domingo, 14 de septiembre de 2014

Capitulo 75

El teléfono de Pedro sonó justo
cuando estaba entrando por las
puertas del edificio de oficinas a la
mañana siguiente. Había llegado más
temprano de lo habitual. Ya se había
convertido en un hábito, una rutina
con la que se encontraba cómodo y a
gusto, el ir al trabajo con Paula
tras haber pasado la noche en su
apartamento. La noche anterior se
había quedado inquieto y nervioso, y
se había pasado la mayor parte del
tiempo pensando en silencio mientras
se la imaginaba en su
cama, sola, tal y como él estaba en la
suya.

No le gustaba sentirse de esta
manera. Odiaba que de alguna forma
fuera dependiente de Paula para
sentir esa paz mental que solo sentía
cuando ella estaba cerca. Lo hacía
sentir como un tonto desesperado y
avaricioso, y con la edad y
experiencia que tenía no debería
estar comportándose de esa manera.

Hizo una mueca cuando vio que era
su madre la que llamaba. Dejó que
saltara el contestador mientras
entraba en el ascensor y se prometió
devolverle la llamada ya en la
privacidad de su oficina. La
conversación que iban a mantener no
deseaba tenerla en público. O al
menos, se imaginaba por dónde irían
los tiros.

Las oficinas estaban vacías y en
silencio. Sin embargo, Pedro se
dirigió hacia el pasillo donde se
encontraba la suya. Paula no
llegaría hasta dentro de una hora y
media, y ya sentía la ansiedad y la
excitación. Los puños se le cerraron
cuando se sentó tras la mesa.

Debería
haber ido al apartamento de Paula antes del trabajo. Debería haber
enviado un coche para que la
recogiera cuando terminara de cenar
con Gonzalo. Pero había decidido
probarse a sí mismo que no la
necesitaba. Que no pensaba en ella
cuando no estaba con él. Necesitaba
ese espacio entre ambos, porque esa
mujer se estaba convirtiendo muy
rápidamente en una adicción de la
que no tenía esperanza ninguna de
recuperarse.
Aunque hasta el momento eso le
estuviera yendo muy bien.

Cogió el teléfono y marcó el número
de su madre, entonces esperó
mientras daba tono de llamada.
—Mamá, soy Pedro. Siento no
haberte cogido el teléfono antes.
Estaba entrando en la oficina.

—No te vas a creer lo que he de
contarte —le dijo, la angustia era
evidente en su voz. No había tardado
ni un segundo en llegar al asunto por
el que había llamado.

Pedro suspiró y se echó hacia atrás
en la silla; ya sabía qué era lo que
vendría a continuación. Aun así, le
preguntó y fingió ignorancia.
—¿Qué pasa?

—¡Tu padre dice que quiere
reconciliarse conmigo! ¿Te lo puedes
creer? Estuvo aquí anoche.

—¿Y qué es lo que quieres tú? —le
preguntó con suavidad.
Ella balbuceó durante un momento y
luego se calló. Era evidente que no
esperaba que Pedro no reaccionara a
ese bombazo. O quizás es que no
había pensado todavía en lo que ella
quería.

—Dice que no se acostó con todas
esas mujeres. Que me quiere y que
quiere recuperarme, y que ha
cometido el mayor error de su vida
—continuó con rabia—. Se compró
una casa, Hijo. ¡Una casa! ¿Te suena
eso a que no haya pasado página y
que no haya superado su matrimonio
conmigo?

—¿Lo crees?
Hubo otro silencio bastante claro.
Entonces la escuchó suspirar
con fuerza y se la pudo imaginar
derrotada y derrumbada.

—No lo sé —le contestó con un tono
molesto en la voz—. Tú viste las
fotos, Pedro. Todo el mundo piensa
que se acostó con esas mujeres,
incluso aunque sea mentira. Y ahora
viene arrastrándose porque ha
cometido un error. Después de toda
la humillación que he sufrido y todo
por lo que me ha hecho pasar, espera
que lo perdone así sin más y que me
olvide y haga como si nunca me
hubiera abandonado tras treinta y
nueve años de matrimonio.

Pedro se mordió la lengua porque no
había nada que pudiera decir. No era
una decisión que él pudiera tomar
por ella, y tampoco le podía meter en
la cabeza que perdonara a su padre
porque él sabía muy bien cómo se
sentía. Qué irónico era que su propia
exmujer hubiera venido a suplicar al
mismo tiempo que su padre lo hacía
también. Ni mucho menos iba él a
volver con Lisa, así que entendía las
reservas que tenía su
madre en lo referente a su padre.
Sería un grandísimo hipócrita si la
incitara a ir en esa dirección. Nunca
lo haría, aunque en el fondo de su
corazón quería que sus padres
volvieran a estar juntos. Su familia.
Dos personas a las que había
admirado toda su vida.

—Entiendo por qué estás enfadada —
dijo Pedro y—. No te culpo. Pero tienes
que hacer lo que tú realmente
quieras, mamá. Decide lo que te haga
feliz y que les den a los demás. ¿Aún
lo quieres?

—Por supuesto que sí —contestó con
agitación—. Eso no se va en un mes o
dos, ni siquiera en un año. No se
pasan treinta y nueve años de tu vida
con un hombre para olvidarlo solo
porque él ya no te quiera.

—No tienes que decidirte ahora
mismo —le hizo saber—. Llevas la voz
cantante en este asunto, mamá. Él es
el que tiene mucho por lo que
compensarte. No hay nada malo en
tomarse un tiempo y poder valorar
todas las opciones y sentimientos.
Nadie dice que lo tengas que volver a
aceptar de la noche a la mañana.

—No, es cierto —coincidió ella—. Y
no lo haría. Hay muchas cosas que
tenemos que solucionar. Yo lo quiero,
pero también lo odio por lo que me
hizo y por la forma en que lo hizo.
No me puedo olvidar de todas las
fotografías que le hicieron con todas
esas mujeres. No puedo mirarlo a la
cara sin imaginármelo con otra a su
lado.

—Yo solo quiero lo mejor para ti —le
dijo Pedro con suavidad—. Sea lo que
sea. Sabes que tienes todo mi apoyo
sin importar lo que decidas.

Se escuchó otro suspiro y entonces percibió en su voz que estaba
llorando. Eso le hizo tensar la
mandíbula y cerrar los puños de la
ira que sentía. Maldito fuera su padre
por lo que le había hecho a su madre.

—Te lo agradezco mucho, Hijo.
Gracias al cielo que te tengo. No sé
qué habría hecho sin tu apoyo y
comprensión.

—Te quiero, mamá. Estoy aquí
siempre que necesites hablar.
Esta vez la escuchó sonreír mientras
le devolvía el amor que él le había
mostrado.

—Dejaré que vuelvas al trabajo —le
dijo—. Pero has ido demasiado
temprano esta mañana. Creo que
deberías considerar tomarte esas
vacaciones de las que hablamos.
Trabajas demasiado duro, hijo.

—Estaré bien. De todos modos,
cuídate, ¿de acuerdo? Y llámame si
me necesitas, mamá. Sabes que nunca
estoy demasiado ocupado para ti.

Colgaron y Pedro sacudió la cabeza.
Así que su padre finalmente había
movido ficha. No había sentido ni
una pizca de arrepentimiento tras la
confesión que le había hecho.

Había ido a ver a su madre y había
dado comienzo el largo y sinuoso
camino que le esperaba hasta llegar a
la reconciliación.

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