martes, 23 de septiembre de 2014

Capitulo 104

La llevó hasta la enorme otomana de
piel y la colocó a cuatro patas.

Entonces, comenzó a enrollar la
cuerda meticulosamente alrededor de
su cuerpo, bajo sus pechos y por
encima de ellos para atraer la
atención hasta esos deliciosos
montículos. Seguidamente la rodeó
hasta estar situado junto a su espalda
y le aseguró las muñecas contra el
coxis mientras le indicaba que pegara
la cara contra la suave piel del sofá.

Una vez amarradas las manos, estiró
la cuerda hasta la parte inferior de su
cuerpo y le abrió los muslos antes de
rodear también los tobillos con la
misma. No paró hasta que esta
estuvo tensa entre los pies y las
muñecas.
Se encontraba completamente
indefensa y vulnerable ante lo que
sea que él quisiera hacerle. Y eran
muchas cosas…

Su miembro estaba duro como una
piedra y tirante dentro de sus
pantalones, pero estaba
decidido a tomarse las cosas con
calma. Quería que ella siguiera el
ritmo durante todo el tiempo.
Quería
que esto fuera para ella, y su placer,
ya que antes no había sido así.

Deslizó la mano sobre la curva de su
trasero hasta llegar a los húmedos y
sedosos labios vaginales. Jugó con la
entrada de su cuerpo moviendo los
dedos en círculos, y seguidamente
introdujo uno en su interior. Pedro
sentía cómo sus paredes calientes y
resbaladizas lo envolvían y lo
succionaban.

Retiró la mano y luego dio un paso al
lado para colocarse frente a su
cabeza. Le ofreció el dedo a ella para
que lo chupara.

—Saboréalo —murmuró—. Saborea lo
dulce que eres, Paula. E
imagínate que es mi polla lo que
estás chupando.

Vacilante, abrió la boca y él introdujo
el dedo en su humedad, justo por
encima de la rugosidad de su lengua.
Paula cerró los labios a su
alrededor y lo succionó suavemente
mientras él lo iba sacando de su
interior.

Cuando separó la mano de su boca,
se agachó a coger el plug y el
vibrador. Paula abrió los ojos
como platos cuando vio ambos
objetos, pero él solo pudo sonreír.
Aplicó lubricante tanto al dildo como
a la entrada de su ano y luego usó los
dedos para expandir el gel por toda la
zona exterior e interior.

Seguidamente se llevó el aparatito a
la arrugada apertura y comenzó a
hacer presión contra su cuerpo sin
ninguna prisa, dejando que se
adaptara lentamente a la extraña
sensación.

Verla ensancharse para que él le
colocara el plug lo fascinó, e incluso
gimió cuando se imaginó que era su
polla la que estaba introduciéndose y
abriéndose paso a través de su ano.
El pecho le subía y le bajaba del
esfuerzo, y ella jadeaba mientras él
seguía ensanchándola más y más. A
continuación, lo metió por completo
y Paula soltó un enorme suspiro
al tiempo que su cuerpo se hundía en
la otomana.

—Esto es solo el principio —le dijo
con una sonrisa.

—Puede que no sobreviva —le
respondió ella apenas sin aliento.

Pedro cogió ahora el vibrador y lo
encendió a máxima potencia. Tan
pronto como le tocó la punta del
clítoris, ella pegó un bote y el cuerpo
entero se sacudió en reacción a su
contacto. Atada como estaba, no
tenía más remedio que recibir y
aceptar las sensaciones tan intensas y
placenteras que la invadieron cuando
volvió a presionar la punta del
juguetito contra ella, esta vez
deslizándolo sobre su carne sensible
hasta llegar a su abertura.
Lo introdujo apenas un par de
centímetros y luego imitó el
movimiento de sus caderas al
embestirla con otros más
superficiales.

Paula gimió con suavidad. La
tensión se le reflejaba en las líneas
del rostro.
Pedro deslizó el vibrador más en su
interior, lo que hizo que ella ahogara
un grito ante la profundidad de la
penetración. Estaba llena por
completo, tanto por delante como
por detrás, con el plug y ahora el
enorme vibrador.

Comenzó a sacudirse de pies a cabeza
y movió el trasero hacia arriba con
cada envite. Se retorció hasta que
Pedro pensó que se iba a deshacer
ahí encima de la otomana.

—Pedro, por favor —le suplicó.

—¿Te quieres correr?

Ella soltó un quejido.
—Sabes que sí.

Pedro se rio ligeramente entre dientes
y luego sacó el vibrador de su
interior antes de arrodillarse detrás
de ella para pasarle la lengua desde el
clítoris hasta la apertura de su sexo.

—¡Oh, Dios! —exclamó Paula.
Siguió presionando el rostro contra
su tierna carne y succionó
delicadamente con la boca. Cuando la
sintió tensarse de nuevo, y sintió su
repentina humedad contra la lengua
mientras le lamía entre las piernas,
supo que estaba muy cerca del
clímax.

Se enderezó, se desabrochó los
pantalones y se sacó el pene erecto.
Se colocó justo detrás de ella, guio su
miembro hasta la entrada de su sexo
y arremetió bien profundo.
Ella gritó. Su nombre se le escapó de
los labios en un siseo fuerte y
duradero.

Se agarró a las manos atadas para
usarlas como soporte y comenzó a
poseerla con lentos y duros embistes.
Paula se derritió a su alrededor,
un éxtasis tan ardiente y dulce. Usó todo el
autocontrol que tuvo, y más, para no
saciar su deseo del tirón y correrse
en su interior. Le había jurado que
esto era para ella, así que esperaría.

Pedro tenía toda la intención de darle
placer muchas más veces antes de
que la noche terminara.
Su cuerpo se sacudió, cada músculo
de su cuerpo se tensó y se puso
completamente rígida. Soltó un grito
estrangulado y luego se quedó laxa
mientras él se enterraba en ella otra
vez.
Se quedó quieto, esperando a
que ella se recuperara del intenso
orgasmo. Luego, con cuidado, se
retiró y se metió la polla de nuevo en
los pantalones.

Mientras le daba tiempo para que
recuperara el aliento, sacó una de las
fustas que tenía en el armario.
Cuando volvió, Paula tenía los
ojos cerrados mientras descansaba la
mejilla contra la otomana.

Acercó la fusta a su trasero y le
recorrió los cachetes sin dejarse ni
un trocito de piel. Ella abrió los ojos
al instante y cogió aire, ansiosa por lo
que vendría.

—¿Te gusta que te azote, Paula?

—Sí —susurró.

—¿Es buena la sensación? ¿Todo ese
dolor intenso y agudo que roza la fina
línea del placer?

—¡Sí! —gritó ella más alto.

—Hoy no te voy a azotar como
castigo. Voy a señalar ese precioso
culo tuyo por nada más y nada
menos que el enorme placer que nos
dará a ambos. Y cuando termine y te
deje el trasero tan rojo como un
tomate, voy a follártelo.

Ella gimió, sonido que consiguió
encender todos sus sentidos. Sonido
que indicaba el agradecimiento de
toda mujer, jadeante y adorable.

Pedro se inclinó hacia delante para
quitarle con cuidado el dildo anal,
que hizo que se encogiera y soltara
otro sonido de placer al mismo
tiempo que lo liberaba de su cuerpo.
Una vez fuera, volvió a pasarle la
fusta por encima de los glúteos antes
de darle, por fin, el primer latigazo.

Fue suave a propósito; contuvo su
fuerza para no golpearla con
demasiada dureza. Quería ir poco a
poco hasta dejarle esas preciosas
marcas rojas que decorarían su
trasero. Si empezaba golpeándola
demasiado fuerte, solo conseguiría
que llegara rápidamente a
su límite, y él quería que le suplicara
que quería más; no que quería que
parara.

Estaba preciosa atada de pies y
manos, abierta frente a él y con el
pelo cayéndole en cascada sobre el
cuerpo y el sofá como si se tratara
del cielo nocturno más oscuro jamás
visto.

El enrojecimiento en la piel aparecía
con cada golpe, quedándosele
marcado en el trasero durante un
largo rato antes de comenzar a
desvanecerse, y luego vuelta a
empezar cuando le administraba un
nuevo azote.
Paula se retorció sin descanso y
luchó contra el amarre que la tenía
atada mientras arqueaba el trasero
hacia arriba como si buscara y
quisiera más.

Cuando llegó al decimoquinto golpe,
Pedro incrementó la fuerza de los
azotes, lo que provocó que el
enrojecimiento de la piel durara más,
hasta que todo su culo brillaba con
un color rosado.

Solo unos pocos más y se hundiría en
su apretado conducto. Se perdería en
la belleza de su sumisión.

Cuando sonó el chasquido del
siguiente golpe, otro sonido bien
diferente prorrumpió en la
habitación.

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