lunes, 1 de septiembre de 2014

Capitulo 42

Paula no se quería ni imaginar,
en lo más mínimo, a su hermano en
esa clase de situaciones.

—Me apuesto a que Pedro se está
tirando a la hermana de Gonzalo. ¿Os
imaginais si se entera? Todo el
mundo sabe que es extremadamente
sobreprotector con ella.

Paula suspiró. Probablemente
había sido mucho pedir entrar a
trabajar y no estar en boca de todos.

—A lo mejor lo sabe y no le importa
—sentenció otra mujer—. Ya es
adulta.

—Es muchísimo más joven que Pedro,
y, si le ha hecho firmar un contrato,
no creo que Gonzalo se lo tomara muy
bien.

—Puede que a ella le vayan ese tipo
de cosas.

—Eh, chicas. —Una mujer nueva
abrió la boca con voz dubitativa—. Yo
sé que la cosa del contrato es cierta.
Me colé en su oficina una noche
cuando me quedé trabajando hasta
más tarde. Tenía curiosidad. Ya
sabéis, por los rumores y demás.
Tenía un modelo de contrato en su
mesa, una lectura muy interesante.
Digamos que, si una mujer se va a la
cama con él, básicamente está
firmando la cesión del control de su
vida durante ese período de tiempo.

Paula apoyó la cabeza sobre las
rodillas con un golpe seco.

—¡No fastidies! ¿Estás de broma?

—¿Estás loca? ¿Sabes lo que podría
haber pasado si te hubiera pillado? Te
habría despedido ahí mismo y solo
Dios sabe qué más te habría hecho.

—¿Cómo diablos entraste en su
oficina? Sé por experiencia que
siempre la deja cerrada con llave.

—Eh… manipulé la cerradura. Se me
da bastante bien —admitió la mujer.

—Nena, eres una suicida. Yo que tú
no lo volvería a hacer.

—Mierda, chicas. Tenemos que volver
al trabajo. Ese informe es para las
dos, y Pedro no es tan comprensivo
como Fabri con los retrasos. Ojalá
El y Gonzalo se den prisa y vuelvan
de donde sea que estén. Trabajar
para ellos es mucho más fácil que
para Pedro.

De repente se pudo percibir un
frenesí de actividad. Primero el
sonido de los zapatos yendo de un
lado a otro, luego de las manos al
sacar papel del dispensador y por
último el de sus pisadas al salir. La
puerta se cerró con un chirrido y
Paula suspiró profundamente de
alivio.

Se bajó rápidamente del retrete e
igual de deprisa se arregló la falda.
Abrió la puerta del aseo y se asomó
ligeramente; al ver que no había
nadie se precipitó hasta el lavabo y se
lavó las manos con celeridad.

Cuando
se encontró justo enfrente de la
puerta de los servicios, dudó por un
momento, pero entonces la abrió un
poco y se asomó al pasillo.

No había nadie al acecho, por lo que
Paula salió corriendo y se
apresuró a volver a la oficina de
Pedro.

Vaya cosas que se aprendían en el
trabajo…
Pedro se enfadaría muchísimo si
supiera que alguien había entrado en
su oficina y leído documentos
personales, pero no iba a
ser una chivata en su primer día de
trabajo. No sabía siquiera qué mujer
era la culpable; todos los nombres y
voces se le habían mezclado durante
las presentaciones.

Afortunadamente, Pedro no había
vuelto de su reunión cuando  llegó a la oficina, así que la joven
se dirigió a su mesa y se volvió a
hundir en la silla. Abrió de nuevo la
carpeta y las palabras comenzaron a
mezclársele justo delante de sus ojos.

Era demasiada información para ser
procesada en un día. Dio un pequeño salto cuando de
repente sonó el teléfono. Lo miró con
gesto nervioso y, entonces, vacilante,
lo descolgó.

— Paula Chaves —dijo como
saludo. Un «hola» sonaba poco
profesional y no quería quedar como
una completa idiota.

La voz cariñosa y sensual de Pedro
llenó su oído.
—Pau, voy a llegar un poco
tarde. Tenía intención de que
almorzáramos juntos, pero me voy a
retrasar. Le diré a Eleonor que te pida
algo.

—De acuerdo, gracias —murmuró.

—¿Te ha enseñado toda la oficina?

—Sí.

—¿Y? ¿Ha ido bien? ¿Han sido todos
educados contigo?

—Oh, sí, sí, claro. Todo el mundo ha
estado genial. Ya estoy de vuelta en el
despacho, obviamente, ya que estoy
hablando contigo. Sigo trabajando en
la carpeta que me diste esta mañana.

—Pero no te olvides de comer —le
dijo con un tono de advertencia—. Te
veo después del almuerzo.

Antes de que ella pudiera siquiera
decirle «adiós», la línea se cortó. Con
pesar, colgó el teléfono y devolvió la
atención a la carpeta.

Treinta minutos más tarde, Eleonor se
asomó por la puerta y ella le hizo un
gesto con la mano para que pasara.
Traía consigo una bolsa con comida,
que luego depositó sobre su mesa.
—El señor Alfonso me dijo que te
gustaba la comida tailandesa y hay un
sitio bastante bueno al final de la
manzana que reparte a domicilio, así
que te he pedido el especial. Si me
dieras una idea de lo que te gusta y
de lo que no, tomaré nota para que
en un futuro pueda pedirte algo que
sea de tu gusto.

—El tailandés suena perfecto —le dijo—. Gracias. No tenías por
qué hacerlo.
Eleanor frunció el ceño.

—El señor Alfonso fue muy específico
cuando me dijo que tenía que traerte
el almuerzo y asegurarme de que
comieras. Ah, y, por si él no te lo ha
dicho todavía, aquí en la oficina
también tiene una pequeña nevera
con una variedad de bebidas, así que
sírvete tú misma. Está justo debajo
de ese armario.

—Gracias, Eleonor. Has sido muy
amable.

Ella asintió, se dio media vuelta y
desapareció por la puerta de la
oficina.
Hasta ahora Paula no estaba
completamente segura de que esto
estuviera yendo de la manera que se
suponía que tenía que ir. Era la
asistente personal de Pedro, que
significaba que ella era la que asistía,
no que otros empleados tuvieran que
ponérselo todo en bandeja. Paula esperaba que no le hubiera dado
la misma orden a otros en el
departamento. Si lo había hecho, su
nombre se mancharía y ya nadie
dudaría en pensar que estaban
acostándose juntos y que solo estaba
aquí para ofrecerle servicios sexuales
a Pedro.

Aunque ese fuera realmente el
cometido más importante de su
trabajo.
Vaya, sonaba como si fuera una
prostituta. Y quizás en esencia sí que
lo era. La habían contratado para
ofrecer sexo; si eso no la convertía
en una puta, ¿entonces en qué?
El único consuelo que tenía era que
no le estaba pagando por ello.
Soltó un gemido cuando se dio
cuenta de lo estúpida que era esa
afirmación. Sí que le estaba pagando.
¡Y mucho! Por un trabajo inexistente
con obligaciones tan básicas como
era la de memorizar una gran
cantidad de detalles de algunas
personas clave. Estaba en nómina y
por alguna razón no pensaba que
fuera a encontrar en su archivo
personal el término «juguete sexual».
Pero ambos sabían que eso era
precisamente lo que era, una sumisa
sexual a la que pagaban por sus
servicios.

Dejó caer la cabeza sobre la mesa y
suspiró. Paula no se consideraba
particularmente a sí misma una
sumisa. Y no es que no pudiera serlo
en la situación adecuada, pero no era
algo que estuviera profundamente
arraigado en ella. Ni tampoco era una
necesidad que se sentía obligada a
satisfacer para poder ser feliz.

Era… una perversión sexual, aunque
ella nunca se había imaginado que
tuviera ninguna. Aún no estaba
segura de exactamente en qué
posición se encontraba dentro de
toda ese mundo del sado y de la
sumisión, y de las otras cosas
chocantes que estaban en el contrato.
Pero lo había aceptado. Había
firmado voluntariamente. Así que
estaba más que segura de que pronto
lo averiguaría.

---------------------------
Comenten y gracias x leer!
Soy @letipauliter

3 comentarios:

  1. Nunca faltan las chusmas en la oficina jajaja yo q ella hubiera salido en el medio de la conversacion de las arpias asi se caian muertas ahi nomas jajaja mimiroxb

    ResponderBorrar
  2. me hubiese gustado q Paula saliera del baño en pleno chusmerio jajajajajaj zorrassss

    ResponderBorrar
  3. Me hubiera encantado q Paula saliera del baño y las descubriera jajaja Me imagino las caras jajaja. Está buenísima la historia.

    ResponderBorrar