sábado, 20 de septiembre de 2014

Capitulo 96

Las náuseas comenzaron a apoderarse
de su estómago cuando consiguió
distinguir bien a esa persona.

Charles. El hombre que la había
asaltado sexualmente en París, en la
suite de Pedro. No podía ser
coincidencia que hubiera chocado
con él justo en la puerta de las
oficinas.

Paula retrocedió, cautelosa, pero
él la agarró del brazo y la empujó
hacia la pared del edificio para
alejarla de la atención de los
peatones. Todavía se encontraba a
unos pasos de la entrada. Su mirada
automáticamente se desplazó hasta
los alrededores para ver cuál sería la
mejor manera de escapar de su
agarre.

—No me toques —le soltó con
mordacidad—. Pedro te hará pagar
por esto.

El rostro de Charles se transformó en
un gruñido.
—Gracias a tu exageración, Pedro
montó en cólera. Está intentando
dejarme fuera del acuerdo por
completo. No va a hacer negocios
conmigo, y eso dañará mi imagen
para hacer negocios con otros.
Necesito este acuerdo, y tú me lo has
jodido.

—¿Que yo te lo he jodido? —gritó
Paula—. Imbécil, ¡tú abusaste de
mí! ¿Y yo te lo he jodido? ¡Eres un
cerdo!

—¡Cierra la puta boca! —siseó al
mismo tiempo que se acercaba más a
ella y la agarraba de los brazos con
más fuerza.

—Suéltame —le advirtió—. Aléjate de
mí.

Su agarre era cruel y fuerte, y Paula supo que le dejaría marcas. Ella
solo quería alejarse de ese gilipollas y
volver con Pedro, donde estaría a
salvo. Donde él nunca dejaría que le
pasara nada.

La lluvia caía con fuerza y se
deslizaba por su rostro, así que
tuvo que parpadear para
aclarar la visión. Hacía frío y le
estaba entrando mucho más al
filtrarse el agua por su ropa y su
pelo.

—Tú y yo tenemos algo que discutir
—le soltó—. Quiero información
confidencial sobre las ofertas. Sé que
tienes acceso a ellas. Mi única
oportunidad es ser capaz de dar un
precio sustancialmente más bajo que
el de mis competidores para que HCM
no tenga más remedio que elegirme a
mí. Puede que pierda dinero con este
acuerdo, pero me posicionaría muy
bien en el futuro. Necesito conseguir
el acuerdo, y tú lo vas a
hacer por mí.

—¡Estás loco! No te voy a decir ni
una mierda; Pedro me mataría y
también mi hermano. No traicionaré
a ninguno de los dos, y menos por un
gilipollas como tú. Ahora, suéltame o
empezaré a gritar hasta que se me
escuche en toda la manzana.

—Yo no lo haría si fuera tú —le
advirtió en voz baja.
Charles le puso el móvil en la cara, la
pantalla estaba delante de sus narices
antes de que ella pudiera siquiera
enfocar la vista. Entonces ahogó un
grito, horrorizada por lo que
mostraba la pantalla. Esto no estaba
pasando. ¡No podía estar pasando!

—Oh, Dios —susurró.

Las náuseas le habían formado un
nudo en la boca del estómago. Estaba
completamente asqueada por lo que
acababa de ver. Era ella. Atada y de
rodillas con la polla de Pedro metida
en la boca. Las mejillas las tenía
abultadas mientras se tragaba toda su
extensión.

Charles presionó un botón y la
siguiente imagen que vio era también
de ella, atada en la mesa pequeña,
con los ojos y los labios cerrados con
fuerza mientras Charles se encontraba
de pie, con una mano enredada en su
pelo y la otra agarrándose el miembro en
un intento de metérsela en la boca.
Lo que significaba que uno de los
otros había hecho las fotos. ¿Qué
clase de enfermo cabrón hacía esa
clase de cosas?

Necesitó cada resquicio de fuerza que
le quedaba para no dar una arcada y
vomitar ahí mismo en la calle.
—¡Cabrón enfermo! —siseó.

No había necesidad ninguna de
preguntarle cómo había conseguido
las fotos. Las habían hecho en la
suite de París. La idea de que alguien
tuviera esas fotos, de que las
miraran, la aterrorizaba.

—Este es el trato, Paula—dijo
Charles. La mano que tenía agarrado
su brazo la apretó con más fuerza
como si supiera lo mucho que quería alejarse de él—. Vas a
darme esa información que quiero o
haré públicas las fotos. ¿Crees que a
tu hermano le gustará ver fotos de su
hermanita pequeña colgadas por
Internet? Serás famosa, pero no de la
forma que a todos vosotros os
gustaría.

El frío le caló tanto los huesos que su
cuerpo parecía un cubito de hielo.
Ella se le quedó mirando, ausente,
mientras un inmenso pesar se
apoderaba de ella.
Ese maldito bastardo sería capaz de
hacerlo. Podía ver la resolución y la
desesperación reflejadas en sus ojos.

—¡Hijo de puta! —le dijo con voz rota
—. ¡Tú me hiciste esto! ¿Y ahora me
vas a amenazar con fotos en las que
estás abusando de mí?

—Piénsalo —le dijo con seriedad—.
Esperaré tu llamada antes del fin de
semana. Si no me das la información,
me aseguraré de que todo el mundo
vea estas fotos.

Le soltó entonces el brazo y se alejó
para desaparecer entre la marea de
paraguas y peatones que se
precipitaban para poder cobijarse de
la lluvia.

Paula se quedó ahí parada
durante un buen rato, todavía
conmocionada por las ilícitas fotos
que él había hecho. La lluvia seguía
empapándole el rostro y la ropa,
pero ella no sentía ya nada. Estaba
completamente absorta por lo que
acababa de sucederle y porque estaba
en una posición insostenible.

Si traicionaba a Pedro, lo perdería
para siempre. La alejaría de su vida
sin pensárselo dos veces y sin ningún
remordimiento. Si no lo traicionaba,
esas fotos saldrían a la luz. Louis las
vería. El mundo entero las vería. No
solo la amistad de Gonzalo con Pedro
terminaría, sino que también podría
significar el final de su relación en
los negocios. Y la reputación de Pedro
volvería, una vez más, a sufrir las
acusaciones de que
había abusado de otra mujer. Una vez
podría no ser muy grave, ¿pero dos?
La gente haría una montaña de un
grano de arena.

Se pegó las bolsas
empapadas al pecho y se fue
tambaleando hasta la entrada del
edificio de oficinas. El pánico la hacía
moverse con torpeza. El corazón le
estaba latiendo a tanta velocidad que
hasta le dolía, e incluso se veía
incapaz de procesar ningún
pensamiento.

Subió entonces en el ascensor con el
miedo aumentándole cada vez que
respiraba. ¿Qué era lo que se suponía
que tenía que hacer?

Sí, tenía acceso a las ofertas. Sería
simple cuestión de pasarle la
información a Charles. Aunque eso no
facilitaría las cosas tampoco, porque,
incluso aunque este diera un precio
más bajo que el de sus competidores,
Pedro nunca optaría por él. Y
entonces, aunque hubiera hecho lo
que Charles le había pedido, estaría
enfadado y se vengaría publicando las
fotos de todas formas.

¿Qué debería hacer?

Cuando llegó a la oficina de Pedro, él
ya había colgado el teléfono. Nada
más entrar por la puerta, este se
puso de pie y la miró con una
expresión preocupada dibujada en el
rostro.

—Paula, ¿qué diablos ha pasado?
¡Estás empapada! ¿No has cogido el
paraguas?

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