viernes, 19 de septiembre de 2014

Capitulo 93

Eso había sido lo más cerca que había
estado de admitir que ella significaba
más que sexo para él.

Paula se inclinó hacia delante
para ponerse de rodillas y le puso las
manos a cada lado del rostro.

—No tienes que vivir sin ellas, o sin
mí —le susurró—. Estoy aquí, Pedro.
No me voy a ninguna parte. Pero
tiene que ser solo nosotros. Tú y yo.
Sin otros hombres. —Ella apenas
podía contener el escalofrío que
amenazaba con apoderarse de su
cuerpo.

Los ojos de Pedro ardían de alivio. A
continuación, la acercó a él y la
abrazó con fuerza. La besó en la sien,
en la cabeza, en el pelo; era como si
no pudiera hacer nada más que
tocarla de una forma u otra.

—Solo nosotros —le susurró al oído
—. Lo juro.
Entonces se separó lo suficiente para
apoyar la frente contra la de ella.

—Volvamos a casa, Paula.
Quiero que dejemos esto atrás.
Quiero que seas capaz de olvidarlo y
de borrártelo de la cabeza. Sé que te
he hecho un daño terrible. Te juro
que te voy a recompensar.

Paula saboreó la ferviente
promesa y se aferró a ella. Pedro
estaba hablando como si tuvieran un
futuro, como si quisiera más que
simple sexo contractual. ¿Era una
tonta por creer eso?

Entonces le rodeó el cuello con los
brazos.
—Hazme el amor, Pedro. Haz que
nuestra última noche en París sea
especial.

—Oh, cariño —le dijo con la voz
entrecortada—. Voy a amar cada
centímetro de tu cuerpo esta noche.
Y luego te abrazaré todo el vuelo
hasta Nueva York mientras descansas
en el avión.

Paula se despertó en medio de la
noche y parpadeó para adaptar la
vista a la luz tan tenue que había. Tan
solo una rendija de luz que venía del
cuarto de baño iluminaba las
facciones adormiladas del rostro de
Pedro.
Se encontraba pegada firmemente a
su costado, y además tenía las
piernas colocadas encima de las de
ella para atraparla junto a él de una
manera eficaz. El brazo también lo
tenía firmemente a su alrededor.
Incluso durmiendo era posesivo a
más no poder.

Pero si había estado dispuesto a
dejar que otros hombres la tocaran,
¿cómo de posesivo era en realidad?

Aunque era imposible fingir el
verdadero arrepentimiento y la
agonía que se había reflejado en su
rostro cuando le había pedido perdón
de una forma tan profusa.

Paula
aún no estaba segura de las razones,
pero sabía que era por algo que le
había pasado. Algo profundo. Algo
que quizá ni el mismo entendía.

Intentó deshacerse de su agarre, pero
Pedro se despertó y la miró con ojos
adormilados.

—Voy al baño —le susurró.

—Date prisa —murmuró él soltándola
para que pudiera levantarse.

Paula se metió en el cuarto de
baño y, después de hacer pis, se
contempló en el espejo. Hizo una
mueca al ver la comisura de la boca
todavía inflamada y el color oscuro
de un moratón ya bien formado.

¿Cómo narices se lo iba a explicar a
Gonzalo? Le iba a hacer un
interrogatorio en cuanto la viera.
Caro tendría que conseguir hacer
maravillas con el maquillaje.

Todo el cuerpo lo tenía sensible,
aunque no por las razones de
siempre. Pedro había sido
extremadamente delicado con ella.

Una situación bastante sorprendente
ya que siempre parecía estar muy
descontrolado y loco de deseo por
ella, lo que hacía que Paula
también estuviera loca de deseo por
él. Pero hoy había sido diferente.

Se había tomado su tiempo. La había
provocado y estimulado con suavidad
y con muchísimo cariño. Dentro del
estómago aún le revoloteaban
mariposas por lo bonito que había
sido hacer el amor con él.

Por primera vez,  no había
sentido que fuera simplemente sexo.

Sabiendo que iría en su busca
si lo dejaba esperando en exceso,
volvió al dormitorio y se
subió a la cama. Pedro levantó los
párpados y la contempló con los ojos
medio abiertos y adormilados. Él
alargó la mano hacia ella, pero
Paula no se acercó a sus brazos.
En cambio, se sentó sobre los talones
y lo estudió en la penumbra.
Era increíblemente guapo.

Se moría por poder tocarlo y
explorarlo desde el primer día, pero
nunca había podido permitírselo
porque Pedro, siempre, siempre, era
el que llevaba la batuta de lo que
pasaba.
El hombre frunció el ceño y se
impulsó hacia arriba para apoyarse
en el codo. El movimiento hizo que la
sábana se le deslizara por el cuerpo,
dejándole el torso al descubierto, y
que se le quedara arrugada a la altura
de la cadera mientras la miraba con
la preocupación grabada en la cara.

—¿Paula?
Había inseguridad en su voz, un deje
de miedo que la sorprendió.
—¿Qué pasa? —le preguntó con
suavidad.

—Nada —contestó Paula con voz
ronca.
Él entrecerró los ojos.

—Entonces, ¿por qué no estás aquí?
—Pedro dio unas palmaditas al lugar
donde su cuerpo había estado unos
momentos antes.

Ella se echó hacia delante y gateó
hasta acercarse más a él. Entonces le
puso las manos en el pecho y midió
cautelosamente la reacción que
estaba teniendo a sus insinuaciones.

El cuerpo de Pedro era un imán para
sus manos.  Se moría por
tocarlo, por explorar cada músculo y
delinear su figura.

—Quiero tocarte, Pedro. ¿Puedo? —le
susurró.

A él le brillaron los ojos con fuerza
en la penumbra. Inspiró hondo y
luego el pecho se le relajó al exhalar
con tanta fuerza.
—Joder, sí.

Paula se inclinó hacia delante
hasta que el pelo rozó la piel de
y su rostro se quedó justo
encima del suyo.

—Quiero hacer más que tocar.

Pedro y levantó la mano para tocar su
mejilla, y con el pulgar le acarició el
moratón que le había salido en la
comisura de los labios.
—Nena, haz lo que quieras. No me
voy a quejar.

—Bueno, entonces vale —le dijo en
voz baja.
Ahora que lo tenía exactamente
donde quería, no estaba del todo
segura de saber por dónde empezar.

Dejó que las manos deambularan por
su pecho hasta llegar a los hombros,
y luego a los brazos, y finalmente a
sus tersos abdominales. Pasó el dedo
por todas y cada una de las líneas
que marcaban su tableta de chocolate
y luego acercó la boca para seguir el
mismo patrón con la lengua.

Pedro enredó con brusquedad una de
las manos en el cabello de Paula,
extendió los dedos a lo largo de su
cuero cabelludo y la mantuvo ahí
para que sus labios siguieran en
contacto con su piel.

Envalentonada por su aparente visto
bueno, Paula empezó a crecerse
mucho más. Le quitó de un tirón la
sábana de encima y lo dejó
completamente desnudo. Su pene se
encontraba, grande y grueso, en un
estado de semierección que
sobresalía del oscuro vello púbico.

Ella emitió un sonido de excitación y
Pedro soltó un gemido en voz alta.
—Por el amor de Dios, Paula.

La joven lanzó las piernas por encima
de sus muslos para sentarse a
horcajadas justo sobre su miembro,
que crecía por momentos. Estaba
erecto y pegado contra su firme
abdominal. Incapaz de poder
resistirse a la tentación, Paula
movió las manos y las colocó
alrededor de su gruesa erección.

En el mismo momento en que lo tocó, Pedro se sacudió
repetidas veces y arqueó las caderas
hacia arriba en busca de más
contacto.

Entonces  se echó hacia
delante para apoderarse de su boca y
dejó que su miembro quedara preso
entre sus cuerpos. Era como tener un
hierro candente pegado a la piel,
duro y rígido latiendo contra su
vientre. Ella deslizó la lengua dentro
de la boca de Pedro y comenzó a
batirse en duelo con la de él en un
baile cuanto menos provocador.

Paula siguió probando para ver
hasta dónde llegaban sus límites y le
colocó las manos, tal y como una vez
él se las puso a ella, a cada lado de la
cabeza y lo mantuvo aprisionado
contra la cama.

Pedro sonrió contra su boca.
—La gatita se ha vuelto agresiva y se
ha convertido en una leona.

—Sí, es verdad —corroboró con un
gruñido—. Esta noche soy yo quien
lleva las riendas.

—Me gusta esta faceta tuya —
murmuró —

—No me digas —le contestó en un
susurro.

Y luego lo silenció con un beso. Le
devoró la boca como tantas veces él
se la había devorado a ella en el
pasado. Lo besó hasta que estuvo
luchando por conseguir aire. El pecho
le subía y le bajaba y cada exhalación
era errática e irregular. Le encantaba.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario