domingo, 21 de septiembre de 2014

Capitulo 101

Pedro se bajó del coche en la avenida
Lexington frente a un pequeño
complejo de oficinas que albergaba
las de Charles Willis, y se encaminó
hacia la entrada con los puños
cerrados.

Había mandado a Paula a casa
en coche una vez se hubo deshecho
de toda evidencia de que había
llorado y tras haberle pedido que
describiera con pelos y señales las
fotografías que Charles le había
enseñado.

La oficina de Charles estaba en la
primera planta, espacio que
compartía con otra compañía porque
él no estaba en Nueva York tan a
menudo. Su constructora tenía
oficinas por todo el mundo, pero
no volvería a hacer negocios
con él, nunca. Si no fuera por el
hecho de que la compañía de Charles
contrataba a un montón de gente —
buenas personas que dependían de él
para mantener a sus familias— Pedro
le cerraría el chiringuito y lo sacaría
de lleno del negocio.

Tal y como estaban las cosas, nunca
volvería a tener ninguna relación
personal o profesional con él.
Dejó atrás a la sorprendida
recepcionista y abrió la puerta de la
oficina de Charles de un golpe.

Este levantó la mirada,
sorprendido, y pudo ver un
deje de miedo reflejarse en los ojos
del otro hombre antes de que este se
pusiera en pie y disimulara su
expresión.

—Pedro —dijo con voz cordial—.
¿Qué puedo hacer por ti?

Pedro cerró la puerta de un portazo a
su espalda y se lo quedó mirando
fijamente mientras este avanzaba. No
apartó la mirada en ningún momento
de Charles, al que se veía claramente
incómodo bajo su escrutinio.

—La has cagado pero bien esta vez,
Charles —dijo con suavidad—.
Has tocado lo que es mío. Le has
puesto las manos encima, le has
hecho daño y la has asustado. E
incluso la has amenazado.

Charles luchó contra su evidente
pánico y luego se encogió de
hombros con arrogancia.
—Es solamente otra puta más. ¿Qué
te importa?

Pedro se lanzó contra él con furia y
levantó el puño por encima de la
cabeza. Le golpeó en la boca, lo que
provocó que saliera disparado hacia
atrás y se estampara contra la
estantería que había tras su mesa. La
mano de Charles viajó hasta donde
había recibido el golpe y cuando la
separó vio que estaba manchada de
sangre.

—¡Haré que te arresten por agresión!
—gritó Charles encolerizado—. ¡No
puedes entrar aquí y pegarme un
puñetazo!

—Cabrón, maldito hijo de puta.
Tienes suerte de que no te mate con
mis propias manos —soltó Pedro
echando humo—. Si vuelves siquiera
a respirar el mismo aire que Paula, te arruinaré. Y cuando acabe
contigo, no tendrás nada. Ni
credibilidad, ni respaldo, ni
contratos. Nada.

El miedo barrió todo color del rostro
de Charles.
—¡Haré públicas las fotografías! —lo
amenazó. Las palabras le salieron
como si fuera un borracho
incoherente.

Pedro se quedó quieto y los orificios
nasales se le ensancharon.
—Hazlo, Charles. Hazlas públicas.
Haré que te acusen por violación. Es
precisamente lo que intentaste hacer
con ella, y esas fotos lo prueban. No
me importa una mierda lo que me
pueda perjudicar a mí o a mi
reputación. Pero no permitiré que tú,
o quien sea, humille o le haga daño a
Paula . Iré a por ti y te pasarás
los próximos años en prisión siendo
el juguetito sexual de tu compañero
de celda. Si no me crees, solo ponme
a prueba, y verás.

Su voz estaba llena de amenaza. Y de
convicción. Si Charles no lo tomaba
en serio entonces era tonto. Pedro
nunca había ido más en serio en toda
su vida.

Charles empalideció y se dio cuenta
de la gravedad del asunto. Iba
completamente en serio, y Charles lo
sabía.

—Gastaré cada céntimo que tenga
para asegurarme de que pierdas todo
lo que tienes —continuó—. Y tengo
muchos contactos. Me deben muchos
favores y estoy más que dispuesto a
cobrármelos ahora.

Charles parecía como si fuera
desmayarse. Intentó moverse de la
estantería donde había aterrizado
antes, pero solo consiguió
bambolearse y no pudo lograr
reincorporarse.

—Lo siento —soltó de sopetón—.
Estaba desesperado. Sabía que no me
ibas a considerar siquiera después de
lo que pasó. Necesito ese contrato,Tengo que tenerlo.

Pedro le tendió una mano para
ayudarlo a ponerse en pie. Charles lo
miró, precavido, pero al final se la
aceptó.

Tan pronto como Charles estuvo de
pie otra vez, Pedro lo derribó de
nuevo con otro puñetazo.
Simplemente le rompió la nariz. La
sangre le salpicó por todo el rostro
mientras yacía, aturdido, encima de
la estantería.

—Eso es por ponerle las manos
encima a Paula. Por dejarle esos
moratones en la piel. Si alguna vez
vuelves a acercarte a ella, no habrá
lugar en este planeta en el que
puedas esconderte. Te buscaré, y te
destrozaré. Puedo hacerte
desaparecer, Willis. Nadie nunca
encontraría tu cuerpo.

Sabiendo que ya le había dejado claro
su punto de vista, se dio media
vuelta y abandonó la oficina. Charles,
aunque estúpido, era lo
suficientemente listo como para saber
que iba completamente en serio. Si
seguía adelante con cualquier
amenaza que le hubiera hecho a
Paula, lo destrozaría.

Se metió en su coche y se
dirigió a su apartamento. Estaba
ansioso por volver con ella para así
poder tranquilizarla y asegurarle que
ya se había ocupado de todo.

Lo desconcertaba y lo conmovía el
saber que no lo había traicionado.
Que su primer instinto había sido
acudir a él y pedirle su ayuda.
Confiar en él para que solucionara el
problema cuando ella misma se
jugaba muchísimo.
Qué gran regalo tenía con Paula.

Todos sus pensamientos estaban
dirigidos a ella mientras iba en el
coche a través de la ciudad. Había
muchas cosas que quería tratar con
ella, cosas a las que no sabía cómo
podría reaccionar.

Esta situación le había hecho darse
cuenta de lo fácilmente que podrían
ser descubiertos. ¿Merecía la pena
mantener el engaño sabiendo cuáles
podrían ser las posibles
consecuencias?

Anteriormente, había coincidido
totalmente con Paula sobre lo de
mantenerlo en secreto, que Gonzalo no
supiera nada. Tenía sentido porque él
sabía que, fuera cual fuese la relación
que tendrían, no iba a durar mucho.

Si Gonzalo nunca se enteraba, no habría
incomodidades ni momentos raros.
No habría rabia. Podrían seguir como
siempre habían estado, haciendo
como que todo el tiempo que había
pasado con Paula nunca había
ocurrido.

Pero ahora…

Ahora se mostraba reacio a
pensar que el acuerdo que tenían
pudiera terminar. No estaba seguro
de cuándo había empezado a verla
con otros ojos y otra luz, como si
fuera alguien de la que no tenía
ninguna intención de alejarse. Al
menos no tan pronto.

Tenían que contárselo a Gonzalo y luego lidiarían con lo
que sea que se les viniera encima. Se
le estaba volviendo muchísimo más
difícil mantener las distancias en la
oficina, pretender que Paula era
una simple empleada, o simplemente
la hermana pequeña de, alguien
a quien miraba con afecto.

No estaba seguro de cómo se sentiría
Paula sobre lo de ir a contar
la verdad, o al menos una
versión más simple de la verdad.

Nadie tendría conocimiento nunca de
su contrato. Era algo de lo que ahora
se avergonzaba, el hecho de haber
dependido de un maldito contrato y
de vivir según los acuerdos
estipulados antes de entrar en
ninguna relación. ¿Pero ahora? Le
parecía ridículo e inútil. Un producto
de una reacción exagerada ante su
pasado.

Más importante que eso, ahora
mismo, era asegurarse de que
tranquilizaba a Paula, y de que
calmaba todos los miedos o
preocupaciones que tuviera con
respecto a las amenazas que Charles
le había soltado.

Sus manos se morían por tocarla.
Pedro quería tenerla pegada a él, que
respirara el mismo aire que él. Quería
saborearla y sentir su piel.

En silencio, le urgió a su chófer que
condujera más deprisa. Había estado
alejado de Paula durante
demasiado tiempo. Ella era su
adicción, y ya estaba sufriendo de
abstinencia.

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