viernes, 12 de septiembre de 2014

Capitulo 66

—¿Quieres algo para beber antes de
que nos vayamos? —preguntó Pedro.

Ella negó lentamente con la cabeza.
Cuanto más se quedaran en el
apartamento, más probable era que
nunca consiguieran ir a cenar. Y, en
realidad, Paula tenía ganas de
tener una cita normal con él. Hasta
ahora había habido sexo, trabajo y no
mucho más.

Él extendió el brazo hacia ella y
deslizó los dedos hacía los
suyos. La llevó hacia el ascensor y
bajaron para meterse en el coche.

Durante el trayecto, Paula se
debatió sobre si sacar el tema de
Lisa. Se estaba muriendo de
curiosidad, pero no quería meterse
en un berenjenal tampoco.
Lo miró de soslayo, pero él la
sorprendió y arqueó las cejas de
manera inquisitiva.

—¿Qué pasa? —le preguntó.
Ella dudó por un segundo y luego se
figuró que era mejor lanzarse al
vacío. Pedro no la iba a dejar en paz
hasta que soltara lo que tenía en la
cabeza, de todas formas.

—Mmm, Lisa…

Antes de que pudiera continuar, el
rostro de Pedro se volvió frío como el
hielo y levantó la mano para hacerla
callar en medio de la frase.
—Me niego a arruinar una noche
perfecta hablando de mi exmujer —
pronunció con mordacidad.

Bueno, y eso fue todo. En realidad
no se iba a quejar. Ella tampoco
quería arruinar la velada aunque se
estuviera muriendo de curiosidad por
saber qué pensaba Pedro de toda la
situación. Y quizá también estuviera
un poco asustada…

En el restaurante, los condujeron
hacia una de las mesas del fondo, en
una zona privada. Era perfecto. El
interior estaba poco iluminado, pero
había velas encendidas a cada lado de
las mesas y una variedad de luces
navideñas se veían en varios arbustos
decorativos, para crear un ambiente
festivo. Le hacían desear que llegara
la Navidad.

A Paula le encantaba la Navidad
en Nueva York. Gonzalo siempre la había
llevado al Rockefeller Center para que
viera las luces del enorme árbol que
ponían allí. Era uno de los recuerdos
favoritos que ambos compartían.
—¿En qué estás pensando? —le
preguntó Pedro.

Ella parpadeó y centró su atención en
él. La estaba observando con una
expresión curiosa en el rostro.

—Se te veía muy feliz. Sea lo que sea
que ocupara tus pensamientos debía
de ser bueno.

Ella sonrió.
—Estaba pensando en la Navidad.
—¿La Navidad?
Parecía haberse quedado perplejo.
—Gonzalo siempre me llevaba a la
ciudad para ver las luces del árbol de
Navidad. Es uno de mis recuerdos
favoritos que tengo con él. Me
encantan todas las luces, y el ajetreo
y el bullicio que traen las Navidades a
Nueva York. Me encanta ir a ver
escaparates, es la mejor época del
año.

Él pareció quedarse pensativo durante
un momento y luego se encogió de
hombros.
—Lisa y yo siempre las pasábamos en
los Hamptons, y luego, cuando nos
divorciamos, simplemente me
quedaba trabajando todas las
vacaciones.

Ella lo miró boquiabierta.
—¿Trabajando? ¿Trabajas durante la
Navidad? Eso es terrible, Pedro.
¡Pareces Scrooge!

—Son unas vacaciones sin sentido.
Paula puso los ojos en blanco.

—Ojalá lo hubiera sabido. Te hubiera
obligado a pasarlas con Gonzalo y
conmigo. Nadie debería estar solo en
Navidad. Yo pensaba que las pasabas
con tus padres.

Paula se derrumbó y se mordió
el labio con consternación por sacar
un tema tan doloroso.
—Lo siento —le dijo en silencio—. Lo
he dicho sin pensar.

Él le dedicó una sonrisa triste.
—No pasa nada. Aparentemente mi
padre ha decidido que la ha cagado y
ahora quiere volver con mi madre.
Solo Dios sabe cómo va a acabar
todo esto.

Ella abrió los ojos como platos.
—¿Te dijo eso?

—Oh, sí —dijo con un suspiro
de cansancio—. Cuando vino a la
oficina el día que fuimos a almorzar.
El día después de que su novia
intentara llevarme a la cama.

Paula gruñó y Pedro se rio.
—¿Y qué va a hacer tu madre? —
preguntó .

—Ojalá lo supiera. Pero si tengo que
decir algo… mi padre aún no ha ido a
arrastrarse porque si no ya habría
tenido conocimiento de ello.

—No sé si yo podría perdonar el que
se acostara con todas esas mujeres —
dijo Paula con infelicidad—. Eso
ha tenido que dolerle a tu madre una
barbaridad.

—Él dice que no le ha sido infiel.
Paula le lanzó una mirada que
decía «sí, claro».
Pedro sacudió la mano.
—No tengo ni idea de lo que él
considera ser infiel, pero no estoy
seguro de que siquiera importe que
no se haya acostado con ellas. Todo
el mundo piensa que sí lo hizo. Mi
madre piensa que lo hizo. No es una
humillación que vaya a superar
pronto.

—Esto debe de ser muy duro para ti
—le dijo con una voz suave. Qué
mierda de día había sido hoy.
Primero venía su padre a soltar la
bomba, y luego su exmujer aparecía
apenas unas horas después.

Pedro parecía estar incómodo con su
compasión y apartó la mirada. Sus
ojos se llenaron de alivio cuando el
camarero vino con sus entrantes.

El marisco olía divinamente, como
Paula pudo apreciar al instante.
El camarero le sirvió gambas a la
plancha a ella y lampuga marinada a
él.
—¡Oh! Lo tuyo tiene una pinta
impresionante —le dijo.

Él sonrió, pinchó un trozo con el
tenedor y extendió el brazo para
ofrecérselo. Paula se lo metió en
la boca y se quedó así durante un
momento mientras ambos se miraban
a los ojos y se sostenían la mirada.
Era sorprendentemente íntimo eso de
darle de comer aunque solo fuera un
mordisco. Pedro tenía los ojos fijos
en su boca mientras volvía a bajar el
tenedor hasta su plato.

Ella cortó un trozo de gamba y
entonces se lo ofreció a él tal y como
había hecho con ella. Él vaciló por un
momento pero luego dejó que le
deslizara el bocado en la boca.
Un poco inquieta por cómo le había
afectado el intercambio, Paula
bajó la mirada hasta su plato y se
centró en su comida.

—¿Está bueno? —le preguntó Pedro
unos minutos después.

Ella alzó la mirada y sonrió.
—Delicioso. ¡Estoy casi llena!

Pedro cogió la servilleta que tenía en
su regazo y se la llevó a la boca antes
de dejarla de nuevo en la mesa.

Justo
después de que Paula soltara el
tenedor y moviera su plato más al
centro de la mesa, Pedro se levantó y
alargó la mano hacia ella.

—Bailemos —murmuró.
Sintiéndose como una adolescente en
su primera cita, Paula dejó que
la levantara y la guiara a través del
laberinto de mesas hasta llegar al
área reservada para bailar.

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