martes, 9 de septiembre de 2014

Capitulo 59

Cuando Pedro se bajó del coche que
lo había dejado ante la puerta
principal de su edificio de oficinas,
no había dado siquiera tres pasos
hacia la entrada cuando Gonzalo salió
con el entrecejo bien fruncido. Era
obvio que había estado esperándolo.

Mierda. Se suponía que no iba a
llegar hasta mañana. Esperaba por su
madre que Paula hubiera
manejado bien la situación entre ellos
dos. Pero a juzgar por la expresión de
su rostro, lo que sea que ella le
hubiera dicho o como sea que
hubiera explicado la situación no lo
había convencido del todo.

—Tenemos que hablar —le soltó
secamente cuando llegó casi a
su misma altura.

—De acuerdo —respondió Pedro con
calma—. ¿Qué pasa? ¿Problemas en
California?

—No te hagas el tonto conmigo. Me
cabrea. Sabes perfectamente bien por
qué te he esperado aquí.

—Paula —contesto con un
suspiro.

—No me jodas. ¿Qué narices está
pasando, Pedro? ¿Hay alguna razón
por la que no me hayas dicho que
planeabas contratar a mi hermana
pequeña?

—No voy a conversar esto contigo en
la calle —le soltó.

—Mi despacho servirá —dijo Gonza.

Pedro asintió y entonces los dos
hombres entraron de nuevo en el
edificio y subieron en el ascensor.
Había otras personas con ellos, por lo
que se quedaron en silencio hasta que
llegaron a su planta. Cuando salieron,
Pedro siguió a Gonzalo hasta su
despacho, que se encontraba antes
que el suyo.

Gonza cerró la puerta a su espalda y,
a continuación, se fue caminando
hacia la ventana, se dio la vuelta y se
quedó mirando fijamente a su amigo.
—¿Y bien?

—No entiendo por qué estás tan
enfadado —le dijo Pedro con suavidad
—. Te dije que me la encontré en la
inauguración. Te estaba buscando.
Bailé con ella, hablamos, le dije que
plantara su culo en mi oficina a la
mañana siguiente y entonces la
mandé a casa en coche.

—Me podrías haber dicho todo eso.
Joder, si te vi la misma mañana que le
dijiste a Paula que viniera a tu
oficina.

Pedro asintió.
—Pero no tenía ni idea de cómo
respondería a mi oferta. No tenía
ningún sentido decírtelo y cabrearte
si al final resultaba que la rechazaba.
No necesito tu permiso para
contratar a una asistente personal.

La expresión en el rostro de Gonzalo se
ensombreció.
—No, pero sí que necesitas mi
maldito permiso en lo que concierne
a Paula. Ella es mía. Todo
lo que me queda. La única familia
que me queda, y la protegeré hasta
mi último aliento. Ella no juega en tu
liga.

—Oh, por el amor de Dios. No soy
ningún cabrón sin corazón que quiere
comérsela viva. Yo también la he
visto crecer, Gonzalo. No voy a ser
borde con ella.

Incluso mientras lo decía, la
culpabilidad se adueñó de él. Se iba a
ir derechito al infierno. Iba a arder
en él durante toda la eternidad.

—Pues asegúrate de que no le haces
daño —le dijo con una voz
cuidadosamente controlada—. Y me
refiero a todas las formas posibles,
Pedro. Mantén las manos alejadas de
ella. La respetarás completa y
absolutamente. Ni se te ocurra
pasarte de la raya con ella. De lo
contrario, responderás ante mí.

Pedro se tragó el arrebato de ira que
se le formó ante la amenaza de Gonzalo.

No podía culparlo por proteger a
Paula. Él en su lugar estaría
haciendo lo mismo. Pero le irritaba
que tuviera tan poca fe en él,
que pensara que podría destrozar a
una inocente.

Pero bueno, ¿no era eso lo que
estaba haciendo? ¿Usarla para su
propio placer? ¿Indiferente a
cualquier cosa que no fuera poseerla?
—Entendido —le dijo con los dientes
apretados—. Ahora, si has terminado,
tengo trabajo que hacer.

—Fabricio y yo tenemos una cena
bastante temprano esta noche. De
negocios. Creo que acabaremos
pronto. ¿Quieres venir a tomar algo
después? —le preguntó con
tono informal.

Era una propuesta de paz. Tras el
rapapolvo, estaba intentando
suavizar las cosas. Dejarle saber a
Pedro que todo iba bien. Maldita sea.
Tenía planes con Paula.
Una cena encantadora, y por
supuesto el sexo también estaba en la
agenda.

Maldición. Pero tampoco quería
empeorar las cosas con Gonzalo y Fabricio.
Si quería que esto funcionara tenía
que encontrar la delicada balanza
entre no alejarse de ellos y
mantener el tiempo que pasara con
Paula en secreto.

—Mejor más tarde. Alrededor de las
nueve —dijo mientras le daba
vueltas en la cabeza a la idea de
cómo iba a explicárselo a Paula.

Gonzalo asintió.
—Me va bien. Se lo haré saber a
Fabri.

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