jueves, 4 de septiembre de 2014

Capitulo 48

Pedro estuvo callado y pensativo
durante todo el trayecto hasta el club
de jazz, en el Village, donde la fiesta
se iba a celebrar. Paula seguía
mirándolo con nerviosismo; podía
ver la inseguridad instalada en sus
ojos pero, a pesar de querer
tranquilizarla, no se vio capaz de
hacerlo. ¿Cómo podría?

Estaba desquiciado. Lo avergonzaba
conocer el poco control que tenía
cuando estaba a su alrededor. Él
nunca, nunca había mostrado tal falta
de dominio sobre sí mismo con
ninguna otra mujer. Sus acciones y
respuestas siempre eran precisas; con
Paula, no tenía ni una ínfima
parte de la calma y la distancia que
había sido parte de su vida desde que
había sido un adolescente.

Dios, pero si lo único que había
hecho había sido vapulearla. Le había
violado la boca, por el amor de dios.
La había llevado de vuelta al
apartamento como si estuviera
poseído por el diablo, la había puesto
de rodillas y luego se había enterrado
en su garganta. El asco que sentía
hacia sí mismo no conocía límite, y,
aun así, no podía arrepentirse de lo
que había hecho. Peor aún, sabía que
lo iba a volver a hacer una y otra
vez. Ya estaba muriéndose de ganas
de volver a casa para así poder
tenerla debajo de él en la cama.

Le había cabreado la falta de respeto
que le habían mostrado a Paula
en la oficina los otros empleados,
pero él también era un gran
hipócrita. El mismo le había faltado al
respeto muchísimo más al haberla
tratado como la puta que ella temía
ser. No es que él nunca, ni siquiera
una vez, la hubiera considerado tal
cosa, pero sus actos hasta ahora no
se habían correspondido con sus
intenciones para nada. Su polla
estaba ocupándose de pensar por él y
no le importaba una mierda que
quisiera ir más despacio para no
abrumarla desde el primer día, sino
que quería más. Sus manos y su boca
querían más, su deseo por ella era
tan incontenible que no había
mostrado ningún signo de querer
decaer hasta ahora. En cualquier
caso, su deseo había aumentado cada
vez que le había hecho el amor.

Hacer el amor. Se quería reír. Ese era
un término mucho más suave que lo
que había hecho. Quizá lo había
pensado en un intento de poder
sentirse mejor. Porque lo que
realmente había hecho había sido
follársela sin descanso, había cruzado
la fina línea que existía hasta llegar a
maltratarla, y, a pesar de todos los
remordimientos que sentía, sabía que
la próxima vez no sería para nada
diferente sin importar las intenciones
que él tuviera. Podría decir todo lo
que quisiera, pero era un maldito
mentiroso y él lo sabía.

—Ya estamos aquí, Pedro —dijo
Paula tocándole el brazo con
suavidad.

Salió de su ensimismamiento y se dio
cuenta de que acababa de aparcar en
la esquina del club. Se recompuso
con rapidez y bajó del coche. A
continuación, se dirigió hasta el lado
donde estaba Paula para abrirle
la puerta y la ayudó a bajar.

Estaba increíblemente asombrosa.
Tuvo la sensación de que, a pesar de
haber elegido a propósito el vestido
más tapadito para ella, iba a llamar la
atención de la misma forma que si
hubiera ido vestida con el que se
puso para la inauguración.

Era una mujer muy
atractiva, tenía algo tan especial
dentro de sí que hacía que todos se
fijaran en ella. Podría llamar la
atención hasta vestida con un saco de
patatas.

Pedro la cogía de forma informal del
brazo y así la guio hasta la entrada.

Usó toda la fuerza de voluntad que
tenía para controlarse y no pegarla
directamente contra su cuerpo para
que todo el mundo viera que era
suya, pero no la avergonzaría, y no
pondría en juego su relación —o la
de él mismo— con Gonzalo. Con saber
que le pertenecía a puerta cerrada ya
era suficiente, pero que Dios los
ayudara si veía a otros tíos
babeándole encima esta noche.

Cuando llegaron a la entrada del
salón reservado para la fiesta, Pedro
mantuvo una distancia prudencial
entre ambos. Cada instinto que tenía
en el cuerpo le gritaba que la
acercara hacia él y que le pusiera el
letrero invisible de «No tocar» sobre
la frente, pero se obligó a sí mismo a
permanecer tranquilo y distante.

Paula estaba aquí en calidad de
trabajadora, nada más. No era ni su
cita, ni su amante, ni su mujer,
aunque tanto él como ella supieran
que sí lo era.

Nada más entrar, Mitch Johnson los
vio entre la multitud y los saludó con
la cabeza antes de encaminarse hacia
donde ellos estaban.

—Comienza el espectáculo —
murmuró Pedro.

Paula hizo un pequeño
reconocimiento de todas las personas
que conformaban la multitud y
enseguida se concentró en Mitch, que
ya estaba casi llegando hasta ellos.

Dibujó una sonrisa sincera en su
rostro y se quedó junto a Pedro con
todos los sentidos alerta mientras
ambos esperaban.

—Pedro, me alegra ver que has
podido venir a pesar de haberte
avisado con tan poca antelación —
dijo Mitch extendiendo la mano.

—No me lo podría perder —contestó
con diplomacia.

Entonces se volvió hacia Paula.
—Mitch, me gustaría que conocieras
a mi asistente personal, Paula Chaves. Paula, este es Mitch
Johnson.

Ella estrechó su mano con una
sonrisa amable y seductora.
—Es un placer conocerle, señor
Johnson. Gracias por invitarnos.

Mitch parecía estar más que
encantado con Paula, un hecho
que hacía que Pedro quisiera gruñir.

Sin embargo, se obligó a
tranquilizarse. Mitch estaba
felizmente casado y no era de la
clase de hombre que tenía aventuras.

Pero la estaba mirando, y eso ya era
más que suficiente para cabrearlo.

—El placer es todo mío, Paula.
Por favor, llámame Mitch. ¿Puedo
traeros algo de beber? Pedro, hay
algunas personas que quiero que
conozcas.

—Para mí, no, gracias —murmuró
Paula.

Pedro sacudió la cabeza.
—Yo quizá luego.

Mitch extendió el brazo hacia la
multitud en señal de invitación.
—Si me acompañáis, haré las
presentaciones oportunas. He estado
hablando con algunos colegas y están
muy interesados en tu proyecto de
California.

—Excelente —contestó con
satisfacción.

Tanto él como Paula siguieron a
Mitch a través del gentío y este les
fue presentando a varios invitados.

Durante todo el tiempo que se habló
de negocios, Paula permaneció a
su lado con evidente interés en el
rostro. La verdad es que era
realmente buena. Probablemente la
velada estaba resultando de lo más
aburrida para ella, pero no
dejaba ver que fuera así.

Lo sorprendió por completo cuando,
en una de las pausas entre
conversación y conversación, miró a
Trenton Harcourt y le preguntó:
—Por cierto, ¿cómo le está yendo a
su hija en Harvard? ¿Está disfrutando
de sus estudios?

Trenton pareció quedarse de piedra,
pero luego sonrió abiertamente.
—Le está yendo muy bien. Mi mujer y
yo estamos muy orgullosos de ella.

—Estoy segura de que Derecho
Mercantil es una carrera complicada,
pero piense en lo útil que podría ser
para sus propios fines cuando se
gradúe. Siempre es bueno tener gente
preparada dentro de la familia —dijo Paula con un brillo en los ojos.

El grupo se rio y Pedro sintió una
oleada de orgullo. Aparentemente sí
que había estudiado.

Entonces la observó mientras se
adueñaba de la conversación y
comenzaba a dirigir comentarios
personalizados a los otros hombres
presentes. Mantuvo un ritmo fluido
que tuvo a todos los hombres
completamente hipnotizados. Él la
contempló atentamente mientras
esperaba que los otros le dedicaran
alguna mirada inapropiada o algún
comentario, pero los hombres se
comportaron de forma cortés y
parecieron estar totalmente
encantados por su dulzura.

—¿Es familia de Gonzalo Chaves? —
le preguntó Mitch cuando la
conversación tuvo una pausa.

Paula enmudeció pero mantuvo
la compostura.
—Es mi hermano. —La voz le salió
casi como a la defensiva, detalle que
Pedro captó pero que dudaba de que
los otros lo hubieran percibido.

—Yo la pillé primero —informó
desinteresadamente—. Es inteligente y
perfecta para ser mi asistente
personal. No me importa pelearme
con Gonzalo para ver quién la va a
involucrar en el mundo de los
negocios.

Los otros se rieron.
—Eres un hombre listo.
Siempre has sido un hueso duro de
roer en los negocios. Pero bueno, el
ganador se lo lleva todo, ¿no es así?
—dijo Trenton.

—Exactamente —contestó—.
Paula es una pieza valiosa que
no tengo intención de dejar que se
me escape de las manos.

El rostro de Paula se encendió de
la vergüenza, pero, de solo ver la
satisfacción que se reflejó en sus
ojos, a Pedro le mereció la pena
hacer el esfuerzo de dejar claro que
la valoraba como empleada.

—Si nos perdonáis a Paula y a
mí, estoy viendo a otras personas a
las que me gustaría saludar también
—se disculpo con suavidad.

Él le posó la mano en el codo y la
alejó del grupo. Estaban empezando a
caminar a través del salón para
hacerse con algo para beber, cuando
de repente Pedro se quedó paralizado
en el sitio y fijó la mirada sobre la
puerta de la entrada. Entonces
maldijo por lo bajo. Paula lo
escuchó y lo miró con el ceño
fruncido, pero a continuación siguió
la mirada hasta la puerta e hizo una
mueca con los labios.

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¿quien sera ?

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Soy @letipauliter

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