sábado, 6 de septiembre de 2014

Capitulo 52

Cuando Pedro entró en el dormitorio,
Paula ya estaba desnuda y
sentada en el filo de la cama. Se
encontraba vacilante y preocupada y
la cabeza parecía no querer
funcionarle debido a lo que estaba a
punto de pasar. No estaba del todo
segura de que le fuera a gustar esto.

Mejor dicho, estaba bastante segura
de que no le iba a gustar, pero una
pequeña parte de su ser estaba
intrigada y excitada por la idea de
que la fuera a azotar en el
culo.
El corazón se le instaló en la boca de
la garganta cuando Pedro se quedó
plantado justo enfrente de ella, con
toda su presencia poderosa y
arrolladora.

—Levántate, Paula—le ordenó
tranquilamente, sin rastro de enfado
en su rostro.

La joven se puso de pie, vacilante, y
él se subió a la cama. Se pegó con
rapidez al cabecero con las
almohadas tras la espalda y luego
extendió la mano hacia ella. Paula se subió también a la cama
mirando su mano con vacilación.

Pedro la puso boca abajo encima de
su regazo, el vientre encima de sus
muslos y sus nalgas en pompa a una
distancia de relativamente fácil
acceso.
Le masajeó los cachetes de forma que
no dejara ni un trozo de piel sin
tocar.

—Veinte golpes, Paula. Espero
que los cuentes. Al final, me darás las
gracias por haberte azotado y
entonces te follaré hasta que ni
siquiera recuerdes tu nombre.

Su mente se vio desbordada por
expresiones como «joder», «qué
cojones» y «oh, sí, por favor». Todas
al mismo tiempo. Se estaba volviendo
loca, no tenía otra explicación.

El primer golpe la sorprendió y Paula soltó una ligera
exclamación. No estaba segura de si
fue porque le dolió o si es que
solamente la sorprendió.

—Te has ganado uno más —le dijo
con seriedad—. Cuéntalos en voz alta.

«Oh, mierda.»
Pedro le pasó la mano por el trasero
y volvió a azotarla.

—Uno —consiguió articular sin
respiración.

—Muy bien —le dijo con un ronroneo
en la voz.
Le acarició la zona que había recibido
el golpe con la palma de la mano y
luego azotó otra parte diferente de su
trasero. Paula casi se olvidó de
contar, pero luego se precipitó a
decir «dos» antes de que le añadiera
otro.

Todo el culo le hormigueaba, pero
cuando ese primer ardor remitió,
todo lo que pudo sentir fue la intensa
y placentera excitación adueñándose
de su vientre. Su sexo se contrajo, y se movió inquieta en un
intento de aliviar el incesante dolor.

Tres. Cuatro. Cinco. Cuando llego a la
docena, se encontró sin aliento y
totalmente recalentada…
retorciéndose encima del regazo de
Pedro. Las caricias que le regalaba la
estaban volviendo loca, además de
que contrastaban perfectamente con
los golpes más fuertes que le
proporcionaba. Pero aun así, nunca
le golpeaba demasiado fuerte. Le
daba lo justo para tenerla al límite,
así que, para el azote número
dieciséis, no hacía más que
suplicar que le diera más… y más
fuerte.

Todo el culo lo tenía ardiendo, pero
el calor era maravilloso. Sumamente
placentero. Nunca antes había
experimentado nada como aquello.

Estaba muy cerquita del orgasmo, y
nunca se hubiera imaginado poder
encontrar alivio con meros azotes, o
realmente poder disfrutar de la
experiencia.

—Quédate quieta y no te atrevas a
correrte —la advirtió —. Te
quedan dos, y si te corres, me
aseguraré de que no disfrutes tanto la
próxima vez.

Paula respiró hondo mientras
cerraba los ojos y ponía todo el
cuerpo tenso para mantener a raya el
orgasmo que amenazaba con
absorberla entera.

—Diecinueve —dijo apenas en un
susurro, ya no tenía ni aliento.

—Más alto —le ordenó.

—¡Veinte!
Oh, Dios… se había terminado.

Paula se hundió en la cama con
todo el cuerpo tenso por la presión
de haber tenido que contener la
respiración y haber intentado no
correrse con desesperación. Tenía la
entrepierna ardiendo. Era como si la
hubiera azotado ahí mismo, como si
hubiera sentido cada golpe en el
clítoris. Le palpitaba y se le contraía
en exceso. Sabía que, con el solo roce
de su respiración, sería capaz de
despegar hasta el cielo como un
cohete.

Y eso la enfadaba. Su falta de control.
El hecho de que le había hecho
querer algo que debería encontrar
aborrecedor.
Pedro la dejó tumbada ahí por un
momento hasta que la respiración se
le calmara y no estuviera tan al borde
del orgasmo. Entonces la levantó con
suavidad y la puso de espaldas en la
cama mientras él se tumbaba encima
de ella, se bajaba la bragueta e
intentaba quitarse los pantalones y la
camisa.

Su boca encontró los pechos de
Paula. Los chupó y les dio
pequeños tirones con los labios
mientras seguía peleándose con la
ropa. Cuando consiguió quitarse la
camisa, Paula esperaba que le
extendiera las piernas y
se la follara con fuerza, pero
solo se bajó de la cama y la agarró de
las piernas para traerla hasta el
borde.

Entonces sí que se las abrió para
colocarse justo en la entrada de su
cuerpo y mirarla con ojos brillantes e
intensos.

—¿Has disfrutado de los azotes,
Paula?

—Que te jodan —le dijo esta con
rudeza, aún enfadada por su
reacción. Pedro la perturbaba. Le
hacía cuestionarlo todo sobre sí
misma y a ella ese sentimiento no le
gustaba ni una pizca.

Él apretó la mandíbula ante la
evidente falta de respeto que
denotaba su voz.

—No, cariño. Es más bien
que te jodan a ti.

Se hundió bien adentro de ella
con una fuerte sacudida. La joven
ahogó un grito y arqueó la espalda
mientras los puños se le cerraban y
agarraba las sábanas con los dedos.

—Dame las gracias por haberte
azotado —le insistió.

—Vete a la mierda.

Se retiró de ella hasta tener solo la
punta de su miembro en su interior
para provocarla y excitarla.

—Respuesta equivocada —replicó con
un ronroneo—. Dame las gracias y
hazlo bien.

—Acaba con esto ya de una vez —dijo
Paula con la desesperación
intensificándose. No quería ser esa
persona tan débil y suplicante, pero
se encontraba peligrosamente cerca
de mandarlo todo a la mierda y
perder cada ápice de orgullo que
tenía cada vez que se encontraba con
él.

Pedro la besó, pero era un beso
castigador, uno que le había dado
con el único propósito de recordarle
que ella no estaba en ninguna
disposición de mandar. Aun así, lo
que conseguía era fomentar un
hambre voraz hacia él. La necesidad
que sentía era intensa y la estaba
volviendo loca.

—Te olvidas de quién es el que manda
aquí, cariño —le
murmuró mientras delineaba su
barbilla con un dedo—. Me
perteneces, lo que significa que lo
que tú quieres no importa. Solo lo
que yo quiero.

Paula entrecerró los ojos y
frunció la boca.

—Gilipolleces, Pedro.
Él se retiró lentamente de su carne
hinchada.

—Tengo un contrato que lo confirma
—le dijo con voz sedosa. Luego se
hundió en ella una vez más, Paula se quedó sorprendida por la
fuerza y la rapidez de su embestida.

—Puedo romper ese contrato cuando
quiera —le contestó ella airadamente.

La verdad era que estaba muy
tentada de hacerlo ahora mismo solo
para hacerle enfadar tanto como ella
lo estaba. Pero no era lo que quería,
y ambos lo sabían.

El cuerpo de Pedro se quedó
completamente paralizado y tenso
sobre el suyo y sus labios se
movieron vacilantes sobre su cuello
hasta deslizarse finalmente por sus
pechos. Los pezones se le
endurecieron por el deseo y la
espalda se le arqueó a modo de
súplica. Quería que posara la boca
sobre su piel. Estaba a punto, muy
preparada… y también muy enfadada.

—Sí, sí que puedes —le dijo con
confusión—. ¿Es eso lo que quieres,
Paula? ¿Quieres romper el
contrato e irte ahora mismo? ¿O
quieres que te folle?

Maldito fuera, la volvía loca. Pedro
sabía perfectamente bien lo que
quería, pero la iba a obligar a decirlo
en voz alta. Quería que ella le
suplicara.

Su mirada se volvió mucho más
intensa; la embistió con fuerza y se
quedó quieto dentro de ella. Paula estaba palpitante y tensa, una
súplica sin voz para que continuara.

Pero, sin embargo, se mantuvo
quieto, esperando.
—Dilo, Paula.

Ella estaba a punto de llorar de la
frustración. Estaba tan cerca… tan al
límite que no podía quedarse quieta.

Su cuerpo estaba alerta a cualquier
movimiento que él hiciera.
—Gracias —murmuró.

—Gracias, ¿por qué? —la animó.

—¡Gracias por azotarme!

Él se rio entre dientes.
—Ahora dime lo que quieres.

—Quiero que me folles, ¡maldita sea!

—Pídemelo por favor —le dijo con
una sonrisa de suficiencia en los
labios.

—Por favor, Pedro —le suplicó con
voz ronca. Odiaba la desesperación
tan obvia que salía de su garganta—.
Por favor, fóllame. Termínalo de una
vez, por favor.

—Cosas buenas pasan cuando me
obedeces. Recuerda eso, Paula.
Recuérdalo la próxima vez que
pienses en irte sin haberme dicho ni
una palabra.

Pedro se inclinó hacia delante y
enterró los dedos en su pelo. La
agarró durante un instante pero
luego deslizó las manos por sus
hombros para empujarla contra él y
así hacer sus fuertes embestidas
mucho más profundas. Se introducía
en su interior con un ritmo tan
impaciente que ella solo podía
concentrarse en él y nada más que en
él mientras su miembro entraba y
salía de su cuerpo.

Paula no tenía ni idea de lo que
estaba gritando. «Para.» «No pares.»
Estaba suplicándole, rogándole con la
voz ronca mientras las lágrimas le
caían por las mejillas y arqueaba la
espalda de una manera tan exagerada
que no estaba tocando ni la cama
siquiera.

Y entonces la rodeó con los
brazos y la estrechó contra sí. Le
murmuró palabras tranquilizadoras y
suaves, le acarició el pelo mientras se
vaciaba en ella y la dejaba empapada.

—Shhh, cariño. Ya está.
Ya ha terminado. Te tengo, déjame
cuidar de ti.

Estaba completamente agotada y
desorientada por lo que acababa de
ocurrir. Ella no era esa persona. A
ella no le iban esas perversiones, ni
los azotes, ni el sexo duro, sino que
le gustaba hacerlo despacito y con
delicadeza. Sin prisas. Tomándose su
tiempo. Tener sexo con Pedro era
como un infierno, una fuerza como
nunca antes ella había experimentado
y que sabía que nunca más volvería a
experimentar sin él.

La estaba desnudando capa a
capa. Le estaba dejando expuestas
partes de ella con las que no se
encontraba familiarizada. La hacía
sentir vulnerable e insegura. ¿Qué era
lo que se suponía que tenía que hacer
con esta nueva Paula?

Él se quedó tumbado encima de ella
mientras le besaba la sien y le
acariciaba el pelo con movimientos
reconfortantes. Paula se arrimó
a él en busca de su calor y de su
fuerza. Era un refugio seguro cuando
tantas cosas estaban tan confusas.

Su
mente, su cuerpo, su corazón.
Cuando encontró sus labios, esta vez
la besó con exquisita ternura en vez
de ser tan controlador y posesivo
como antes. Fue dulce, muy dulce.
Como si fueran amantes
reconectando de nuevo tras haber
hecho el amor. El problema era que
ella apenas podía contar como hacer
el amor el que la hubiera azotado en
el culo y luego la hubiera poseído
lentamente y con rudeza.

Sexo. Solo era sexo. Sexo increíble,
bochornoso, caliente y sin emoción
de ningún tipo. Pero sexo al fin y al
cabo. Y sería un error muy peligroso
considerarlo algún día algo diferente.

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A pedido del publico 2 capitulos mas! Pero deben comentar MUCHO para que suba mañana! Ya saben!
Gracias x leer!
Soy @letipauliter

7 comentarios:

  1. wow que intensos,buenísimos los capítulos!!!

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  2. Geniaaaaalll .. guau q intensos estos dos jajajajajaj gracias por subir Leti

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  3. Cómo a pedido del público??? A pedido de Nati y mío. Muy buenos los 2 caps.

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  4. Geniaaaa!! Gracias por los capitulos extras y por no dejarme con ganas de mas!! Muy buenos, pedro es un cabron ahr jajajajja!! Anteriormente no pude publicar aca, pero.si en twitter. Besos
    @pepepauoli

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  5. Muy buenos los caps!!! Gracias por los dos extras :) ah y siempre leo la nove pero aveces me olvido de comentar,ya quiero leer los de mañana :)
    @nadiaa2012

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  6. Muy buenos!!! Gracias x la yapa!

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  7. Super intensos!!! Al final no le explico lo q paso con la siliconada?? mimiroxb

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