sábado, 20 de septiembre de 2014

Capitulo 95

Por muy traumática que hubiera sido
la experiencia en París para Paula, esa noche jugó, de muchas
maneras, un papel crucial con
respecto al avance de su relación.

Pedro era incluso más protector con
ella, y mostraba un cariño —
emocional— que no había estado
presente antes.
Eso le infundó ánimos. La hizo
atreverse a soñar con que al final
podrían ser más que un contrato. Ella lo
amaba y no hacía más que
seguir cayendo bajo su hechizo cada
día que pasaba. El amor le hacía ser
paciente. Le hacía tener esperanzas.

Lo único de lo que se arrepentía era
de que su relación fuera secreta para
todo el mundo, y para Gonzalo.
Especialmente para Gonzalo.

El había notado el malestar de su
hermana cuando Pedro y ella
volvieron de París. Paula odió
haber tenido que mentirle cuando le
preguntó qué le pasaba. Le dijo que
tenía un simple dolor de estómago
además de jet lag. Por suerte, gracias
a la pericia de Caroline con el
maquillaje, había sido capaz de
disimular el moratón como si ni
siquiera estuviera ahí.

El Día de Acción de Gracias se
acercaba y a Pedro lo habían invitado
sus padres para la ocasión. Por
mucho que hubiera llorado su
separación, también parecía tener
problemas con que volvieran juntos.

La traición se veía reflejada en sus
ojos cuando miraba a su padre, y aún
se comportaba increíblemente
protector con su madre. Pedro
culpaba a su padre por hacerle daño
a su madre.

Paula no estaba segura de cuáles
iban a ser sus planes para el Día de
Acción de Gracias. Pedro había estado
indeciso entre pasar la festividad con
sus padres o quedarse con ella.

Paula le había insistido en que
aceptara la invitación, solo era un
día, y era bastante probable que ella
lo pasara con Gonza, ya que planeaba
quedarse en la ciudad. Si no, se iría
con Caro y su familia.
A él no le gustaba la idea de pasar un
día lejos de ella, ¿pero qué podía
hacer? A menos que quisiera que su
relación se hiciera pública, no había
otra salida. Y por ahora él seguía
estando firmemente en contra de esa
solución.

—¿Has terminado de hacer la
presentación de las ofertas para la
reunión que tengo con Gonzalo y Fabricio?
—le preguntó Pedro desde el otro
lado de la habitación.

Paula levantó la mirada y se
percató de que él la estaba mirando
fijamente con los ojos llenos de
cariño y ternura. Sí, estaba claro que
había cambiado su forma de actuar
con ella. Ahora se había vuelto más…
humano. Alguien que ella creía
fielmente que podía devolverle el
amor que le profesaba.

—Lo estoy terminando —le informó
—. Están los huecos de las otras dos
ofertas. En cuanto las reciba, añadiré
la información.

Pedro asintió con aprobación.
—Haremos la selección esta semana.
Es posible que necesite volver a París
cuando estemos más cerca de las
Navidades. ¿Te gustaría venir?

Esa era otra de las cosas que habían
cambiado. Antes, nunca le habría
preguntado qué quería hacer o si
quería viajar con él a algún lado.
Siempre le decía dónde esperaba que
estuviera; y ella no tenía ni voz ni
voto en la decisión.
¿Ahora? Ahora nunca se lo ordenaba.
Aunque podía distinguir con bastante
frecuencia qué respuesta era la que él
quería oír, ya nunca decidía por ella.

—Me encantaría ir a París en Navidad
—dijo con una nota de emoción
reflejada en la voz.

Él sonrió y dejó que el alivio se
apoderara de sus ojos.
—Haré los arreglos pertinentes y
además incluiré un día extra para que
puedas ver todo lo que te perdiste la
primera vez.

Si Paula se había sentido
ridículamente mimada y consentida
antes, ahora llegaba al punto de lo
absurdo. Pedro era como un sueño.
Estaba absolutamente atento a sus
necesidades, completamente
receptivo a cualquier cosa que
sintiera que ella quería o necesitaba.

Era una experiencia que estaba
disfrutando a conciencia. Estaba
saboreando cada caricia, cada mirada
de preocupación, cada una de las
atenciones que le dedicaba por todo
lo que ella necesitaba o quería.

El teléfono de Pedro sonó, y él lo
cogió. Paula se dio cuenta
rápidamente de que era su madre.
Todo su comportamiento cambiaba
radicalmente cuando hablaba con
ella.
Y se iba a tirar un buen rato. Él y su
madre habían estado hablando cada
vez más estos últimos días mientras
la mujer navegaba por las peligrosas
aguas de su reconciliación con Horacio. Ana confiaba
muchísimo en Pedro para que le diera
apoyo moral.

Paula entonces miró su reloj.
Había pasado ya la hora del
almuerzo, y Pedro había estado
ocupado toda la mañana. Dudaba que
fuera a tomarse siquiera un descanso
para comer, seguramente se quedaría
trabajando hasta que tuviera que
marcharse a la reunión de la tarde.

Tomando una decisión, se
puso en pie y cogió el bolso. Pedro
alzó la mirada y arqueó las cejas a
modo de interrogación mientras ella
se encaminaba hacia la puerta.
—Almuerzo —le articuló con la boca
—. Te traeré algo.

Él asintió con la cabeza y luego se
apartó el móvil de la barbilla para
tener la boca libre.
—Ponte un jersey, Paula. Hace
frío fuera y hay riesgo de nieve, así
que ten cuidado con la acera.

Ella sonrió y se animó de inmediato
al escuchar su preocupación.
Entonces volvió a su mesa, se puso el
suéter que dejaba allí solo para
emergencias y le mandó un beso con
la mano que hizo que los ojos de
Pedro se iluminaran.

Cuando puso un pie fuera del
edificio, una excitante felicidad se
apoderó de todas sus terminaciones
nerviosas. Casi podía oler la nieve en
el aire. Hacía un frío intenso y había
bastante humedad, y el cielo estaba
nublado y gris. El tiempo perfecto
para las festividades que se
aproximaban.

Bajó la calle prácticamente
bailando hasta llegar al restaurante
delicatessen donde ella y Pedro
pedían el almuerzo con bastante
frecuencia. Le encantaba esta época
del año. Le encantaba el cambio de
las estaciones, y siempre se moría
por que llegaran las Navidades.
Apenas a una semana del Día de
Acción de Gracias, muchas tiendas ya
estaban decorando sus escaparates
con las luces de Navidad y con
exposiciones.

Se abrazó a sí misma cuando una
ráfaga de viento sopló justo encima
de ella. Consiguió meterse dentro del
restaurante y pidió la comida para
llevar.
Cinco minutos después, recogió sus
bolsas de plástico y se abrió paso a
través de la multitud que llenaba el
restaurante para volver a salir a la
calle. Una gota de lluvia le cayó
entonces en la nariz, así que apretó el
ritmo cuando vio que empezaba a
chispear. No había caído en traer
paraguas ya que solo tenía pensado
estar fuera durante unos pocos
minutos.

En fin, tenía que empezar a llover
ahora. ¿No se podía haber esperado
cinco minutos más para que le
hubiera dado tiempo a volver al
complejo de oficinas?
Iba con la cabeza agachada al doblar
la esquina que daba a la entrada del
edificio de HCM cuando de repente
tropezó con otra persona. Se le cayó
una de las bolsas al suelo, así que se
agachó para recogerla al tiempo que
se disculpaba. Con suerte, la comida
aún seguiría intacta. Cuando se
enderezó, la persona contra la que
había chocado seguía estando ahí de
pie.

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