lunes, 15 de septiembre de 2014

Capitulo 79

Antes de que la camarera trajera las
bebidas, dos tíos se acercaron con
unas sonrisas encantadoras en la
cara, y empezaron a hablar con
Chessy y Trish. Paula se quedó a
propósito al fondo de la mesa, que
limitaba con la barandilla que daba a
la pista de baile. No quería bajo
ningún concepto que se le diera
demasiado bombo a que se estuviera
limitando a observar, y tampoco
quería tener que rechazar a nadie de
manera incómoda. Así que, para
evitar eso mismo, se giró hacia la
pista y empezó a moverse al ritmo de
la música.

Unos pocos minutos después, les
trajeron las bebidas y los dos chicos
desaparecieron. Cogieron los vasos de
la bandeja y luego Caroline alzó el
suyo para proponer un brindis.

—¡Por una noche fabulosa! —gritó.
Hicieron chinchín con los vasos y
luego comenzaron a beber.

Paula se moderó; no tenía la
misma tolerancia al alcohol que sus
amigas. Se quedaron toda la noche
yendo de la mesa a la pista de baile y
de la pista a la mesa mientras la
camarera seguía trayéndoles bebidas
a un ritmo considerable.

Sobre las doce de la noche, ya empezaba a sentir los efectos
del alcohol, así que redujo el ritmo
mientras las otras seguían sin freno.

Chessy se quedó con un tío que
parecía no despegarse de ella durante
toda la noche. Allá donde iba, él la
seguía, y además se aseguraba de que
las chicas tuvieran lo que quisieran.

Brandon se pasó por la mesa un rato
después para ver cómo estaban, y
luego habló con Caroline durante
unos pocos minutos a solas. Cuando
se fue, la sonrisa de Caroline era
enorme y los ojos le brillaban. Estaba
emocionada, completamente excitada
ante la novedad de tener ante sí una
posible relación donde todo parecía
ser increíble y excitante. Paula
estaba feliz por ella. Caro se merecía
la felicidad tras su última relación, y
a lo mejor Brandon era el chico
adecuado.

Cuando dieron las dos de la mañana,
ya estaba lista para
retirarse. Estaba más que un poco
ebria. Y como Caroline se iba a ir a
casa de Brandon, no vio razón alguna
por la que quedarse más tiempo.

Apartó a Caroline a un lado y le dijo
que se iba a casa. Chessy y las otras
aún estaban en la pista de baile;
todas habían ligado y estaban
ocupadas con sus maromos, así que
no la echarían de menos.
—Déjame que se lo diga a Brandon y
te acompañaremos hasta el taxi —dijo
Caroline por encima de la música.

Ella asintió con la cabeza y esperó
mientras Caroline serpenteaba entre
la gente. Un momento más tarde,
volvió escoltada por Brandon y
Paula los siguió hasta fuera del
club. Brandon le hizo un gesto con la
mano a uno de los taxis que estaban
aparcados en la esquina y luego le
abrió la puerta para que entrara.

—Te llamaré mañana —le dijo
Caroline inclinada hacia delante para
poder ver el interior del taxi.

—Ten cuidado y diviértete —añadió
Paula.
Caroline sonrió de oreja a oreja y
cerró la puerta.

Le dio la dirección al conductor y
luego se acomodó en el asiento. La
cabeza aún seguía dándole vueltas
aunque había dejado de beber casi
una hora antes. Su móvil sonó, y ella
frunció el ceño. Eran las dos de la
mañana pasadas. ¿Quién le podría
estar mandando un mensaje a esas
horas?
Sacó el teléfono del bolsillo donde se
había quedado olvidado durante toda
la noche y una mueca apareció en el
rostro cuando vio que tenía más de
una docena de llamadas perdidas. Y
todas de Pedro. Además, tenía
mensajes. El último acababa de llegar
justo hacía unos segundos.

¿DÓNDE COÑO ESTÁS?

Aunque no había forma alguna de
distinguir el tono de voz en un simple
mensaje de texto, Paula podía
imaginarse perfectamente a Pedro
echando humo por la nariz de lo
enfadado que estaría. Había otros
cuantos mensajes, todos ordenándole
que le dijera dónde estaba y cómo
iba a volver a casa.

Mierda. ¿Debería llamarlo? Era
tremendamente tarde —o temprano,
depende de cómo se mire— pero era
obvio que estaba despierto y
evidentemente muy enfadado, o
preocupado, o ambas cosas. Por ella.
Esperaría hasta que llegara a casa y
luego le mandaría un mensaje. Al
menos entonces podría decir que ya
estaba en su apartamento.

El camino de vuelta a casa fue mucho
más corto que la ida, ya que el
tráfico no era un factor importante a
esas horas de la madrugada. No pasó
mucho tiempo hasta que el taxi se
acercó a su edificio. Le
pagó y luego se bajó del coche. El
equilibrio pareció fallarle un poco
una vez consiguió ponerse en pie.

El taxi se marchó y ella comenzó a
dirigirse hacia el portal de su edificio.

Y entonces lo vio.

La respiración se le cortó, y el pulso
se le aceleró hasta que el alcohol no
hizo más que darle vueltas en el
estómago y provocarle náuseas.

Pedro estaba ahí, frente al portal de
su edificio, y parecía cabreado. Se
encaminó hacia ella con una
expresión seria y los ojos brillándole
de forma peligrosa.

—Ya era hora, joder —soltó
mordazmente—. ¿Dónde mierdas has
estado? ¿Y por qué no has
respondido a mis llamadas o mis
mensajes? ¿Te haces alguna idea de lo
preocupado que he estado?

Ella comenzó a andar dando tumbos y
Pedro maldijo por lo bajo mientras la
agarraba del brazo para impedir que
se cayera al suelo.

—Estás borracha —le dijo con
seriedad.

Paula sacudió la cabeza aún sin
poder encontrar la voz.
—No —consiguió pronunciar
finalmente.

—Sí —insistió Pedro.

Él la arrastró hasta dentro cuando el
portero abrió la puerta, y luego la
condujo hasta el ascensor. Le quitó
las llaves de las manos, entraron al
ascensor y pulsó el botón para subir
a su planta con demasiada fuerza.

—¿Puedes siquiera caminar? —le
preguntó mirándola de arriba abajo
como si de un látigo recorriendo su
piel se tratara.
Ella asintió aunque no estaba ahora
tan segura. Las rodillas le temblaban
y a cada segundo que pasaba sentía
más ganas de vomitar. Palideció y el
sudor comenzó a caerle en goterones
por la frente.

Pedro maldijo de nuevo mientras las
puertas del ascensor se abrían. La
agarró de la mano y luego la atrajo
hasta su costado, manteniéndola en
pie mientras ambos caminaban hasta
la puerta de su apartamento.

Metió la
llave en la cerradura, abrió la puerta
y la llevó rápidamente al interior.
Después cerró la puerta de un
portazo y la acompañó sin perder
tiempo al lavabo.
Y no le sobraron ni dos segundos.
Llegó al váter justo cuando el
estómago comenzó a rebelarse contra
ella.

Pedro le recogió el pelo con las
manos y se lo echó hacia atrás para
que no lo tuviera en la cara. Luego
deslizó una mano por su espalda para
tranquilizarla y calmarla.

No dijo ni una palabra —un hecho
que Paula agradeció— mientras
vaciaba todo el contenido de su
estómago en el retrete. Una vez los
vómitos por fin terminaron, la dejó
sola durante un breve instante para
poder humedecer una toalla en el
lavabo, y luego volvió para pasársela
por el rostro y la frente.

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