miércoles, 24 de septiembre de 2014

Capitulo 110

Pedro estaba sentado en su oficina,
pensativo, con la cabeza que le iba a
explotar, y el corazón más lleno de
dolor todavía. Era temprano —él era
el único en la oficina tras las fiestas
—, pero no había podido dormir
desde que Paula había
abandonado su apartamento.
Había
habido demasiado dolor y traición
reflejados en sus ojos.

Se quedó mirando fijamente las dos
fotografías que tenía de ella en su
móvil, aunque una de ellas la había
impreso y enmarcado. La tenía
guardada en el cajón de su mesa, y, a
menudo, lo abría solo para verla
sonreír.
La Paula que veía en esas fotos
era la Paula a la que él había
hecho todo lo posible por destruir. Le
había sorbido la vida y la alegría de
sus ojos, y seguramente también le
había borrado la sonrisa.

Pasó los dedos por encima de la
imagen donde se encontraba en la
nieve, con las manos en alto y llena
de felicidad mientras intentaba coger
copos de nieve. Estaba tan hermosa
que hasta le quitaba el aliento.
Había pasado el Día de Acción de
Gracias con sus padres; su creciente
felicidad y alegría fue casi demasiado
para él, no lo soportaba. Era difícil
estar feliz porque ambos estaban en
el camino correcto para reconciliarse
cuando su propia vida estaba hecha
un desastre.

Y él era el único culpable.
Tras dejar la casa de sus padres,
había vuelto a su apartamento, que
estaba vacío y sin vida. Y entonces
había hecho algo que ya raramente
hacía. Se había emborrachado y había
intentado ahogar sus penas en una
botella… o tres.
Se había anestesiado durante todo el
fin de semana. Se sentía inquieto e
impaciente porque sabía que Gonzalo y
Fabricio se habían llevado a Paula
de vacaciones al Caribe. Estaba fuera
de su alcance, no solo físicamente,
sino emocionalmente también.

Le había hecho daño cuando le había
jurado que nunca más volvería a
hacerlo. Había traicionado su
confianza. Le había dado la espalda
porque se había sentido abrumado
por la culpa y el odio que se
profesaba él mismo por cómo la
había tratado. Como si fuera un
pequeño y sucio secreto del que se
sentía avergonzado.

A la mierda. Quería que todo el
mundo supiera que era suya. No le
importaba nada lo que Gonzalo pensara.
Y mucho menos si le daba su
aprobación o no. Lo único que le
importaba era hacerla feliz. Hacerla
sonreír y brillar del modo que lo
hacía cuando estaba con él.
Pero se había empeñado en extinguir
esa luz cuando le había dicho que se
había terminado. Como si de verdad
se hubiera cansado de ella y estuviera
listo para pasar página.
Él nunca conseguiría olvidarla. Eso lo
sabía sin lugar a dudas.

La amaba.

Tanto como era posible amar a otra
persona. Y Dios, la quería en su vida
todos los días. Que formara parte de
él tal y como él lo sería de ella.
Sin reglas ni condiciones. Que le
dieran al maldito contrato.

¿De cuántas maneras podía un
hombre arruinar lo mejor que le
había pasado en la vida?

Paula tenía mucha razón. Lo
había sabido entonces, cuando sus
palabras le llegaron directamente a
las entrañas. Ella era lo mejor que le
había pasado. No necesitaba tiempo
ni espacio para darse cuenta de eso.
No debería haberla dejado salir de su
apartamento esa noche. Cuando se había arrodillado
frente a él y le había suplicado que le
explicara todo a Gonzalo, era cuando
debería haber hablado. Ella tenía
razón. No había luchado por
ella. Había estado tan paralizado, tan
consumido por la culpa, que había
dejado que eso pasara.

El miedo se le arremolinó en el
pecho. Era una sensación extraña,
nueva y abrumadora. ¿Y si Paula
no lo quería perdonar? ¿Y si no
quería volver con él?

Le tenía que hacer entender que no
era una aventura informal y
únicamente sexual.

Él quería que durara para siempre.
¿Y qué tenía él para ofrecerle? Ya
había fracasado en un matrimonio.
Además, era considerablemente
mayor que ella. Paula, a su edad,
debería estar divirtiéndose,
comiéndose el mundo, no atada a un
hombre controlador y exigente como
él.

Había docenas de razones por las que
debería dejarla en paz y permitir que
pasara página. Pero no era tan buena
persona como para dejarla escapar.
Ella era la única mujer que podía
hacerlo feliz. Por completo. Y no iba
a dejar que se fuera de su vida. No
sin pelear por ella.

Bajó la mirada a su reloj y deseó que
el tiempo pasara más deprisa. Justo
entonces el interfono sonó y la suave
voz de Eleonor llenó la oficina.

—Señor Alfonso, el señor Chaves
acaba de llegar.

Pedro no respondió. Le había dicho a
Eleonor que le avisara en el momento
en que Gonzalo llegara a la oficina. No
habían hablado desde aquella noche.
Se habían evitado el uno al otro al día
siguiente, y ninguno de los dos había
estado en la oficina durante el fin de
semana de Acción de Gracias. Pedro
no había querido tener esa
confrontación tan pronto tras esa
noche en su apartamento. Las
emociones se habían desbordado.

Pero ya no podía esperar ni un
minuto más. Él y Gonzall tenían que
solucionar esto, tenía que
dejarle claro que no iba a
abandonar. Ya tuviera la bendición y
la aprobación de Gonzalo como si no,
no iba a dejar marchar a Paula.
Y si eso significaba el final de su
amistad y de su relación empresaria,
que así fuera.

Paula merecía la pena.

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