domingo, 7 de septiembre de 2014

Capitulo 53

Pedro estaba tumbado en la
oscuridad con la mirada fija y vacía
en el techo mientras Paula se
encontraba acurrucada en el recodo
de su brazo. Sabía que estaba
despierta, su cuerpo no se había
quedado laxo ni su respiración suave,
dos cosas que él asociaba con su
descanso. Estaba tumbada ahí en
silencio, arrimada contra su costado
casi como si estuviera procesando
todo lo que acababa de ocurrir.

Era un cabrón. Lo sabía, y estaba un
poco arrepentido. Pero también sabía
que no iba a parar. Había roto cada
promesa que le había hecho hasta el
momento, y, aun así, sabía que
seguiría rompiéndolas. No la había
introducido en su mundo con calma y
tranquilidad. No la había tratado con
suavidad. Ni con paciencia. Paula
lo volvía loco, lo desquiciaba.

Abrió la boca, pero luego la
volvió a cerrar otra vez. Le debía una
explicación por lo que había pasado
esta noche y, aun así, su orgullo no
dejaba que le dijera por qué. Le había
cabreado que se hubiera ido molesta,
pero también al mismo tiempo le
divertía y le hacía sentirse orgulloso
de ella, ya que básicamente lo había
mandado a freír espárragos y lo había
abandonado allí.

Si hubiera estado con cualquier otro
tío, una escenita tan peligrosa como
la que él había protagonizado esa
noche habría más que justificado sus
acciones. Él habría sido el primero
que le habría dicho que corriera muy,
muy lejos y lo más rápido que
pudiera. Luego él mismo le habría
pegado una buena tunda al cabrón
que la hubiera utilizado de tal forma.

Pero si ella intentaba alejarse de él,
sabía perfectamente que no la
dejaría escapar. Iría tras ella con
todo lo que tenía, y, a menos que la
atara a su cama y la mantuviera
cautiva, no la iba a dejar ir. No
todavía.

—Lo que pasó esta noche no fue lo
que pensaste —le dijo
sorprendiéndose a sí mismo cuando
la afirmación se le escapó de los
labios.
Maldición, Pedro no quería tocar este
tema con ella ni ahora ni nunca. Si
Paula no había decidido
quedarse para ver por ella misma lo
que había pasado, ¿por qué debería
explicárselo él?

«Porque es diferente y te has
comportado como un imbécil con
ella. Se lo debes.»

Paula se revolvió contra él y se
apoyó en un brazo, el pelo le caía en
cascada sobre el hombro. Él alargó la
mano hasta la lámpara ante la
necesidad que tenía de verla discutir
con él. El suave fulgor le iluminó el
rostro y su morena piel brilló bajo la
tenue luz.

Era hermosa. No había otra palabra
para describirla. Era tan dulce que
provocaba hasta un dolor físico al
mirarla, menos cuando estaba
enfadada con él. Pero, sin embargo,
tenía que admitir que lo había puesto
a cien cuando se había mostrado tan
celosa y desdeñosa como una gatita
enfadada. Se la había querido follar
allí mismo para que esta le clavara
esas garras en la espalda.

—Creo que era bastante obvio lo que
pasaba —dijo Paula
entrecerrando los ojos—. La rubia me
arrinconó en el baño y dejó muy
claro que prefería al Alfonso más joven
y más rico antes que a tu versión más
vieja y menos rica. Y también quería
indicaciones sobre cómo llevarte a la
cama. Y justo después lo único que
veo es a los dos pegados el uno
contra el otro en la pista de baile, tú
cogiéndole el culo… sin mencionar
también otros sitios.

Ella se paró y respiró hondo. Pedro
podía deducir que se estaba
enfadando otra vez, pero admiró que
lo hubiera sacado todo. No le tenía
miedo, y eso le gustaba. No
quería una ratoncita tímida, aunque
sí quisiera a una persona
completamente sumisa. Había una
diferencia entre ser sumisa y no
tener carácter.

Él quería una mujer fuerte con mente
propia, pero que no se enfadara por
su dominancia. Paula podría ser
la mujer perfecta para él, pero no
estaba seguro de qué conclusiones
sacar de ello.

—Sé que nuestra relación no es
pública. Y sé que estaba ahí por
trabajo. Nadie sabe lo nuestro. No
debería haberme sentido tan
avergonzada, pero me sentí humillada
y no podía hacer nada. Quería
meterme bajo una mesa y morirme,
porque yo seguía pensando que
teníamos un contrato. Yo te
pertenezco, pero, maldita sea, si yo
te pertenezco, entonces por huevos tú
también me perteneces a mí, y ahí
estabas tú tan cómodo y sobón con la
rubia. Le sonreíste de esa forma tan
especial, Pedro. Y tú no le sonríes a
nadie.

El estómago se le revolvió al escuchar
el dolor en su voz, la acusación en su
tono.

—Me cabreó y me humilló porque en
todo lo que podía pensar era en que
no estabas satisfecho conmigo y que
no era mujer suficiente para ti.
¿Hemos estado juntos, cuánto, unas
pocas veces, y ya estabas al acecho
de tu siguiente contrato?

—Eso es una estupidez —dijo
furioso de que le hubiera hecho daño
con sus acciones—. Una total y
completa gilipollez. Mira, bailé con
ella. La dejé que se me insinuara
porque quería que mi padre viera con
qué clase de mujer se había asociado.
La tía no era nada sutil y quería que
mi padre lo viera. Me cabreó cuando
lo vi entrar con ella en la sala y todo
empeoró cuando comenzó a tirarme
los tejos con mi padre justo ahí
delante. No he superado el divorcio
de mis padres. No estoy
acostumbrado a ver a mi padre con
una mujer diferente cada semana. Mi
madre está en casa llorando su
matrimonio mientras a mi padre
parece no importarle una mierda. Así
que, sí, la dejé que se me echara
encima e hice que sus intenciones
fueran obvias a la vista de todos
porque mi padre necesita ver la clase
de mujer por la que ha reemplazado a
mi madre.

Los ojos de Paula se suavizaron y
parte de su enfado se disolvió
mientras tocaba a Pedro en el brazo.
—Te duele verlo con todas esas otras
mujeres.

—Sí, claro —soltó —. Siempre
los tuve a ambos como referencia
toda mi vida. Me sentí humillado
cuando Lisa y yo nos divorciamos; me
sentí como el fracaso más grande del
planeta porque mis padres habían
estado juntos y habían aclarado sus
diferencias durante casi cuarenta
años, y yo no pude hacer que el mío
durara ni tres malditos años. Ellos
eran un ejemplo de lo que el
matrimonio podía ser. Eran la prueba
de que el amor existe aún hoy día y
de que los matrimonios pueden
funcionar si las personas se
esfuerzan. Y entonces, de un día para
otro, mi padre se larga y en cuestión
de meses ya se habían divorciado.
Sigo sin entenderlo. No tiene ningún
sentido, y odio todo el daño que eso
le está provocando a mi madre. Estoy
muy cabreado con mi padre, y, aun
así, lo sigo queriendo. Me
decepcionó. Decepcionó a nuestra
familia. Y no lo puedo perdonar por
ello.

—Te entiendo —dijo Paula con
suavidad—. Cuando mis padres
murieron, me enfadé muchísimo con
ellos. Suena estúpido, ¿verdad? Ellos
no eran culpables. Al contrario, ni
siquiera habían tenido intención de
morir. Fueron víctimas de un
conductor borracho. Y, aun así, me
enfadé muchísimo con ellos por
haberme abandonado. Si no hubiera
sido por Gonzalo, no sé lo que habría
hecho. Él fue mi punto de apoyo.
Nunca olvidaré todo lo que ha hecho
por mí.

Pedro la estrechó contra él. Sabía que
había pasado por una época dura tras
la muerte de sus padres. Gonzalo se
había desesperado porque no sabía
cómo ayudarla, o qué hacer. Paula estaba enfadada y llena de dolor,
y parecía imposible. Intentar llegar a
ella había vuelto loco a Gonzalo, además
de cuidarla y ofrecerle amor y apoyo.

La había criado como un padre,
pero en realidad había sido de todo
para Paula. Padre, madre y
hermano. Protector y su única fuente
de recursos. No muchos hombres
habrían hecho lo que él hizo. No
muchos hombres lo habrían dejado
todo de lado, cualquier oportunidad
de tener una familia o una relación,
para cuidar él solo de una hermana
más pequeña. Pedro lo admiraba por
ello.

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