viernes, 12 de septiembre de 2014

Capitulo 62

—¡Maldita sea, Fabricio! ¡Me has
asustado!
Él cruzó los brazos encima del pecho
y la observó con diversión.

—¿Hay alguna razón en particular por
la que tengas la oreja pegada a la
puerta de Pedro? ¿Te ha echado? ¿Ya
has provocado la ira del jefe? Ves,
deberías venir a trabajar para mí. Yo
te mimaría y te querría y sería
amable contigo.

—Oh, por el amor de Dios.
Cállate. Estoy intentando escuchar.

—Eso es evidente —le dijo con
sequedad—. ¿A quién estamos
escuchando a escondidas?

—Lisa ha venido a verlo —siseó
Paula—. ¡Y mantén la voz baja o
nos oirán!

La sonrisa de Fabricio se apagó de forma
progresiva y en su lugar apareció un
gesto de preocupación.
—¿Lisa? ¿Su exmujer? ¿Lisa?

—Esa misma. Estaba intentando
enterarme de lo que pasaba. Lo único
que he pillado es que ella lo siente y
quiere volver.

—Por encima de mi cadáver —
murmuró Fabri—. Muévete, que
quiero escuchar.

Paula se apartó lo suficiente
como para que ambos pudieran
poner la oreja sobre la puerta. Fabri
puso un dedo sobre los labios para
indicarle a Pau que se quedara
en silencio. ¿En serio? Si ella era la
que estaba intentando que él se
callara.

—Ah, mierda. Está llorando —volvió a
murmurar Fabricio—. Que una mujer
llore nunca es bueno. Pedro no puede
soportarlo. Se muere cuando una
mujer llora y esa zorra lo sabe.

—¿No crees que estás siendo un poco
duro? —le dijo Paula.

—Ella lo jo… eh, se la jugó a Pedro
pero bien jugada. Yo
estaba ahí. Y también Gonzalo. Si alguna
vez tienes dudas, pregúntale
lo destrozado que se quedó cuando le
contó a los medios todas sus
mentiras. Es un imbécil como no la
eche ya de la oficina.

—Bueno, eso es lo que estoy
intentando averiguar, si es que te
puedes quedar calladito —le dijo con
paciencia.

—Cierto —contestó Fabricio, y se quedó
en silencio al mismo tiempo que
ambos se pusieron a escuchar una
vez más.

—No me voy a rendir, Pedro. Sé que
me quieres y yo aún te quiero. Estoy
dispuesta a esperar. Sé que tienes tu
orgullo.

—No esperes mucho rato —le soltó
Pedro mordazmente.

—Mierda, se están acercando —dijo
Fabricio. Agarró a Paula del brazo,
la arrastró por el pasillo y luego la
metió dentro de su despacho—.
Siéntate —le indicó—. Actúa como si
hubiéramos estado pasándolo pipa.

Él se precipitó hacia su mesa y plantó
el culo en la silla antes de poner los
pies encima de la pulida superficie.
Ni tres segundos después, Lisa pasó
dando zancadas con el rostro
enrojecido por las lágrimas. Se estaba
poniendo las gafas de sol para
esconder lo evidente al mismo tiempo
que desaparecía por el pasillo.

—Quédate aquí —le dijo con
suavidad—. No quiero que vuelvas a
la guarida del león tan pronto
después de esa confrontación.
Un sonido fuera hizo que ambos
levantaran la vista de nuevo para ver
a Gonzalo pasar por delante de su
puerta. Se detuvo cuando vio a
Paula, y parpadeó para
comprobar que estaba viendo
correctamente. Entró en el despacho
con la frente fruncida, y Pau,
en silencio, gimió. Esto ya se pasaba
de incómodo. Estaba atrapada en el despacho de Fabricio con
Gonzalo, tenía un dildo anal metido en
el culo mientras Pedro se encontraba
en la habitación de al lado
esquivando los tejos que le estaba
tirando su exmujer.

—¿Qué pasa? ¿Por qué está Paula aquí?
Fabricio negó con la cabeza.

—¿No puedo saludar a mi chica
favorita?

—Corta el rollo, Fabricio. No seas
imbécil —gruñó Gonzalo—. ¿Era Lisa a
la que he visto salir de la recepción?

—Sí —contestó —. De ahí que
Pau esté aquí conmigo. La
estoy librando de la ira de Pedro al
estar todavía tan reciente el
encuentro con su ex.

—¿A qué narices ha venido? —
inquirió Gonza.
Estaba claro que ni a el ni a Fabricio
les caía bien Lisa. Su lealtad para con
Pedro era fuerte y los tres se unieron
más aún tras el divorcio.

—Fabri y yo estuvimos escuchando a
hurtadillas en la puerta —dijo Paula.

Gonzalo arqueó una ceja.
—¿Y quieres conservar tu trabajo?
Pedro te cortaría la cabeza y ni
siquiera yo podría salvarte.

—¿Quieres saber lo que hemos
escuchado o no? — Pau sacudió
la cabeza con impaciencia.
Gonzalo asomó la cabeza por la puerta
para controlar el despacho de Pedro
y luego volvió a entrar y cerró la
puerta del despacho de Fabricio tras de
sí.

—Soltad prenda.

—Quiere volver —dijo su amigo
arrastrando las palabras—. Y también
se marcó un numerito.

—Ah, joder —murmuró —.
Espero que la haya mandado a la
mierda de una vez por todas.

—No estoy segura de lo que le dijo —
murmuró Paula—. Alguien no
quería callarse para que pudiera
escuchar.

—Te garantizo que Pedro no cayó en
su mentira —dijo Fabricio echándose
hacia atrás en la silla y cruzando los
brazos sobre el pecho.

Paula no estaba tan segura.
Después de todo, Pedro había estado
casado con ella. El final de su
relación era lo que había formado la
base de todas y cada una de las
relaciones que habían venido
después, incluyendo la suya propia
con él. Eso decía lo mucho que lo
había afectado. Puede que estuviera
enfadado, eso no lo dudaba ni por un
segundo, pero eso no significaba que
Pedro ya no la amara y que no fuera
a intentar hacer que las cosas
funcionaran si eso implicaba que la
iba a tener otra vez bajo sus
condiciones.

—Voy a darle una buena hostia —
murmuró Gonzalo.
Entonces miró a Paula y alargó
la mano para despeinarla con la
mano.

—Aún tenemos esa cena mañana por
la noche, ¿verdad? ¿A qué hora
quieres que te recoja?

—¿Qué? ¿Y a mí no me invitáis? —
preguntó Fabri con horror.

—¿No tienes a quién más molestar?
—le replicó Gonzalo.

La expresión de Fabricio se puso tensa
por un momento y luego murmuró:
—Una reunión familiar. Yo paso.
El corazón de Paula se ablandó e
incluso Gonzalo hizo una mueca, con el
rostro lleno de compasión. Fabricio y su
familia no se hablaban. Nada. Ni
siquiera intentaba poner buena cara;
si su familia iba a ir a algún lado, él
se buscaba algún otro plan para estar
en otro sitio diferente. Y la mayoría
de las veces era con Gonzalo o Pedro.

—Oh, deja que venga —dijo Paula manteniendo la voz suave para
que Fabricio no se diera cuenta de lo
que estaba haciendo—. Me evitará
que me des la charla por Dios sabe
qué. El me defiende.

—¿Ves? A ella le caigo mejor —dijo
Fabri con suficiencia.

—Está bien, ¿a qué hora quieres que
te recojamos? —preguntó Gonzalo con
falsa resignación.

—A las seis me va bien. ¿Os viene
bien a vosotros? No voy a necesitar
mucho tiempo para cambiarme y
estar lista. ¿Vamos a tomar algo en
plan informal, o cómo?

—Yo sé de un pub genial donde se
cena muy bien justo en tu calle,
peque. Así que ponte vaqueros y
vamos allí —dijo.
Lo que significaba que estaba
haciendo esto por ella, ya que eso de
salir a pubs no iba exactamente
mucho con él.

—Perfecto.

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