domingo, 14 de septiembre de 2014

Capitulo 76

Pedro se obligó a estar atareado con
correos electrónicos al mismo tiempo
que se mantenía ojo avizor con el
reloj. Cuanto más se acercaba la hora
a la que Paula llegaría, más
inquieto se ponía. Ya había tenido dos
momentos en los que había estado a
punto de mandarle un SMS para
preguntarle dónde se encontraba,
pero en ambas ocasiones había
dejado el teléfono sobre la mesa,
decidido a no parecer tan
jodidamente desesperado.

En su mesa estaba el último dildo que
tenía intención de usar en su ano
para prepararla para el sexo anal. La
imagen de Paula doblada y
tumbada sobre su mesa con los
cachetes del culo abiertos mientras él
le insertaba el juguetito era más que
suficiente para ponerlo
dolorosamente duro. Estaba ansioso
por que estuviera lista para deslizar
su miembro dentro de su trasero en vez
de recurrir a los dildos. Se estaba
impacientando. Quería tener pleno
acceso a su cuerpo. Le había dado
tiempo suficiente para adaptarse a
sus órdenes, ya era hora de
permitirse disfrutar por completo de
cada fantasía perversa y hedonística
que había tenido sobre Paula.

Ya estaba haciendo planes con
antelación para el fin de semana. A la
semana siguiente lo acompañaría a un
viaje de negocios fuera del país, y
antes de eso quería tener unos pocos
días donde solo fueran y existieran
ellos dos. La completa iniciación a su
mundo.

La excitación le subió por todos los
nervios de la espina dorsal, y todo su
cuerpo sucumbió a la lujuria mientras
se la imaginaba atada en la cama y
bien abierta delante de él. Mientras se
imaginaba embistiéndola por detrás,
poseyendo su boca,
hundiéndose tan adentro de su dulce
ser que no hubiera separación alguna
entre ellos.

Ya había reclamado a Paula. No
había dejado de poseerla, pero lo que
ahora venía era quitarle cualquier
duda a ella de la cabeza de que le
pertenecía a él por completo y por
entero. Quería que cada vez que lo
mirara a los ojos viera reflejado en
ellos que sabía a quién pertenecía.

Que lo recordara tomando posesión
de su cuerpo y marcándola con todo
lujo de detalles.
Si eso lo convertía en un cabrón
primitivo, pues que así fuera. Así era
él en realidad, y le era imposible
controlar la necesidad que sentía por
ella y la fiera urgencia por querer
dominarla por completo.

A las ocho y media, la puerta se abrió
y Paula entró.
Su cuerpo volvió a la vida, y el alivio
se instaló en él como una nube en el
cielo.
—Cierra el pestillo —le ordenó con
voz queda.

Ella se dio la vuelta para hacer lo que
le había mandado y luego se le acercó
para mirarlo fijamente desde el otro
lado de la estancia. Estaba demasiado
lejos de él. La necesitaba a su lado,
rozándole la piel como si de un
tatuaje se tratara.
—Ven aquí.

¿Había sido solamente ayer al
mediodía la última vez que la había
visto? Parecía una eternidad. Él solo
tenía interés en restablecer esa
dominancia sobre ella. O en hacerle
recordar a quién pertenecía.

Pedro alargó la mano hasta la mesa
para coger el dildo, pero esta vez, en
vez de hacer que se inclinara por
encima de la mesa y se levantara la
falda, le indicó con la mano que lo
siguiera hasta el sofá que había junto
a la pared. Se sentó y luego se dio
unos golpecitos en el regazo para que
ella se tendiera sobre sus piernas.
Paula apoyó la cara contra la
suave piel del sofá y se giró de forma
que pudiera verlo por el rabillo del
ojo. El pelo le caía alborotado por
encima del rostro y los ojos, que
tenían una mirada adormilada, no
hacían más que brillar con deseo.
Deslizó una mano por debajo de la
falda, y se sintió satisfecho cuando se
encontró con la suave y desnuda piel
de su trasero. La giró hacia arriba
para exponerla ante sus ojos y luego
alargó la mano para coger el
lubricante. Sabía que ahora lo iba a
necesitar más porque este dildo era
el más grande hasta el momento.

Jugó con su entrada al mismo tiempo
que la acariciaba con los dedos y le
aplicaba libremente el gel. Paula
estaba tensa sobre su regazo, así que
Pedro le pasó suavemente la mano
por el trasero y la subió luego hasta
su columna vertebral.

—Relájate —le murmuró—. Confía en
mí, Paula. No te voy a hacer
daño. Deja que te haga sentir bien.

Ella soltó un suspiro y se quedó laxa
sobre sus piernas. A Pedro le
encantaba que fuera tan receptiva,
tan dulcemente sumisa.
Comenzó a mover la punta del
dildo dentro de su apertura,
empujando el pequeño aro a la vez
que la acariciaba una y otra vez para
ganar poco a poco más profundidad.

Paula dobló los dedos y cerró
con fuerza los puños. Cerró los ojos y
dejó escapar un suave gemido de sus
labios. Labios que tenía toda la
intención de usar. O a lo mejor se
hundía en su sexo. Él sabía que
estaría exquisitamente apretado
gracias al juguetito anal que tenía
bien colocado.

Dio un pequeño grito
cuando le introdujo el dildo anal por
completo en su interior. Él
inmediatamente la acarició y le
masajeó el culo y la espalda para
tranquilizarla y calmarla.
—Shhh, cariño. Ya está. Respira
hondo. No luches contra él; te arderá
por un momento y te sentirás
apretada y llena por completo, pero
solamente respira.

Su pecho se infló y desinfló en
rápidas sucesiones, todo el cuerpo lo
sentía jadear en su regazo. Tras darle
un momento para que recuperara el
control de sus sentidos, la puso en
pie. Y justo después de que le
ordenara que se colocara entre sus
rodillas dándole la espalda, se llevó
las manos a la cremallera del
pantalón y se sacó el miembro
erecto. Se movió hacia el filo del sofá
y entonces levantó los brazos para
poner las manos en su cintura para
guiarla hasta su miembro expectante.

Paula jadeó cuando él se hundió
en su interior y el trasero se le quedó
sentado en su regazo. Joder, sí.
Estaba apretada y sacudiéndose a su
alrededor. Su sexo era puro calor
que lo rodeaba y lo absorbía más
adentro de su cuerpo.
Tras penetrarla de esta manera unas
cuantas veces, él la volvió a empujar
hacia arriba y entonces se levantó
para quedarse de pie detrás de ella.

La giró y la colocó a cuatro patas. El
culo lo tenía en pompa y las rodillas
justo en el filo del sofá.
La rosada carne de su feminidad
estaba abierta y desnuda ante él,
brillando con ansias, como si fuera
un néctar en el que no veía la hora
de abocarse por completo.
Pedro la embistió y se hundió bien
adentro de su humedad. Le encantaba
poseerla desde atrás. Era una de sus
posiciones favoritas.
La agarró bien fuerte por las caderas,
los dedos bien marcados en la piel, y
comenzó a hundirse con fuerza en
ella. Las caderas chocaban contra los
cachetes de su trasero, lo que
provocaba un fuerte ruido que se
apreciaba sin problemas dentro del
silencio de su despacho.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario