miércoles, 24 de septiembre de 2014

Capitulo 108

Nada más salieron por la puerta,
Caroline se sentó junto a Paula
en el sofá y la estrechó entre sus
brazos.

Mierda, se iba a poner a llorar otra
vez.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó
Caroline mientras mecía a Paula
una y otra vez—. ¿Llamo a las chicas
para que vengan?

Paula aspiró y se secó la nariz
mientras se apartaba. Dios, aún
estaba desnuda bajo la bata —la bata
de Pedro—; y, de repente, no le
entraron más ganas que de quitársela
del cuerpo.

—Deja que vaya a ducharme —le dijo
—. Y entonces te lo contaré todo.
Necesito ponerme algo de ropa
encima, y preferiblemente que no sea
de Pedro.

—Prepararé chocolate caliente —
añadió Caroline con el rostro lleno de
pena y preocupación.

—Eso suena genial —comentó Pau con una lánguida sonrisa
dibujada en el rostro—. Gracias,
Caro. Eres la mejor.

Se fue, agotada, hasta el
cuarto de baño y se quitó la bata.
Tras un momento de vacilación, la
metió en su armario en vez de tirarla
a la basura. Probablemente haría algo
tan patético como llevarla puesta por
su apartamento ya que era de Pedro.
No tenía el valor suficiente como
para deshacerse de ella. Al menos, no
todavía.
Después de la ducha de agua caliente
con la que casi se abrasa, se puso un
pijama y se lio una toalla en el pelo
sin importar si este se le enredaba o
no.

Caroline la estaba esperando en el
salón con dos tazas de chocolate
caliente, así que se dejó
caer en el sofá junto a ella. Caroline
le tendió una de las tazas y ella,
agradecida, la agarró con las dos
manos, envolviéndolas alrededor del
recipiente.

—¿Cómo van las cosas entre tú y
Brandon? —le preguntó.
Se sentía horriblemente culpable
porque últimamente había pasado
todo el tiempo con Pedro. Cada
minuto. Cada hora. No había hablado
siquiera con Caroline en una semana.

Ella sonrió.
—Bien. Aún nos estamos viendo. Es
difícil debido a nuestros horarios de
trabajo, pero estamos intentando que
funcione.

—Me alegro —dijo.

—¿Qué ha pasado, Pau? —
preguntó Caroline con suavidad—. Es
obvio que te ha hecho mucho daño.
¿Cómo narices han terminado Gonzalo y
Fabricio envueltos en la situación y por
qué demonios has vuelto a casa con
solo una bata puesta?

Paula soltó la respiración.
—Es una larga historia. No fui
totalmente sincera contigo sobre mi
relación con Pedro. Es mucho más
complicado que eso.

Caroline frunció el ceño.
—Te escucho.

Entonces le contó toda la historia, sin
dejarse nada. Cuando llegó a lo que
había pasado esa noche, los ojos de
Caroline estaban abiertos como
platos, aunque luego los entrecerró,
disgustada.

—No me puedo creer que te dejara
sola de esa manera. Ya estabais
planeando contárselo todo a Gonzalo.

Ella asintió lentamente.
—Se quedó ahí, de pie, y me mintió,
Caro. Yo sé que siente cosas por mí. Y
se quedó ahí y me soltó todo ese
rollo de que estaba mezclando
demasiado los sentimientos y bla,
bla, bla. Quería estrangularlo.

—Qué gallina —soltó Caroline con
rudeza—. Tú te mereces a alguien
mejor que él, Paula. Te mereces
a alguien que te apoye y que lo
arriesgue todo tal y como tú lo has
hecho.

—Estoy de acuerdo —acordó—. Le dije que, si algún día
despertaba y se daba cuenta del error
que había cometido, tendría que
arrastrarse y venir de rodillas si
quería recuperarme.

Caroline se rio.
—Esa es mi chica. Y debería tener que
arrastrarse.

Paula levantó la taza como en un
brindis.
—Exactamente.

Entonces la expresión en el rostro de
Caroline se ensombreció.
—¿Y qué crees que va a pasar entre
Gonzalo y Pedro? Son socios además de
ser mejores amigos. Tu hermano parecía
estar verdaderamente enfadado.

—No lo sé —confesó con
honestidad—. Por eso no quería que
Gonzalo se enterara. Quizás estaba
siendo muy tonta, o a lo mejor no
esperaba que las cosas entre Pedro y yo
fueran tan en serio. Yo pensé
que sería fácil ocultárselo.
Supongo que pensé que Pedro me
querría un par de veces a la semana y
el resto del tiempo seguiríamos como
si no pasara nada. Esa también es
parte de la razón por la que
queríamos contarle a Gonzalo lo
nuestro, para no tener que
esconderlo durante más tiempo.

Una nueva oleada de rabia la
embargó y le corrió por las venas
hasta que las mejillas se le colorearon
de rojo.
—Maldita sea. ¿Es que has visto qué
mala pata? Lo único que
necesitábamos era un solo día más. Si
Gonzalo hubiera llamado a Pedro para
avisarle de que ya había vuelto a la
ciudad, se lo habríamos dicho juntos
y todo habría ido bien. Se
estaba enamorando de mí, Caro. Se
estaba enamorando y eso lo asustaba
muchísimo. Y entonces Gonzalo
irrumpió en el apartamento y le dijo
todas esas cosas horribles. Podía ver
la culpa reflejada en su cara.
Especialmente después de lo que pasó
en París.

Caroline arrugó su rostro con
compasión.
—Lo siento, Pau. Es una
putada. Pero te mereces a alguien
mejor que Pedro Alfonso.

—Sí —dijo en voz baja—. No hay
duda. Pero yo lo quería a él… Lo
amo, Caro. Y no hay nada que pueda
hacer para cambiar eso.

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