lunes, 15 de septiembre de 2014

Capitulo 81

En el salón, Pedro la dejó en el sofá y
luego se fue a por las almohadas y
mantas que tenía en la cama. La
arropó y seguidamente se marchó un
momento a la cocina; unos minutos
más tarde, volvió con un vaso de
leche y una pastilla en las manos.

Paula frunció el ceño cuando lo
vio y le lanzó una mirada
interrogante.
—Ayudará con el dolor de cabeza —le
dijo—. Pero bebe algo de leche
primero. Te dejará grogui y mucho
peor si no tienes nada en el
estómago.

—¿Qué es? —preguntó ella con cierto
recelo.

—Tómatela, Paula. No te daría
nada que te hiciera daño. Y como sé
que no te van a hacer ningún análisis
de drogas aleatorio en la oficina, no
tienes ningún problema con
tomártela.

Paula sonrió tanto como su
dolor de cabeza le permitió y se tomó
la pastilla. Se bebió medio vaso de
leche antes de tragársela y luego se
bebió el resto. Seguidamente le
devolvió el vaso.

—Ponte cómoda. Prepararé algo y
nos lo comeremos aquí —le informó.

Feliz de que la tratara como a una
reina, cogió la manta, se la
subió hasta la barbilla y luego
depositó la cabeza en el nido de
almohadas que le había
preparado. Si este iba a ser el trato
que iba a tener cada vez que lo
hiciera enfadar, ya se aseguraría de
hacerlo más a menudo. Aunque
tampoco era que supiera por qué se
había cabreado.

Empezó a sentir los efectos de la
medicación que le había dado justo
cuando Pedro volvió con la bandeja
del desayuno. El dolor había
remitido, y en su lugar una excitante
euforia le recorría las venas.

—¿Ya te sientes mejor? —le preguntó
en voz baja mientras se sentaba a su
lado.

—Sí. Gracias. Eres muy bueno
conmigo, Pedro.
Sus miradas conectaron y quedaron
mirándose el uno al otro durante un
buen rato. Luego Pedro apretó los
labios en una fina línea.

—No vas a decir lo mismo cuando te
dé tu merecido por esa escenita que
montaste anoche.

Ella suspiró.
—¿Qué he hecho? No es que me
acuerde de mucho, pero cuando volví
al apartamento estabas ahí, y estabas
enfadado. ¿Por qué?

Él sacudió la cabeza.
—No puedo creer que tengas que
preguntarlo. —Cuando ella intentó
hablar de nuevo, él levantó una mano
—. Come, Paula. Discutiremos el
asunto cuando te lo hayas terminado
y te sientas mejor.

Le tendió un plato con una
tostada de pan y queso para untar y
un pequeño cuenco con trozos de
fruta.
Ella se quedó mirándolo con
vacilación, no muy segura de si su
estómago podría digerir algo a estas
alturas. Decidió que el pan seco era
más atractivo que la jugosa fruta y le
dio un bocado vacilante.

En el mismo momento en que le dio
el primer mordisco, su estómago
gruñó y volvió a la vida. No había
comido nada la noche anterior, y
luego se había metido todo ese
alcohol en el cuerpo con el estómago
vacío. Era normal que se hubiera
sentido tan mal.

—Estoy hambrienta —murmuró.

Él suspiró con impaciencia.
—¿Comiste algo antes de beberte
todo ese alcohol?

Paula sacudió la cabeza
negativamente y se preparó para su
reacción.

—Maldita sea, Paula.
Pedro pareció querer decir más, pero
se calló, cerró la boca y se centró en
su propio desayuno.

Paula tenía que admirir que se
estaba tomando todo el tiempo que
podía al comer aunque quería
zampárselo todo de un solo bocado.
Cuanto más tardara en comer, más
tiempo pasaría antes de que Pedro le
cantara las cuarenta.

—Es mejor que vayas terminando —
dijo Pedro—. Estás retrasando lo
inevitable.

Refunfuñó por lo bajo y luego se
echó hacia delante para depositar el
plato en la pequeña mesa que había
frente al sofá.

—No entiendo por qué estás tan
enfadado. Sí, me he emborrachado.
Estoy segura de que tú has hecho lo
mismo una vez o dos.

Él dejó su propio plato en la mesa y
luego se sentó con el cuerpo echado
hacia delante para poder mirarla
directamente a la cara.

—¿Esa es la razón por la que crees
que estoy enfadado?

Paula se encogió de hombros.
—O eso, o porque fui a un club con
mis amigas. De una forma u otra, tu
reacción me parece extrema.

—Extrema. —Pedro inspiró hondo; la
sangre le hervía por las venas. Se
pasó una mano por el pelo y luego
sacudió la cabeza—. No tienes ni
idea, ¿verdad?

—Ilumíname porque estoy perdida.

—Yo sabía que ibas a salir, Paula. Por qué no me dijiste la verdad
desde un principio no lo sé.
¿Pensabas que no te dejaría ir? Yo sé
que tienes amigos.

—¿Es eso por lo que estás enfadado?
No sé por qué no te dije exactamente
lo que íbamos a hacer, Pedro. Quizá
me preocupaba que no quisieras que
fuera.

—Joder, no, no es por eso por lo que
estoy furioso —soltó con mordacidad
—. Recibí una llamada de mi chófer
porque no lo habías llamado para que
te recogiera. No sabía nada. No
estabas en el apartamento, así que
pensé que tenías que haber cogido un
taxi. Tú y tus amigas, solas, en un
club. Sin protección. Te metiste en un
taxi con Dios sabe quién y luego
volviste a casa, borracha y sola. En
un maldito taxi y a las dos de la
mañana.
Ella pestañeó completamente
sorprendida. Eso no era, para nada,
lo que pensaba que iba a decir.
—Esto no va de que te controle o de
que necesites mi permiso para salir, Paula. Va de que tienes que tener
cuidado. De que me preocupé por ti
porque no tenía ni idea de dónde
estabas, ni siquiera si estabas bien.
No respondías a mis llamadas ni a
mis mensajes, así que no podía
siquiera enviar al chófer hasta donde
estabas para que te esperara. Joder,
como no me respondías las llamadas
ni los mensajes, ¡ya te estaba
imaginando por ahí muerta en algún
contenedor!

La culpabilidad cayó sobre ella.
Mierda, tenía razón. Había estado
preocupado —muy preocupado por
ella— y ella había estado por ahí,
bebiendo y pasándoselo bien mientras
él pensaba que le había pasado algo…
o que estaba muerta.

—Vaya, lo siento —le dijo con
suavidad—. No lo pensé. Es que ni
siquiera se me ocurrió.

Él frunció el ceño.
—Y volviste a casa tú sola. ¿Qué
hubiera pasado si yo no hubiera
llegado a estar allí?
¿Habrías llegado a tu apartamento, o
te habrías caído y quedado dormida
en la acera?

—Caroline se fue a casa de otra
persona —contestó en voz baja—. Él
me pidió el taxi.

—Bueno, al menos hizo algo —dijo
Harry con disgusto—. Me tendrías
que haber llamado, Pau. Te
hubiera recogido fuera la hora que
fuera.

El cariño inundó su corazón. Había
verdadera preocupación reflejada en
sus ojos junto con ira y frustración.
Había estado preocupado por ella.

Se inclinó hacia delante y
le cogió el rostro con las manos. Y
entonces, lo besó.
—Lo siento —le dijo otra vez—. Fue
algo inconsciente por mi parte.

Pedro deslizó las manos por su cuello
y luego las hundió en su pelo para
sujetarla a apenas unos centímetros
de su boca.

—No dejes que vuelva a ocurrir otra
vez. Te asigné un chófer por una
razón, Paula. No significa que
solo te vaya a llevar y traer del
trabajo cuando no estés conmigo. Si
necesitas ir a algún sitio —a donde
sea— lo llamas. ¿Me entiendes? Si
alguna vez te encuentras en una
situación como esa de nuevo, me
llamas. No me importa una mierda la
hora que sea. Me llamas. Si no
puedes contactar conmigo, entonces
por tu bien llama a tu hermano, o a
Fabricio. ¿Me estás escuchando?
Ella asintió.
—Ambos necesitamos descansar —
siguió diciendo mientras le acariciaba
el rostro con las manos—. No
dormiste bien y yo ni siquiera eso.
Ahora mismo lo que quiero es
llevarte a la cama y abrazarte
mientras
descansamos. Cuando te sientas
mejor, te voy a dejar ese culo tan
bonito que tienes rojo como un
tomate por haberme preocupado
tanto.

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