martes, 2 de septiembre de 2014

Capitulo 45

Ver a Pedro dirigir a la dependienta
era una experiencia desconcertante
para Paula. Se decidía entre
todos los vestidos seleccionados con
increíble precisión, desechando
rápidamente los que no le gustaban y
seleccionando los que sí.

Francamente, era la primera vez que iba de compras sin tener
ningún poder de decisión sobre lo
que quería. De hecho, era Pedro
quien asumía esa responsabilidad.

Y aunque era raro, resultaba fascinante al mismo tiempo.
Obviamente Pedro tenía buen ojo
para saber lo que le favorecía a una
mujer. También era evidente que no
tenía ni el más mínimo deseo de que
ella llevara nada que dejara
demasiado al descubierto, aunque sí
muy sugerente. De hecho, había
escogido varios vestidos que eran
alucinantes y Paula se moría de
ganas de probárselos y ver cómo le
quedaban. Pero no se podían
comparar en nada al vestido que
había llevado en la gran inauguración.

Cuando se probó el vestido que
le había elegido para llevar esa
noche, casi se desmayó ahí
en medio al ver el precio en la
etiqueta. Era obsceno. Intentó no
pensar en ello mientras se miraba en
el espejo, pero era como si una señal
de neón estuviera ahí gritándole el
precio que marcaba la etiqueta.
De todos modos, se lo tendría que
devolver a Pedro. El vestido le
quedaba de maravilla; le resaltaba la
figura y el color de la piel. Era de
tubo entallado, de un intenso color
rojo, y, además de ajustársele
perfectamente a las caderas, también
se le ceñía en las piernas hasta unos
cuantos centímetros por encima de
las rodillas. No tenía mangas, y
tampoco era escotado. Le dejaba los
brazos completamente desnudos pero
nada a la vista por delante ni por
detrás.

Nunca vestía de rojo, y a
lo mejor era porque lo conside raba
demasiado… atrevido. O descarado.
Pero daba igual, porque el vestido en
ese color le quedaba fabuloso.
Parecía una sirena sexual. Aunque el
vestido no fuera escotado, al ser tan
ajustado, le dibujaba perfectamente
la forma redonda de los pechos.
Se la veía… sofisticada. Y eso le
gustaba. La hacía sentirse como si de
verdad perteneciera al mundo de
Pedro.

—Paula, quiero verlo.
La voz impaciente de Pedro se coló
dentro del probador.
Estaba sorprendida de que
simplemente no la hubiera desnudado
en medio de la tienda. La dependienta
había cerrado la boutique para él y
solo estaban ellos dos dentro del
establecimiento. Por la cantidad de
dinero que le estaba pagando, no le
extrañaba que la mujer estuviera
impaciente por obedecer sus deseos.

Abrió la puerta del probador y,
vacilante, salió para que la viera.
Pedro estaba sentado en una de las
cómodas butacas que había justo
enfrente y los ojos le brillaron de
inmediato cuando su mirada se posó
sobre ella.

—Es perfecto —dijo—. Te lo pondrás
esta noche.
Se giró y llamó con la mano a la
dependienta, que se dirigió hacia
ellos.
—Encuéntrele unos zapatos que vayan
con este vestido. Ya puede poner
también el resto de los vestidos que
hemos estado eligiendo para ella,
añadir los que considere que le
quedarán bien y enviarlos a mi casa.

La mujer sonrió.
—Sí, señor. Entonces bajó la mirada hasta los pies
de Paula.

—¿Qué número tiene usted, señorita Chaves?

—Un treinta y siete —murmuró
Paula.

—Creo que tengo los tacones
perfectos. Iré a buscarlos.
Un momento más tarde, la
dependienta volvió con un par de
zapatos con los tacones plateados que
parecían tener unos doce
centímetros. Antes de que Paula
pudiera decirle que de ninguna de las
maneras se iba a subir a esos
zapatos, Pedro frunció el ceño.

—Se matará con ese calzado.
Encuéntrele otros zapatos un poco
más razonables.

Impertérrita, la dependienta se retiró
rápidamente y volvió poco después
con un par de zapatos con tacones
negros muy elegantes y sensuales,
que al menos no parecían tener un
alfiler por tacón.

—Esos son perfectos —afirmó Pedro.
El hombre bajó la mirada hasta su
reloj, y Paula pudo ver en su
rostro que ya era hora de marcharse.

Sin una palabra más, volvió al
probador y se quitó el vestido con
cuidado de no arrugarlo, y, tras
ponerse de nuevo su ropa, se lo dio a
la dependienta para que lo envolviera
con los zapatos.

Cuando salió del probador, Pedro la
estaba esperando. Le puso la mano
en la espalda, que era como estar
quemándose a fuego lento, y ambos
caminaron hasta la parte delantera de
la tienda. ¿Se aplacarían algún día las
reacciones que él le provocaba?
¿Llegaría el día en que la tocara y ella
no se estremeciera? No parecía
posible dada la intensidad de la
atracción que existía entre ellos. Eran
como dos imanes que se atraían
inexorablemente.

Tras liquidar las compras con la
dependienta, la condujo hasta
el coche que los estaba esperando
fuera y juntos emprendieron el
camino de vuelta al apartamento.

Sabiendo que Caroline se iba a
preguntar dónde narices estaba, sacó
su teléfono y le envió un mensaje.

CON PEDRO. NO SÉ SI ME QUEDARÉ
OTRA VEZ ESTA NOCHE. TENGO UN
EVENTO AL QUE IR. ACABO DE VENIR
DE COMPRAS, OMG. TE PONDRÉ AL
DÍA LUEGO.

Pedro la miró con curiosidad pero no
hizo ningún comentario. Devolvió el
teléfono a su bolso, pero apenas
unos pocos segundos después el
móvil empezó a sonar. Se trataba de
la melodía que tenía configurada para
cuando llamaba Gonzalo, así que lo
volvió a coger de nuevo.

—Es Gonza —le articuló con los labios
a Pedro.
Él asintió.

—Hola, Gon—dijo
cuando descolgó.

— Pau, ¿cómo te van las cosas?
¿Todo bien?

—Sí, claro. ¿Qué tal tú? ¿Cuándo vais
a volver tú y Fabricio?

Respuesta que  temía
porque sabía que cuando Gonzalo
volviera no habría ninguna forma de
esconderle que trabajaba para Pedro.
Y tampoco de saber cuántos rumores
o cotilleos podría escuchar. No estaba preparada
todavía para hacer frente a esta
delicada cuestión. Y quizá nunca lo
estaría.

—Pasado mañana. Las cosas están
yendo bien aquí. Solo quería ver
cómo estabas y asegurarme de que
todo iba bien.

De fondo, Paula escuchó la risa
suave de una mujer y la voz de Fabricio.
Los ojos se le abrieron como platos al
recordar la charla que había
escuchado por causalidad en el baño.

—¿Dónde estás? —le preguntó.

—En la suite del hotel. Tenemos otra
reunión mañana y luego un evento
social para conseguir posibles
inversores locales por la noche.
Cogeremos temprano un vuelo a la
mañana siguiente y estaremos de
vuelta en Nueva York al mediodía.

Si estaban en la suite del hotel, era
obvio que sí que había una mujer con ellos. Estaba claro que había
mucho que no sabía sobre su
hermano. Era un poco raro e
incómodo, además de repulsivo,
conocer de repente aspectos de su
vida sexual, así que… no, gracias. No
quería imaginárselo en algún trío
ilícito con Fabricio y otra mujer.

—De acuerdo, te veré entonces.

—Cenemos juntos cuando vuelva.
Siento mucho no haber estado
contigo en la inauguración, no te he
visto apenas últimamente.

—Sí, me gusta la idea.

—Entonces es una cita. Te llamaré
cuando llegue.

—Te quiero —le dijo Paula al
sentir un arranque de afecto por su
hermano mayor. Había sido una pieza
vital en su vida. No como figura
paternal, sino más bien como una
presencia firme en la que apoyarse
desde una edad muy temprana. A la
muerte de sus padres, no muchos
hombres habrían asumido la
responsabilidad de hacerse cargo de
una hermana muchísimo más
pequeña cuando él mismo no era más
que un jovencito más.

—Yo también te quiero, peque. Hasta
luego.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario