientras
seguía penetrándola.

—Córrete —le ordenó—. Uno más.
Dámelo, Paula. Quiero sentir
cómo te vuelves loca con mi polla en
tu interior. Eres tan suave y sedosa…
tan ceñida a mí. Es el paraíso.

Ella soltó un grito agudo, se sentía
desfallecer en un estado de
excitación extrema. Y entonces el
orgasmo la atravesó de forma
explosiva e intensa, e incluso con más
fuerza que el anterior. Estaba hincado
en lo más profundo de su cuerpo,
parecía imposible. Estaba tan adentro
que Paula no sentía nada más
que su palpitante miembro mientras
este se abría paso entre su carne
caliente.

Los muslos de Pedro golpeaban
contra su culo y la sacudían debido a
la intensidad de sus movimientos.
Paula arqueó la espalda, quería
más… necesitaba más. Y así Pedro
siguió hundiéndose en ella con el
rostro contraído por la tensión.

—Mi nombre —dijo con los dientes
apretados—. Di mi nombre cuando te
corras.

—¡Pedro!
Los ojos le brillaron de triunfo
mientras ella se retorcía debajo de él.
El orgasmo la seguía atravesando con
una intensidad que Paulano
pudo imaginar siquiera posible.

Y entonces ella se quedó sin
fuerzas en la cama, echa miel,
exhausta y saciada mientras él seguía
moviéndose dentro de ella. Pedro
ralentizó sus embestidas pero quiso
saborear cada momento, así que
cerró los ojos, continuó enterrándose
bien adentro en su interior y luego
solo a medias. Apretó los labios y a
continuación comenzó a moverse con
fuerzas renovadas. Sus movimientos
eran profundos y estaban llenos de
intensidad.

Su cuerpo se volvió a tensar contra el
de ella; cada músculo de sus brazos y
de su pecho estaba apretado y
agarrotado. Apartó las manos de su
trasero, las juntó con las de ella y las
apretó con fuerza al colchón mientras
se inclinaba hacia delante hasta estar
casi al mismo nivel que ella.

—Mía —dijo entre dientes—. Eres
mía, Paula.
Estaba muy mojada con él en su
interior mientras él seguía
penetrándola e hincándose
profundamente en su interior. Su
liberación parecía no tener fin.

A continuación se enterró en ella
profundamente y se quedó ahí
mientras poco a poco terminaba de
tumbarse encima de Paula y
cubría su cuerpo por completo. El
pecho le subía y bajaba y la
respiración la sentía caliente contra
su cuello. Pedro aún estaba bien
metido en su interior, duro como una
roca incluso después de haberse
corrido con tanta fuerza y durante
tanto tiempo. Pero Dios… lo sentía
tan bien ahí…

—¿Puedo tocarte? —le susurró
Paula. Necesitaba tocarlo, no
podía contenerse más… Era una
necesidad tan apabullante que no
podía controlar.

Él no respondió, pero separó sus
manos de las de ella y las liberó.
Paula se tomó el silencio como
un gesto de consentimiento.

Posó sus manos sobre los hombros
de Pedro con vacilación, pero cuando
vio que no puso objeción alguna
comenzó a sentirse mucho más
valiente. Dejó que sus manos vagaran por su cuerpo y se deleitó en el fulgor poscoital. Las deslizó hasta su espalda tanto como sus brazos le permitían y luego volvió a subir otra vez para ofrecerle las mismas caricias que él le había regalado a ella.

Él hizo un sonido de satisfacción con la garganta que logró que todo su cuerpo se contrajera. Pedro gimió en respuesta y seguidamente le dio un beso en el cuello justo bajo la oreja.

—Preciosa —le susurró—, y mía.
El placer la consumió al escuchar que
la había llamado «preciosa», pero
más especialmente al saber que la
había reclamado para él. Durante
tanto tiempo como su acuerdo
durara, ella era suya. Suya de verdad.
Suya de una forma en la que la
mayoría de las mujeres no
pertenecían a un hombre.

No había parte del cuerpo donde no
sintiera la huella de su posesión.
Estaba cansada, dolorida y
completamente satisfecha. Moverse
no era una opción, así que esperó,
contenta de estar ahí tumbada con
Pedro rodeándola y aún bien clavado en su interior.

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Capitulo 31

Liberó uno de los pechos que tenía
agarrados y, pasándole las puntas de
los dedos por las costillas y el
vientre, se desplazó hacia abajo hasta
llegar finalmente a la zona entre sus
piernas. Sus manos se movían con
delicadeza mientras ahondaba entre
los rizos de su entrepierna y llegaba a
la sensible carne de su sexo. Le rozó
el clítoris con uno de los dedos y el
cuerpo entero de Paula se tensó a
modo de respuesta.

Jugueteó con la húmeda entrada de
su vagina con un dedo mientras le
acariciaba con el pulgar todas las
pequeñas terminaciones nerviosas
concentradas en el clítoris. Paula
se sentía desfallecer.

—Pedro —susurró. El nombre sonó
más como un gemido.
Ella bajó la cabeza lo suficiente para
poder mirarlo con los ojos
entrecerrados. La imagen de su boca
pegada a su pecho y succionándole el
pezón era excitante y erótica a la vez,
y solo consiguió alimentar su ya
descontrolado deseo.

El dedo se deslizó dentro de ella y
Paula soltó otro gemido. Pedro
presionó el pulgar con mucha más
fuerza a la vez que lo movía en
círculos y hundía más profundamente
el otro en su interior. Y a
continuación, la mordió de nuevo en
el pezón.

Paula lanzó las manos hacia los
hombros de Pedro y se agarró a él
con mucha más firmeza a la vez que
hincaba los dedos en su piel. No
paraba de revolverse mientras el
orgasmo comenzaba a formársele
bajo la piel. Era imposible quedarse
quieta, el cuerpo entero lo sentía
tenso y la presión se le estaba
concentrando en el bajo vientre.

—Córrete para mí, Paula —dijo
Pedro—. Quiero sentir cómo te
corres en mi mano.

Deslizó el dedo mucho más adentro
en su cuerpo, presionando justo su
punto G. Ella respiró
entrecortadamente mientras Pedro
seguía acariciándole el clítoris y
volvía a chuparle el pezón con la
boca una vez más. Cerró los ojos y
gritó su nombre cuando la primera
oleada de placer la atravesó de forma
tumultuosa y abrumadora.

—Eso es. Mi nombre, Paula. Dilo
otra vez. Quiero escucharlo.

—Pedro —dijo en un suspiro.
Se arqueó con frenesí
mientras él empujaba el dedo dentro
de ella sin descanso, llevándola
mucho más al límite. Se revolvió
entre sus brazos y un momento
después se desplomó sobre sus
hombros y, agarrándose con fuerza,
intentó recuperar el aliento.

Lentamente Pedro retiró los dedos, la
atrajo hasta la calidez de su cuerpo y
la rodeó con los brazos. Ella posó la
frente en su hombro y cerró los ojos,
agotada por la intensidad del
orgasmo.

Él le pasó la mano suavemente por su
espalda desnuda varias veces en un
intento de tranquilizarla y relajarla. A
continuación hundió la mano en su
pelo y tiró de él lo suficiente como
para que levantara la cabeza y sus
ojos se encontraran.

—Agárrate a mí —le dijo.
A Paula apenas le había dado
tiempo a rodearle el cuello con los
brazos cuando Pedro se puso de pie y
la levantó en brazos.

—Rodéame la cintura con las
piernas.
Él la aupó con las manos bajo su
trasero para sujetarla mejor mientras
ella clavaba los talones en su cintura
y salió al pasillo para llegar por
último hasta su dormitorio.

Se echó hacia delante y la depositó
suavemente en la cama antes de
retroceder y quitarse la ropa con
rapidez. Paula se quedó allí
tumbada, mareada de regocijo y con
el cuerpo aún vibrándole como
secuela de la liberación sexual que
había experimentado momentos
antes. Su sexo le dolía y le palpitaba.
Quería más. Lo quería a él.

Levantó la cabeza mientras Pedro se
desabrochaba los vaqueros y se los
bajaba hasta las caderas. Estaba
impresionante ahí de pie con su
erección forcejeando por salir de su
prisión y abrasándola con la mirada.

El deseo que sentía por ella se
percibía claramente en cada
centímetro de su firme y tenso
cuerpo. Paula podía quedárselo
mirando durante horas. Era
guapísimo y tenía un aire taciturno.
Cuando fue a por ella con la actitud
propia de un macho alfa, los
músculos se le abultaron de la
tensión que ambos estaban
sintiendo.

La agarró de las piernas y tiró de ella
con brusquedad para traerla hasta el
borde de la cama. Entonces se las
abrió y se posicionó entre ellas.

—No puedo ir más lento, Paula
—le dijo con una voz forzada e
inquieta—. Quiero estar en tu
interior más de lo que necesito
respirar ahora mismo. Tengo que
poseerte. Ahora mismo.

—Me parece bien —pronunció en una
exhalación. La voz le sonó como un
susurro ronco mientras miraba
fijamente a esos intensos ojos azules.

Pedro volvió a tirar de ella para
eliminar la distancia que quedaba
entre ellos y entonces Paula
sintió cómo la punta de su pene se
abría paso entre su carne hinchada.

Se detuvo durante un breve instante
antes de embestirla y hundirse dentro
de su cuerpo por completo.
El grito ahogado que Paula soltó
se mezcló con el de él. La impresión
de su invasión casi la llevó al límite.
¿Cómo era posible que pudiera tener
otro orgasmo tan rápido?

La sensación de tenerlo a él en su
interior la estaba abrumando. Se
sentía completamente llena, tan
apretada a su alrededor que se
preguntaba cómo podía siquiera
moverse. O cómo se las había
ingeniado para meterse tan adentro
de su ser.

Los dedos de Pedro se clavaron en
sus caderas, pero un momento
después sintió cómo su agarre se
suavizaba, casi como si se
estuviera recordando a sí mismo que
tenía que tener cuidado. La tocó y la
acarició mientras llevaba las manos
desde su vientre hasta los pechos,
que palmeó con ambas manos. Luego
le pellizcó los pezones.

—¿Te he hecho daño? —rugió.
Incluso tan descontrolado como
parecía y tan desesperado como
estaba por poseerla, se podía notar
preocupación en su voz. Paula
sabía sin ninguna duda que si ella
quisiera que parara, lo haría sin
importar lo loco que estuviera por
ella en ese momento.

Y dios, cómo le gustaba que estuviera
así de loco. Por ella. Por tenerla a
ella.

Paula sacudió la cabeza.
—No. Para nada. Por favor, no
pares.
Sí, le estaba suplicando. Si Pedro
paraba ahora, se moriría.

Llevó las manos hasta sus muñecas,
donde Pedro tenía aprisionados sus
senos, y las deslizó por sus brazos
mientras se deleitaba en toda esa
fuerza que tenía. Podría estar
tocándolo toda la vida.

Las manos de él se posaron sobre
las de ella durante un breve instante,
y, a continuación, le colocó los
brazos por encima de la cabeza.

Paula abrió los ojos como platos
al observar la fiereza que estaba
dibujada en su rostro, al ver cómo
los ojos se le entrecerraron cuando
un gruñido le retumbó en la
garganta.
Paula pegó las manos contra el
colchón mientras Pedro se inclinaba
hacia delante con las palmas de las
manos sujetando las de ella y la
aprisionó contra su cuerpo para que
no se pudiera mover. Para que no se
pudiera resistir.

La posición le envió olas de emoción
directas a su vientre que luego se
expandieron por todo su cuerpo casi
como si una droga hubiera invadido
todo su ser. Estaba colocada y él era
la causa. El poder y el control que
tenía sobre ella. Su dominancia.

Capitulo 30

Él terminó antes que ella y se recostó
en la silla. Permanecía sin inmutarse
mientras bebía de su copa de vino.

Los ojos no la dejaron de observar en
ningún momento y seguían cada
movimiento que realizaba. Parecía
indiferente y distante hasta el
momento en que ella le devolvió la
mirada. Para entonces la historia ya
era completamente distinta. Ahora
los ojos le ardían de impaciencia y le
hervían de pasión.

Con una pequeña cantidad de comida
aún en el plato, lo retiró un poco y
se echó hacia atrás con cuidado en su
propia silla. Aunque no habló, el «y
ahora qué» casi se podía palpar entre
ambos. Él la observó perezosamente y
a continuación dijo:
—Vete al centro del salón y quédate
de pie, Paula.

La joven tragó saliva y respiró hondo
antes de levantarse con tanta gracia
como podía, decidida a estar serena
y tranquila. Y segura de sí misma.

Este hombre la deseaba a ella, no a
otra, y ya era hora de que actuara
como si de verdad perteneciera a
este lugar.

Anduvo con los tacones
repiqueteando en el suelo de madera,
lo que contrastaba con el silencio que
reinaba en el apartamento. Cuando
llegó al centro de la habitación, se
giró lentamente y vio que Pedro
estaba dirigiéndose hacia el sillón
situado al lado del sofá de piel.

Se hundió en el asiento y cruzó las
piernas en una pose informal que
indicaba lo relajado que se
encontraba. Paula deseó poder
decir lo mismo de ella, pero se sentía
como si estuviera en una audición y
se hubiera quedado en blanco ahí de
pie frente a él mientras la devoraba
con la mirada.

—Desvístete para mí —dijo con una
voz que hizo vibrar todo el cuerpo de Paula.
Ella le devolvió la mirada con los ojos
abiertos como platos mientras
procesaba la orden que le había
dado.

Pedro arqueó una ceja.
—¿Paula?
Ella empezó a quitarse los zapatos
pero él la detuvo.

—Déjate los zapatos puestos. Solo los
zapatos.

Entonces se llevó las manos a los tres
botones de delante del vestido y
lentamente los desabrochó. A
continuación, lo deslizó por los
hombros y dejó que la prenda se
resbalara por el cuerpo hasta caer al
suelo, quedándose únicamente en
bragas y sujetador.

A Pedro se le dilataron las pupilas; un
hambre primitiva prendió fuego en su
interior y las facciones se le volvieron
toscas. Un escalofrío incontrolable
recorrió el cuerpo de Paulay se
le endurecieron los pezones,
que ahora presionaban la sedosa tela
del sujetador. El hombre era
devastador y aún no la había tocado
siquiera. Aunque esa mirada… era
como estar siendo acariciada con
fuego mientras se la comía con los
ojos.

—¿Las bragas o el sujetador primero?
—le preguntó con voz ronca.

Pedro sonrió.
—Vaya, Paula. Te gusta provocar,
¿verdad? Las bragas primero.

Pedro metió los pulgares por
debajo de la cinturilla de encaje y
lentamente se fue bajando las bragas.
Intentar cubrirse con las manos para
conservar el poco pudor que le
quedaba era casi instintivo, pero se
obligó a dejar que el pequeño trozo
de tela cayera hasta el suelo;
entonces dio un paso hacia el lado y
las retiró con la punta del zapato.

A continuación volvió a levantar las
manos y se colocó el pelo sobre un
solo hombro de manera que pudiera
llegar al cierre del sujetador. Se lo
desabrochó y las copas se aflojaron,
dejando que los senos quedaran casi
a la vista. —Vuelve a echarte el pelo hacia atrás
—murmuró Pedro.

Paula obedeció con una mano,
mientras aguantaba el sujetador sobre
los pechos con la otra. Después se lo
bajó con cuidado y dejó que los
tirantes se deslizaran por sus brazos
hasta que finalmente cayó al suelo
junto a las demás prendas.

—Preciosa —dijo Pedro con aprecio,
su voz baja sonó más como un
gruñido.

Ella se quedó ahí, de pie y vulnerable
mientras esperaba la siguiente orden.
Estaba claro que él no tenía ninguna
prisa y que gozaba con la intención
de saborear el momento de verla
desnuda por primera vez.

Paula se llevó los brazos hasta la
cintura y de ahí hasta los pechos.

—No, no te escondas de mí —le dijo
Pedro con suavidad—. Ven aquí,
Paula.

Ella dio un paso torpe hacia delante,
y luego otro, y otro hasta que estuvo
apenas a unos pocos centímetros
delante de él.

Pedro bajó la pierna que tenía
cruzada y abrió las rodillas para dejar
un espacio vacío entre ambos. El
bulto que tenía entre las piernas y
que le oprimía la cremallera de los
vaqueros era bastante evidente. No
obstante, alargó su mano hacia ella y
la animó a acercarse.

Paula avanzó entre sus muslos y
le cogió la mano, así que Pedro tiró
de ella hacia delante y le hizo señas
para que se subiera a su regazo. Ella
hincó las rodillas a ambos lados de su
cuerpo encajándolas perfectamente
entre él y los reposabrazos del sillón,
se sentó sobre los talones y esperó.

Sentía que no podía respirar y que
tenía todos los músculos tensos y
agarrotados mientras intentaba
anticipar cuál sería su siguiente
movimiento.
No mucho más tarde, Pedro la sujetó
por la nuca, la atrajo hacia él y le
estampó la boca en la de ella.

Paula sentía cómo la ardiente y
acelerada respiración masculina le
acariciaba el rostro, y cómo su mano
se enredaba en su cabello para
tenerla sujeta contra él con mucha
más fuerza.
Y entonces Pedro la separó de él tan
rápido como antes. La mano aún la
seguía teniendo hundida en su
cabello, el pecho le subía y le bajaba
en un intento vano de recuperar el
aliento y, además, los ojos le ardían y
le brillaban llenos de lujuria. Esto
último era más que suficiente como
para hacer que Paula temblara al
sentir un calor primitivo emanando
de él.

—Me pregunto si te haces una idea
de lo mucho que te deseo ahora
mismo —murmuró Pedro.

—Yo también te deseo —susurró
Paula.

—Me tendrás, Paula. De todas
las maneras imaginables.

La promesa que denotaban sus
palabras, roncas y tan
pecaminosamente sugerentes, la
poseyó de forma sensual y
seductora.

Pedro le soltó el pelo y posó las
manos en su vientre para poder
acariciarle el cuerpo antes de llegar a
los pechos. Con los senos en las
manos, se inclinó hacia delante y se
metió un pezón en la boca.

Paula gimió y se estremeció de
placer bajo sus caricias. Se sujetó a
los reposabrazos del sillón y echó la
cabeza hacia atrás mientras Pedro le
pasaba la lengua por la rugosa
aureola.
Alternándose entre los dos
montículos que tenía aún en las
manos, Pedro la provocó y jugueteó
con ella. Le chupó y le succionó los
pezones a la vez que se los mordía
con suavidad hasta conseguir que
estuvieran completamente enhiestos
y pidiendo más de sus caricias.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Capitulo 29

Pedro volvió a fruncir el ceño.

—No te saltes más comidas, Paula.
Ella asintió con la cabeza y esperó a
que volviera de la cocina de nuevo,
en esta ocasión con una botella de
vino; luego se sentó y, a
continuación, lo sirvió.

—No estaba seguro de lo que te
gustaba o no con respecto a la
comida. Ya tendremos tiempo para
hablar de ello y para conocer cuáles
son tus preferencias, pero me
imaginé que no podía equivocarme
con un filete.

—No, para nada —dijo—. Un buen
bistec lo cura casi todo.

—No podría estar más de acuerdo.
Paula engullía su plato con
avidez mientras observaba a Pedro
por debajo de las pestañas.

Había un
millón de preguntas revoloteándole
por la cabeza, pero no quería
agobiarlo. Como había dicho, tenían
muchísimo tiempo para aprender
cosas del otro. La mayoría de la gente
esperaba más tiempo a entrar en ese
proceso de conocerse mutuamente
antes de lanzarse a una relación
sexual, pero se imaginaba que Pedro
estaba bastante acostumbrado a
hacer las cosas a su manera, y vaya
maneras. Además, no eran completos
extraños… Pedro había sido una
persona habitual —aunque lejana—
en su vida durante años.

El silencio se extendió entre ellos.
Paula podía sentir sus ojos sobre
ella, sabía que él la observaba tanto
como ella lo miraba a él. Casi como si
fueran dos enemigos precavidos que
se estudiaban antes de entrar en
batalla. La única diferencia era que
Pedro no parecía estar tan inseguro e
incómodo como ella, sino que se le
veía confiado, como un depredador
acechando a su presa.

Las mariposas le empezaron a
revolotear dentro del estómago, y
mucho más abajo, hasta que Paula no pudo soportarlo más y tuvo
que pegar los muslos en un esfuerzo
de suavizar el dolor que sentía entre
las piernas.

—No estás comiendo —señaló Pedro.
Ella bajó la mirada hacia su plato y se
dio cuenta de que había dejado de
comer aún con el tenedor en la mano
y el filete a medias. Lo dejó en la
mesa y con calma se lo quedó
mirando fijamente.

—Esto es desesperante. Todo
esto es nuevo para mí, yo nunca he
estado en una situación como esta.
No estoy segura de cómo actuar, de
lo que decir, de lo que no decir, ¡o
de decir algo siquiera! Y luego tú te
sientas ahí enfrente mirándome como
si fuera el postre, y yo no tengo ni
idea de si solamente estamos
cenando o de si intentas que me
sienta más cómoda. Échame una
mano porque me estoy volviendo
loca.

Una media sonrisa apareció en los
labios de Pedro y la diversión se le
hizo evidente también en los ojos.

—Paula, cariño, es que sí que
eres el postre.

La respiración se le entrecortó al
advertir en los ojos de Pedro un
hambre que no tenía nada que ver
con el filete que tenía delante.

—Come —le dijo con una voz baja
que no admitía discusión. Era una
orden. Una que él no quería que
ignorara—. No voy a lanzarme sobre
ti en la mesa. La expectación hace
que la recompensa final sea mucho
más dulce.

Paula volvió a coger el tenedor y
el cuchillo y continuó comiendo sin
ser capaz de saborear nada. Comía
como si fuera una máquina, y,
además, todo el cuerpo le
hormigueaba al ser consciente de la
atención que estaba atrayendo.

Estaba claro que Pedro no tenía
intención alguna de suavizar las cosas
en esta relación, aunque también era
cierto que eso no iba mucho con él.
Pedro iba a por todas; era su estilo y
lo que le hacía tener tanto éxito en
los negocios. Iba tras lo que quería
con una determinación extrema, y
ahora la quería a ella.

Le dio un sorbo a su copa de vino
solo para que algo rellenara ese
momento de incomodidad. Paula
no sabía si quería ir más lenta y
tomarse su tiempo con la comida, o
si quería seguir adelante y terminar
en un santiamén para que al fin
pudieran pasar a los… postres.

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Se viene lo que todos esperan!
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Gracias soy @letipauliter

Capitulo 28

Mientras se precipitaba a arreglarse
el pelo y a maquillarse de nuevo, su
móvil vibró, señal de que le había
llegado un mensaje de texto. Lo sacó
del bolso, que había dejado en el
suelo frente al lavabo, y vio que era
de un número de Nueva York que no
reconoció.

DESCANSA MAÑANA, PERO ESTATE EN
MI APARTAMENTO A LAS 19 H. NO
LLEGUES TARDE. PEDRO

Paula inspiró profundamente a la
vez que seguía mirando la pantalla
del móvil con manos temblorosas.
Así que ya había comenzado.

El coche pasaría a recoger a Paula a las seis y media, así que,
siguiendo la orden de Pedro de no
llegar tarde, se aseguró de estar abajo
esperando antes de que el coche
apareciera. Pudo sentir como un
bostezo se hacía paso a través de su
garganta y Paula pegó los labios
para reprimirlo. Ella y las chicas se
habían quedado de fiesta hasta
bastante tarde la noche anterior,
pero esa no era excusa cuando había
tenido el día entero para descansar y
recuperarse de la resaca. El problema
era que no había podido pegar ojo al
estar preocupada por la inminente
cita con Pedro en su apartamento.

Era ridículo. Paula esperaba que
llegado a cierto punto se le pasara
ese nerviosismo que le entraba cada
vez que tenía que estar en su
presencia. Tenía que tener sexo con
él, por el amor de Dios, y no podía
siquiera pensar en verlo sin tener un
colapso emocional. Vaya intento de
sofisticación, cualquiera que la viera
pensaría que era una virgen tímida
que no había visto nunca a un
hombre desnudo. Aunque Paula
estaba bastante segura de que nunca
había visto a un hombre como Pedro
desnudo. Al menos no en persona.

Los hombres con los que ella había
estado eran… niños, a falta de un
término mejor. Chavales tan
inexpertos como ella, en su mayoría.
Su último lío —se negaba a llamarlo
rollo de una noche ya que habían
quedado más de una vez— había sido
la única mayor experiencia sexual que
había tenido, y estaba completamente
convencida de que era porque David
era mayor que sus citas habituales. Y
con más experiencia, también.

Fue el responsable de que Paula
pasara de los chicos de su edad y se
sintiera mejor por su fijación con
Pedro. David había sido genial en la
cama, pero lo malo era que no había
sido tan bueno en otras áreas.

Sin estar muy segura de cómo,
Paula sabía que Pedro iba a ser
muy superior a cualquier otro
hombre y que tras estar con él David
empalidecería en comparación, lo
cual ya era decir mucho teniendo en
cuenta que David podía considerarse
el mejor de todos los hombres —o
mejor dicho, chavales— con los que
había estado.

El chófer la dejó delante del
apartamento de Pedro justo cinco
minutos antes de que dieran las siete.

Bueno, no la dejó literalmente, pero
el hombre nunca hablaba.
Simplemente aparecía, conducía, y
luego desaparecía otra vez para
reaparecer más tarde cuando ya era
hora de volver a casa. Era un poco
inquietante, la verdad, casi como si le
hubieran ordenado que nunca hablara
en su presencia.
A la entrada del edificio había un
guardia de seguridad, aunque, claro,
este no era un bloque de
apartamentos cualquiera, sino que
era uno de esos de los que se
parecían a un hotel. La diferencia era
que aquí tenían un apartamento
entero en vez de una sola habitación
o suite.

Tras enseñarle el carné de identidad,
el guardia llamó al apartamento de
Pedro para comprobar si podía subir.

Con suerte no tendría que pasar por
todo este proceso cada vez que Pedro
requiriera su presencia en su
apartamento.

Un momento más tarde, el hombre la
escoltó hasta el ascensor e insertó la
tarjeta requerida para ir a la planta
del apartamento de Pedro, que, por
supuesto, era el ático. A
continuación, le hizo un gesto de
cortesía con la cabeza y salió del
ascensor.

Las puertas se abrieron en la
quincuagésima planta y justo frente a
la entrada del apartamento.

Él estaba de pie, esperándola con la
mirada fija en ella mientras Paula salía del ascensor. Las puertas se
cerraron detrás de la joven y
entonces se quedaron los dos solos.

Ella lo devoró con la mirada. En muy
raras ocasiones lo había visto vestido
con vaqueros, pero le quedaban de
muerte. Estaban descoloridos y
bastante usados, como si fuera su
par favorito y no quisiera deshacerse
de ellos. Además, llevaba puesta una
camiseta de los Yankees que le
moldeaba el pecho, musculoso, y que
se le ceñía perfectamente alrededor
de los prominentes bíceps.

Estaba claro que se entrenaba, no
había otra explicación. No era posible
que un hombre que pasaba tanto
tiempo en una oficina pudiera estar
tan bueno y tan cuadrado.

De repente Paula sintió que se
había vestido demasiado formal. Se
había puesto un simple vestido azul
marino que le llegaba hasta la rodilla
y que le dejaba al aire la parte
inferior de las piernas. Los tacones
que
había elegido le daban la altura
necesaria como para estar al mismo
nivel que Pedro, pero incluso así se
sentía pequeña estando frente a él.

Pedro era imponente incluso vestido
con vaqueros desgastados y camiseta.

Su presencia llenaba toda la
habitación; era indomable. La forma
con que la miraba la hacía incluso
sentirse marcada.
La recorrió con la mirada con tanta
intensidad que la piel le ardía como
si la hubiera tocado de verdad.
Cuando llegó a los ojos, sonrió y
seguidamente le tendió la mano.

Paula se acercó a él y deslizó
una de sus manos sobre la de él.
Pedro entrelazó los dedos y le dio un
apretón antes de tirar de ella hacia
delante para plantarle un beso en
toda la boca que los dejaría a ambos
sin aliento. Bebió de sus labios y se
los mordió lo bastante fuerte como
para que estos le hormiguearan. Le
lamió las comisuras de los labios
hasta lograr persuadirla para que
volviera a abrir la boca y le dejara
entrar.

—He pedido la cena para los dos,
espero que tengas hambre —le dijo
con voz ronca.

—Mucha —admitió.

Pedro frunció el ceño.
—¿No has comido hoy?

—Me he tomado un vaso de zumo de
naranja. No tenía muchas ganas de
comer.
Paula no mencionó el hecho de
que estaba resacosa, de que no había
dormido apenas y de que, hasta
ahora, solo de pensar en comida le
daban ganas de vomitar.

Pedro la condujo hasta la elegante
mesa del salón comedor situada justo
frente al enorme ventanal, que
ofrecía unas impresionantes vistas
sobre Manhattan. Desde allí se podía
distinguir una deslumbrante variedad
de luces provenientes de edificios
cercanos, que en contraste con el
crepúsculo de la noche no eran más
que siluetas negras en el cielo.

—Ya no estás nerviosa, ¿verdad? —le
preguntó mientras la ayudaba a
sentarse.

Ella se rio.
—Estoy adentrándome en aguas
desconocidas, Pedro. Tienes que
saberlo.

Entonces la sorprendió y le dio un
beso en la coronilla antes de
desaparecer. Un momento más tarde
reapareció de nuevo con un plato en
cada mano y le puso delante un
delicioso bistec que olía
estupendamente bien. Tenía tan
buena pinta que el estómago le rugió
al instante.

Capitulo 27

Se sentía entusiasmada y asustada a
partes iguales.

Cuando entró en su apartamento, se
quedó consternada al ver que no solo
estaba Caroline repantingada en el
salón, sino que también lo estaban
tres de sus otras amigas, Chessy,
Trish y Gina. Cuando vieron a Paula se irguieron apresuradamente y
comenzaron a silbar y a darle la
enhorabuena.

Paula se las quedó mirando con
perplejidad. Caroline se levantó con
una sonrisa y se acercó hasta ella
para pasarle un brazo por los
hombros.

—Las he puesto al día sobre tu nueva
«oferta de trabajo» con el dios del
sexo, Pedro Alfonso.

—Por el amor de Dios, Caro —
murmuró Paula.

Y a continuación la rodearon todas
sus amigas, por lo que fue imposible
mantener cierta irritación en su
presencia. La acosaron a preguntas y
Paula se sintió bastante tentada
de confiar en ellas y contarles a lo
que verdaderamente había accedido,
pero no se arriesgaría, ni siquiera con
sus mejores amigas.

—¿Y está bien dotado? Ya sabes, ¿la
tiene grande o qué? —preguntó
Chessy alargando las palabras.

—¿Te crees que se la sacó durante la
entrevista de trabajo? —le cuestionó
Paula con incredulidad.

Las otras comenzaron a reírse y
soltaron una ronda de bromas
viciosas mientras especulaban sobre
Pedro y su gran pene.

—Me apuesto a que sabe
perfectamente cómo usarla —dijo
Trish con tristeza—, no como mi
último novio. Quizá Pedro le pueda
dar algunas indicaciones.
Gina resopló.

—No sabemos si es bueno en la
cama. O quizás hasta sea gay. Ya
sabéis que todos los tíos buenos son
siempre los que no están disponibles.
Aunque, si me dieran la oportunidad,
intentaría claramente traerlo de
vuelta a esta acera.

Paula soltó un quejido.
—No es gay.

—¿Y tú eso cómo lo sabes? —le
preguntó Chessy arqueando una ceja.

—Es el mejor amigo de Gonzalo—dijo
Paula con exasperación—. He
crecido prácticamente con él. Estuvo
casado y no le han faltado mujeres en
toda su vida.

Gina se encogió de hombros.
—Quizá no haya encontrado a su
hombre ideal todavía.

—Yo podría ser su mujer ideal —se
ofreció Trish—. Y está más claro que
el agua que yo también firmaría para
ser su asistente personal. Qué suerte
tienes, Pau.

—Yo sería feliz quedándome con
Gonza —dijo Chessy—. Trabajaría
hasta horas extra por ese hombre.

Pau se tapó los oídos y soltó
un quejido con un tono de voz
mucho más alto.
—Para, que me voy a quedar sorda.
No quiero tener imágenes mentales
sobre ti y Gonzalo. ¡Es mi hermano! Es
asqueroso, Chessy. ¡Asqueroso!

—Creo que deberíamos salir y
celebrarlo —anunció Caroline.

Paula le dedicó una mirada llena
de sorpresa. Chessy y las otras
pusieron cara de interés y esperaron
a tener más información.

—Deberíamos ir de discoteca —volvió
a decir Caroline—. Si Pau va a
estar liada con el trabajo de nueve a
cinco, nuestras noches hasta tarde
con ella se han acabado. Al menos
durante la semana. Yo conozco a un
segurata de Vibe, y me ha prometido
que nos dejará entrar a mí y a mis
chicas si vamos.

—Mierda, yo trabajo mañana
temprano —dijo Trish con una mueca
de disgusto.

—Oh, vamos, vive un poco —le urgió
Chessy—. Si hasta podrías hacer tu
trabajo mientras duermes. Además,
puedes recuperar el sueño mañana
cuando salgas. Esta noche saldremos
a pasárnoslo bien, ha pasado
demasiado tiempo desde que salimos
juntas la última vez.

Trish parecía indecisa, pero luego
asintió.
—Está bien. Me apunto.

—¿Pau? —le preguntó Caroline.
Todos los ojos se volvieron hacia ella
y la miraron con expectación. La
verdad era que Paula quería
recluirse y quedarse a solas para
procesar todo lo que había pasado.
Pedro, y todo lo que implicaba. Pero
quería a sus amigas y en el fondo
sabía que el tiempo que iba a tener
para ellas a partir de ahora iba a ser
limitado, al menos hasta que la
relación entre Pedro y ella no
acabase.

—Yo también me apunto —dijo con una sonrisa—. Aunque
necesito ir a cambiarme. Llevo puesta
la ropa de trabajo, y, si vamos a
salir, no quiero parecer una
secretaria.

—Genial —se jactó Chessy.

—Espera un segundo. ¡Yo tampoco
voy bien vestida! —exclamó Trish—.
Tengo que ir rápidamente a casa si es
que vamos a salir.

—Sí, yo también —coincidió Gina.
Caroline levantó las manos.

—De acuerdo, entonces este es el
plan. Nos arreglamos lo más rápido
posible y quedamos en la puerta de la
discoteca dentro de una hora y
media. ¿Hecho?

Las otras ya estaban levantándose del
sofá y dirigiéndose hacia la puerta
principal del apartamento. Se
despidieron con la mano y, tras
varios «adiós», desaparecieron.

Paula empezó a ponerse de pie
para cambiarse en su cuarto cuando
Caroline la paró a medio camino.

—¿Va todo bien, Pau?
Pareces… callada. O al menos
diferente.

Pau sonrió.
—Estoy bien, Caro. Un poco cansada,
ha sido un día extraño.

—¿Preferirías no salir? —le preguntó
Caroline ansiosamente—. Puedo
llamar y cancelarlo.

Paula sacudió la cabeza.
—No, salgamos. Es muy posible que
no pueda volver a repetirlo pronto, o
al menos hasta que sepa cómo van a
ser las cosas con Pedro. No tengo ni
idea de cuál va a ser mi horario. Él
espera que trabaje cuando él lo haga.

Paula comenzó a irse hacia su
cuarto una vez más, pero cuando
llegó a la puerta Caroline la llamó de
nuevo.

—¿Estás segura de que esto es lo que
quieres? Trabajar para Pedro, me
refiero.
Miró a Caroline a los ojos y notó
cómo la inquietud que sintió en un
principio se desvanecía.

—Sí, esto es lo que quiero.
Pedro era lo que quería. El trabajo
era solo un medio para lograr un fin,
y, si le daba experiencia en otra cosa
que no fuera servir café, eso que se
llevaba de más.

Capitulo 26

El resto del día para Paula fue
como una imagen borrosa. Se pasó
una hora entera en recursos humanos
rellenando papeles y tratando el tema
de los beneficios y el salario. La
cantidad de dinero que le ofrecían
como asistente personal de Pedro
hizo que los ojos se le salieran de las
órbitas; nunca se había imaginado
que le pagaría tanto teniendo en
cuenta que ambos sabían que era una
tapadera para la relación que
compartían. No estaba siquiera
segura de lo mucho que podría
trabajar, pero a lo mejor Pedro la
sorprendía.

Aun así, la tranquilizaba saber que no
iba a depender totalmente de él —o
de Gonzalo— para comprarse lo que
necesitara o quisiera. Ya hasta tenía
en mente ahorrar ahora todo lo que
pudiera para el día en que Pedro no
la quisiera más. No era tan ilusa —ni
tan estúpida— como para creer que
la relación entre ambos iba a durar
más que las otras que él había tenido.

Y aunque no conocía los detalles
exactos de sus anteriores relaciones,
había oído a Gonza y a Fabri lo
suficiente como para saber que un
año era el período máximo para
Pedro en lo que a mujeres se refería,
y normalmente solo duraban la
mitad.

De lo único que se alegraba era de
que Pedro le hubiera hecho ver que
necesitaba hacer algo más que
simplemente trabajar en La Pâtisserie.

La educación que Gonzalo le había dado
se estaba echando a perder porque
era demasiado débil como para dejar
de trabajar para Greg y Louisa. Y era
posible que hubiera una parte de ella
que tuviera miedo de enfrentarse al
mundo de los negocios.
Pero ¿qué mejor manera había de
iniciarse en el mundillo que trabajar
para Pedro? Como mínimo, le daría
experiencia y quedaría muy bien en el
currículum. Además, le facilitaría la
vida para encontrar otro trabajo
cuando él rompiera con ella, fuera el
que fuere…

Paula se recordaba a menudo
que su relación con Pedro no iba a
ser larga, y lo hacía solo para
concienciarse de lo inevitable y para
poder aceptarlo más fácilmente
cuando llegara el momento.
Ya no era una adolescente, aunque él
le inspirara reacciones demasiado
juveniles. Ya era hora de crecer de
una vez y de comportarse como una
adulta dentro de una relación adulta.

Justo después de salir de recursos
humanos, la metieron rápidamente en
un coche y la llevaron a una clínica
que había a varias manzanas de
distancia, donde la atendieron como
a una paciente VIP. Sin esperas ni
papeleos, algo que Paula
encontró extraño. Le tomaron una
muestra de orina, le sacaron sangre y
respondió a un montón de preguntas
que le hizo el médico, incluida la de
cuál era su método anticonceptivo
preferido y si necesitaba que se
ocupara de ello.

Aun cuando todo el mundo a su
alrededor estaba al día de los nuevos
métodos anticonceptivos y usaba
alternativas a la píldora, Paula
no había tenido tanta suerte con
algunos métodos, además de que le
asustaban otros, así que siguió
tomándose la píldora fielmente todos
los días.

Cuando terminó con la visita del
médico estaba agotada física y
mentalmente debido al estrés de todo
el día. Sorprendentemente, Pedro no
le había dicho que empezara a
trabajar al día siguiente, sino que le
había ordenado que se lo tomara
libre y descansara, casi como si
hubiera sabido lo exhausta que iba a
estar tras el día tan ajetreado que
había tenido.
Sintiéndose agradecida de tener al
menos un día para analizar el
acuerdo que había aceptado, Paula volvió a casa en el coche que
Pedro le había asignado. El chófer
tenía instrucciones específicas de
recogerla dentro de dos días para
llevarla al trabajo, y, a su vez, este le
dejó su tarjeta personal y le dijo que,
si alguna vez necesitaba transporte,
era su obligación llamarlo. Tras esa,
en cierta medida, cortante
presentación ya no le volvió a dirigir
más la palabra durante todo el
camino.

Ya sentía como si Pedro estuviera
tomando las riendas de su vida y se
deslizara entre cada resquicio o
rincón que encontrara. Ya ocupaba
todos sus pensamientos, y dentro de
poco poseería su cuerpo.
Un leve escalofrío se le instaló en el
cuerpo mientras subía en el ascensor
hasta su apartamento. Miró la hora y
deseó que Caroline no estuviera en
casa. Necesitaba tiempo para pensar.
Necesitaba un momento a solas para
digerir todo lo que había pasado
durante el día y para ponderar lo
mucho que su vida iba a cambiar.