lunes, 15 de septiembre de 2014

Capitulo 82

Paula se sentó con las piernas
cruzadas en la cama de Pedro y
devoró la pizza que este había pedido
a domicilio. Estaba tan buena… justo
como a ella le gustaba. Con extra de
queso, salsa de tomate ligeramente
picante y masa de pan gruesa.

Él la observó con divertimento
mientras se chupaba los dedos para
limpiárselos antes de volver a
hundirse en las almohadas dando un
suspiro.

—Buenísimo —le dijo—. Me estás
mimando, Pedro. No hay otra palabra
para describirlo.

Sus ojos brillaron con malicia.
—Yo que tú me esperaría a después
para decir lo mucho que te mimo.

El cuerpo se le contrajo al
instante y el calor le comenzó a subir
por las venas. Por mucho que lo
intentara, no podía temer los azotes
que él le había prometido que
vendrían. Si acaso, lo único que
estaba era temblando de deseo.

Lo miró a los ojos y
entonces se puso más seria.
—Siento mucho lo que pasó anoche.
No tenía ni idea de que estabas tan
preocupado. Si hubiera mirado el
móvil te habría llamado o mandado
un mensaje, Pedro. No te habría
ignorado.

—Sé que no —dijo con brusquedad—.
Pero lo que importa es que quiero
que seas consciente de que tienes que
tener cuidado. El salir por ahí, tú y
tus amigas, solas y
emborrachándoos, solo invita a los
problemas. Miles de cosas le pueden
pasar a un grupo de chicas
vulnerables y que van solas.

Que Pedro fuera tan protector con
ella le daba una inmensa satisfacción.
Tenía que sentir algo por ella mucho
más allá de ser simplemente su
objeto sexual.

—Si ya has terminado, aún nos queda
el asunto de tu castigo —le informó
con voz sedosa.

Madre mía. Su mirada se había
derretido y se había estremecido de
lujuria y deseo. La necesidad se
apoderó de su piel, tensándola y
haciéndola arder.

Apartó la caja de la pizza y él la cogió
y la depositó en la mesita de noche
que había junto a la cama.

—Desnúdate —le dijo bruscamente—.
No quiero que tengas nada puesto.
Cuando termines, ponte a cuatro
patas con el culo en el borde de la
cama.

Ella se levantó con las rodillas
temblorosas y rápidamente se quitó la
camiseta, que era de Pedro, y se
quedó desnuda ante su atenta
mirada. Se giró para darle la espalda
y encarar la cama y luego hincó las
rodillas en el colchón y se movió
para colocarse en el borde. Apoyó las
manos por delante y cerró los ojos al
mismo tiempo que respiraba hondo y
esperaba su próxima orden.

Se escucharon pasos en la habitación.
El sonido de un cajón que se abría.
Más pasos y luego artículos que él
había dejado en la mesita auxiliar.
Pedro pegó los labios sobre uno de
sus cachetes y pasó los dientes por
toda la extensión de su piel,
provocándole un estremecimiento
que le envió escalofríos a través de
las piernas.

—No hagas ni un ruido —le indicó
con una voz llena de deseo—. Ni una
palabra. Vas a recibir tu castigo en
silencio. Y después, voy a follarme
ese culito tan dulce que tienes.

Los codos de Paula cedieron y
casi perdió el equilibrio. Se volvió a
colocar de nuevo y se apoyó en los
codos una vez más.
La fusta se deslizó por su trasero
produciendo el mínimo ruido y
haciendo gala de su engañosa
suavidad. Se alejó de su piel y luego sintió el fuego recorrer sus
glúteos cuando le dio el primer azote.

Hundió los dientes en el labio inferior
para asegurarse de que ningún ruido
se escapaba de su garganta. No se
había preparado. Había estado
demasiado centrada en su deseo. Esta
vez se mentalizó y se preparó para
recibir el siguiente golpe.

Nunca le daba en el mismo
sitio dos veces, ni tampoco prolongó
el castigo para impresionarla. Él
simplemente azotaba su trasero con
una serie de latigazos que variaban
en fuerza e intensidad. No había
ninguna forma de saber qué esperar a
continuación porque cambiaba el
ritmo cada vez.

Perdió la cuenta cuando iba por
diecisiete. Todo su cuerpo se retorcía
de necesidad. El dolor inicial había
remitido y, en su lugar, una ardiente
palpitación se había instalado en su
piel. Perdió toda noción de las
cosas que la rodeaban, como si
flotara en un plano completamente
diferente donde la fina línea entre el
placer y el dolor no se distinguía.

De lo siguiente que Paula se
percató fue del cálido lubricante que
le estaba aplicando en el ano y luego
sus manos masajeándole los
cachetes.

—Tu culo es precioso —murmuró
Pedro con una voz tan sedosa y suave
como el mejor chocolate—. Mis
marcas están ahí. Las llevas porque
me perteneces. Y ahora voy a
follarme ese culito tan dulce que
tienes porque me pertenece y aún no
he reclamado lo que es mío.

Paula tragó saliva y bajó la
cabeza al mismo tiempo que cerraba
los ojos y Pedro le agarraba las
caderas. Luego las deslizó por encima
de su trasero y le abrió los cachetes.
La punta redonda de su miembro
presionó contra ella y, entonces,
moviéndose con más fuerza, la abrió
para poder penetrarla por primera
vez.

Fue a un ritmo extremadamente
lento, y fue paciente. Mucho más
paciente de lo que ella era.
Lo quería ya en su interior. La espera
la estaba matando.

—Relájate, nena —la tranquilizó—.
Estás muy tensa. No quiero hacerte
daño. Déjame hundirme en tu
interior.

Ella hizo tal y como él le indicó, pero
era difícil cuando cada nervio de su
cuerpo estaba inquieto y gritándole.
De forma instintiva, ella se movió
contra él, pero Pedro le puso las
manos en el trasero y retuvo su
movimiento.

—Sé paciente, Paula. No quiero
ir demasiado rápido y hacerte daño.
Él se salió de su interior y volvió a
introducirse en ella con embestidas
poco profundas. Paula sentía los
nudillos de Pedro rozándole la piel
mientras se agarraba el tallo de su
erección y la guiaba hasta su interior.

Había ganado mucha más
profundidad que antes.
El ardor era abrumador. Ni siquiera
habiéndola dilatado todos los días
con los plugs que le había obligado a
llevar podía estar preparada para
albergar en su interior toda su
extensión. Era ancho y estaba duro
como una roca. Era como estar
empalada por una barra de acero.

—Ya casi estamos —le susurró—. Solo
un poco más. Sé buena
chica y acógeme entero.

Paula obligó a cada músculo de
su cuerpo a relajarse, y, justo cuando
lo hizo, él la embistió con más fuerza
y sus testículos presionaron contra la
entrada de su sexo.
Estaba empalado en ella por
completo. Lo había acogido entero.

—Joder, qué bien me haces sentir —le
dijo Pedro con una voz forzada—.
Tócate, Paula. Baja la cabeza,
apoya una de tus mejillas en la cama
y usa los dedos mientras te follo el
trasero.

Esas palabras tan obscenas solo
estaban consiguiendo excitarla más.
Ella se inclinó hasta encontrar una
posición cómoda y él se acomodó
con ella, aún bien
hundida en su ano. Paula deslizó
los dedos entre sus labios vaginales y
comenzó a estimularse el clítoris
presionando lo justo como para llegar
a correrse.

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