sábado, 6 de septiembre de 2014

Capitulo 49

Su padre, Horacio acababa de entrar en la sala
con una rubia impresionante y mucho
más joven que él del brazo. Maldita
sea. ¿Qué estaba haciendo su padre
aquí? ¿Por qué no se lo había dicho
para que al menos hubiera estado
preparado? Tras ver a su madre el
pasado fin de semana e intentar por
todos los medios subirle los ánimos,
lo enfurecía ver aquí a su padre con
su última adquisición.

Paula lo tocó en el brazo con el
rostro lleno de simpatía. No había
forma alguna de evitar el encuentro;
su padre lo había visto y ya se estaba
acercando a él a través de la
multitud.

—¡Pedro! —dijo su padre con los ojos
brillándole mientras se acercaba—.
Me alegro de haberte encontrado
aquí. Ha pasado bastante tiempo
desde la última vez que nos vimos.

—Papá —contestó él con sequedad.

—Stella, quiero que conozcas a mi
hijo, Pedro. Pedro, esta es Stella.

Pedro asintió con brusquedad pero
no se regodeó en el saludo con más
entusiasmo. La piel le hormigueaba,
lo único que quería era estar bien
lejos de la situación que tenía frente
a sus narices. No podía ver más que
el rostro de su madre, la tristeza de
sus ojos. La confusión y la traición
que aún sentía después de que su
marido —durante treinta y nueve
años— la abandonara de buenas a
primeras.

—Es un placer —dijo ella con voz
ronca y comiéndoselo enterito con
los ojos.

—¿Cómo has estado, hijo? —le
preguntó su padre. Si él había notado
la incomodidad del momento, no la
expresó. O quizás es que no tenía ni
la más remota idea de todo el daño
que había causado a su familia por
culpa de sus actos.

—Ocupado —le dijo con
sequedad.
Su padre sacudió un brazo de forma
despectiva.

—Como si eso fuera algo nuevo.
Deberías tomarte unas vacaciones.
Un descanso. Me encantaría tenerte
en casa y ponerme al día con todo lo
que te ha pasado últimamente.

—¿Qué casa?
La voz de Pedro habría congelado
hasta el mismísimo infierno.

—Oh, la que me he comprado en
Connecticut —contestó su padre
animadamente—. Me encantaría que
la vieras. Podríamos quedar para
cenar. ¿Estás libre por la noche algún
día de esta semana?

Pedro apretó la mandíbula hasta que
esta le comenzó a doler. Paula se
aclaró la garganta con suavidad y dio
un paso al frente con una sonrisa
amable dibujada en el rostro.

—¿Le gustaría beber algo, señor
Alfonso? Voy a ir al servicio un
momento pero a la vuelta estaría
encantada de traeros algo a usted y a
Pedro.

Horacio la miró con
confusión durante un momento antes
de que sus ojos brillaran llenos de
reconocimiento.

—¿Paula? ¿Paula Chaves?
¿Eres tú de verdad?

El padre de Pedro solo la había visto
en dos ocasiones, cuando Paula
era mucho más joven, y solo por
unos breves instantes. Se sorprendió
de que su padre la recordara
siquiera.

Ella asintió.
—Sí, señor. Estoy ahora trabajando
para Pedro como su asistente
personal.

Su padre sonrió y se inclinó para
darle un beso en la
mejilla.

—Dios, cómo has crecido. La última
vez que te vi fue hace años. Te has
convertido en una muchacha
encantadora.

—Gracias —dijo Paula—.
Entonces, ¿qué me dice de la bebida?

—Whisky escocés con hielo —
respondió su padre.

—Nada para mí —añadió Pedro sin
expresión alguna.

Paula le envió una mirada llena
de simpatía y entonces se dirigió
hacia el baño de señoras. No podía
culparla. Había tanta tensión en el
ambiente que la situación era
extremadamente incómoda.

Pedro la observó mientras se alejaba
y se dio cuenta de lo mucho que él
también quería largarse de ese lugar.
Quería estar en su apartamento, a
puerta cerrada, con Paula en sus
brazos y perdiéndose en su interior
una y otra vez.

—Entonces, ¿qué hay de esa cena? —
persistió su padre.

Paula se escapó hasta el lavabo
de señoras aliviada. Ya que no tenía
necesidad de usar el servicio y solo
era una excusa para alejarse de la
incómoda situación entre Pedro y su
padre, se retocó los labios y se
contempló en el espejo.

Para su sorpresa, la puerta se abrió y
Stella entró. Se colocó justo al lado
de Paula y la miró de forma
ostensible antes de retocarse también
con el pintalabios.

—Bueno, dime —comenzó Stella, aún
aplicándose el carmín—. ¿Es cierto el
rumor sobre Pedro Alfonso y las
expectativas que tiene con sus
mujeres?

Sorprendida, Paula casi dejó caer
su barra de labios al suelo, pero se
movió con torpeza para intentar
agarrarlo de nuevo y luego se giró
hacia Stella; se había quedado de
piedra ante su descaro.

—Aunque supiera los detalles de la
vida personal del señor Alfonso, de
ningún modo traicionaría tal
confianza.

Ella puso los ojos en blanco.
—Oh, vamos. Dame alguna pista. Me
encantaría poder acostarme con él, y
si es una bestia en la cama tal y como
sospecho, pues mejor que mejor.

Paula sacudió la cabeza.
—Estás aquí con su padre.

Stella movió la mano con un gesto
despectivo.
—Solo por dinero. Pero Pedro tiene
mucho más y es más joven y más
viril. Si puedes tener al Alfonso más
joven, ¿por qué no ir a por él?
¿Tienes algún consejo que darme? Tú
trabajas para él, estoy segura de que
habrás tenido que lidiar con sus otras
mujeres en algún momento.

Paula no debería haberse
sorprendido pero, francamente,
estaba confundida por la avaricia y el
tono tan insolente y directo de la
otra mujer. Sin saber siquiera cómo
empezar a responder,
simplemente se dio la vuelta y salió
del cuarto de baño. No podía hacer
más que sacudir la cabeza mientras se
encaminaba hacia el bar, no se podía
creer el gran atrevimiento de la
mujer.

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