sábado, 13 de septiembre de 2014

Capitulo 73

Tuvieron que aparcar a una manzana
del pub, pero Fabricio le abrió la puerta
a Paula y le ofreció la mano para
ayudarla a salir. Los dos hombres la
flanquearon mientras caminaban por
la ajetreada calle y el crepúsculo se
cernía sobre ellos.

El pub estaba relativamente tranquilo.
Era temprano para cenar todavía, y el
pub no se llenaría hasta el anochecer.
Fabri los guio hasta una mesa situada
en un rincón, con vistas a la calle, y
una camarera vivaracha los atendió
extremadamente rápido. Miró a el
y Gonzalo como si fueran su siguiente
comida y estuviera a punto de
hincarles el diente.

Era más joven que Paula. Vamos,
tenía que serlo. Parecía tener unos
veinte años. Probablemente una
estudiante de la universidad que
servía mesas para conseguir algo de
dinero extra. Lo que significaba que
había una diferencia de edad más
grande de la que ella ya tenía con
Gonzalo y Fabricio. ¿Dieciocho años? No es
que fueran muchos más que los que
había entre ella y Pedro, pero era un
poco raro ver a alguien que parecía
casi adolescente flirtear con su
hermano y su mejor amigo.

Se las apañaron para pedir la comida
tras la escenita. Paula se sentía
con ganas de darse el gusto esta
noche. Ya que le esperaba el dulce de
azúcar en casa, ¿por qué no darse el
capricho? Podría comer ensaladas
con Pedro, pero cuando estaba con
Gonza y Fabri no tenía ninguna reserva
con la comida, así que pidió unos
nachos bien cargaditos.

Pero eso no le impidió picotear
también del plato de sus acompañantes.
Ellos se rieron, gastaron bromas, y
hablaron de todo y nada a la vez.
Tras apartar el plato en la mesa, tan
llena que apenas podía respirar, se
echó hacia delante y, en un impulso,
abrazó a Gonzalo.

—Te quiero —le dijo con fiereza—.
Gracias por esta noche. Era justo lo
que necesitaba.

Él le devolvió el abrazo y la besó
en la sien.
—¿Va todo bien?

Ella lo apartó y le sonrió.
—Sí. Perfectamente.

Y no había mentido. Esta noche había
sido exactamente lo que había
necesitado. Su relación con Pedro era
intensa y arrolladora. Era muy fácil
quedarse encandilada con él y sus
órdenes y olvidarse de todo lo
demás. Su familia… Gonzalo. Sus
amigas… Caroline y las chicas.
Incluso de ella misma.

—¿Estás segura de que todo va bien,
Pau? —le preguntó Fabricio.

Ella lo miró y vio que la estaba
observando; su mirada perspicaz la
estaba atravesando.

—¿Estás feliz en el trabajo?
Gonzalo procesó la pregunta de Fabricio
con un gesto fruncido.
—¿Pasa algo que yo no sepa?

—Gonzalo, estoy bien —dijo Paula.
Y estaba siendo completamente
sincera. Quizá no con la dirección
que estaba tomando la situación, ni la
que ella estaba tomando dentro de su
relación con Pedro, pero sí sabía que
se encontraba bien. Cuando todo
terminara, también estaría bien.
Incluso mejor que antes.

—Me lo dirías si tuvieras algún
problema —le dijo con una voz
suave y los ojos fijos en ella.

No era una pregunta, y su voz no la
pronunció como tal. Era la
confirmación de un hecho que quería
que ella reafirmara.
—Siempre serás mi hermano mayor,
Gonza. Y eso significa,
desafortunadamente, que siempre iré
a ti para pedirte que me ayudes a
solucionar mis problemas.

Pau terminó de hablar con una
sonrisa melancólica, recordando
todas las veces cuando ella era aún
una niña y él había sido tan paciente
con ella. Siempre se
preguntaba si la razón por la que no
se había casado ni tenido hijos era
ella misma, por haber tenido que
pasar tanto tiempo criándola. La
entristecía porque sabía que Gonzalo
podría ser un padre increíble. Pero él
no había dado señal alguna de querer
sentar cabeza con una única mujer. Y
bueno… si él y Fabricio estaban siempre
liados con la misma tía a la vez,
Paula se imaginaba que sería un
poco raro e incómodo forjar una
relación más tradicional.

—No hay ningún
«desafortunadamente», peque. No
querría que fuera de ninguna otra
manera.

—Y bueno, para que lo sepas, mi
despacho siempre está abierto si
Gonza no está por allí —interrumpió
Fabri.

Estaban preocupados de verdad. ¿Tan
evidente era que estaba inquieta?
¿Llevaba pintada en la cara alguna
pista que la relacionara con Pedro?
Ella no se sentía diferente. No creía
que estuviera diferente. Pero todo el
mundo parecía notar que estaba
intranquila.

—Sois los dos unos soles —dijo—,
pero estoy bien. Pedro tenía razón.
Me estaba escondiendo al trabajar en
La Pâtisserie.
Necesitaba abrir los ojos como él me
hizo para que me fuera en la
dirección correcta. No estoy diciendo
que vaya a trabajar como asistente
personal toda la vida, pero El me
dio una oportunidad para ganar
experiencia que no fuera solo
sirviendo cafés.

—Mientras seas feliz —dijo Gonzalo—.
Yo solo quiero que seas feliz.

Ella sonrió.
—Lo soy.

Se quedaron allí sentados hablando
durante un rato más antes de que
pidieran la cuenta. Cuando la
camarera la dejó en la mesa, Gonzalo
sacó su tarjeta de crédito. Cuando
este la estaba dejando dentro de la
pequeña carpeta de piel, una morena
alta se dirigió resueltamente hacia
ellos.

Al principio Paula pensó que la
mujer iba al baño, pero luego fijó la
mirada en Fabricio y Gonzalo y se hizo
bastante aparente que tenía un
objetivo.
—Mierda —murmuró Fabri.

Gonzalo levantó la cabeza y la morena
se paró justo frente a la mesa con
ojos brillantes y una sonrisa de oreja
a oreja dibujada en el rostro. Pero
entonces se giró hacia Paula y su
mirada se volvió glacial.

—Fabricio. Gonzalo—dijo con una voz
entrecortada—. ¿Jugando hoy por los
barrios bajos?

Los ojos de Paula se abrieron
como platos. Joder, la había insultado
pero bien. Entonces bajó la mirada.
¿No se la veía tan mal, no?

El rostro de Gonzalo se volvió frío. Era
una mirada que siempre había
asustado a Paula porque cuando
se callaba y en su expresión se
mostraba esa frialdad significaba que
estaba muy, muy enfadado.

—Señorita Houston —dijo tenso—.
Esta señorita es mi hermana, Paula y le debe una disculpa por ese
comportamiento tan vulgar y
grosero.

Las mejillas de la morena se llenaron
de un intenso color al instante.
Parecía estar mortificada. Paula
casi sentía pena por ella. Casi, porque
en realidad… no la sentía.

A Fabricio se le veía tan enfadado como
a Gonzalo. Alargó la mano, cogió la
cuenta y la sacudió frente a la
camarera. Miraba más allá de la
morena como si ni siquiera estuviera
allí.
—Perdóname —dijo la mujer con voz
quebrada. Pero no miró a Paula
cuando susurró la disculpa. Su
mirada aún seguía fija en su hermano y su amigo por turnos. Era como ella
si no estuviera presente.

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