lunes, 15 de septiembre de 2014

Capitulo 80

—¿En qué narices estabas pensando?
—le exigió—. Ya sabes que tu cuerpo
no tolera el alcohol tan bien.

Ella se hundió contra su pecho y
descansó la frente contra él mientras
cerraba los ojos y respiraba hondo.
Lo único que quería hacer era
tumbarse. Incluso después de vomitar
tanto, seguía encontrándose fatal. Y
no estaba segura de por qué. No
había bebido tanto… ¿no?

Tenía las imágenes de la noche un
tanto borrosas en la cabeza. Había
bailado, bebido, y bailado un poco
más. O a lo mejor había bebido más
de lo que recordaba.

—Quiero lavarme los dientes —
murmuró.

—¿Estás segura de que puedes estar
en pie tanto tiempo?

Ella asintió.
—Iré a prepararte la cama para que
te puedas echar —le informó.

Pedro salió del cuarto de baño aún
con la ira recorriéndole las entrañas.
Más que ira, no obstante, había sido
miedo. Una sensación que aún lo
tenía sobrecogido.
Si no estuviera tan bebida, le estaría
dejando el culo rojo como un tomate
precisamente en ese momento por
todas las cosas irresponsables y
estúpidas que había hecho.

Le retiró la colcha, le colocó bien las
almohadas y luego le arregló las
sábanas para que pudiera deslizarse
perfectamente dentro de ellas. Si no
se sintiera tan mal, la arrastraría
hasta su apartamento en estos
momentos y se quedaría allí hasta
que tuvieran que salir para París.

Pedro volvió al cuarto de baño con el
ceño fruncido al no escuchar ningún
ruido proveniente del interior.

—¿Paula? —preguntó mientras
entraba por la puerta.

Y entonces sacudió la cabeza al ver la
imagen con la que se topó; Paula
estaba sentada en el suelo frente al
retrete, con un brazo por encima de
la tapa y la cabeza apoyada contra él.

Dormida como un tronco.

Con un suspiro, se agachó y la
levantó en brazos. La llevó al
dormitorio y la dejó encima de la
cama para poder desvestirla.

Cuando
estuvo desnuda, retrocedió un paso
para poder quitarse la ropa él
también y quedarse en bóxers, y
luego se metió en la cama con ella. La
puso de manera que estuviera pegada
cómodamente contra su cuerpo, y
que la cabeza usara su brazo a modo
de almohada.

Los dos iban a tener una charla muy
larga por la mañana. Con resaca, o
sin ella.

Cuando Paula abrió los ojos, se
sintió como si alguien los hubiera
atravesado con un picahielos. Gimió y
le dio la espalda a la fuente de luz
que entraba a través de la ventana,
pero solo consiguió ver a Pedro  en la
puerta de su habitación.

Llevaba enfundados unos vaqueros y
una camiseta, y tenía las manos
metidas en los bolsillos mientras le
escrutaba todo el cuerpo con la
mirada. No sabía si era el
hecho de que pocas veces veía a
Pedro vestido con vaqueros lo que la
hizo reaccionar a esa imagen tan
sugerente, o que simplemente le
quedaban tan estupendamente bien.

—Te encuentras fatal, ¿verdad?

Paula no pretendió
malinterpretar lo que le había dicho y
asintió con la cabeza, movimiento
que hizo que esta le doliera más
todavía.
Él se adentró en la habitación y se
acercó a la cama hasta sentarse en el
borde junto a ella.

—El coche nos está esperando fuera.
Vístete para que nos podamos ir.

Ella frunció el ceño.
—¿Adónde vamos? —No quería
moverse. Quería otras seis horas de
sueño. Quizás entonces podría
despertarse sin que la cabeza le
doliera tanto.

—A mi apartamento —contestó
secamente—. Tienes cinco minutos, y
no me hagas esperar.

Sus labios se contrajeron en una
mueca cuando él se alejó y
desapareció por la puerta. Si solo le
iba a dar cinco minutos, que no
esperara que fuera a tener buen
aspecto. Necesitaba una ducha de
agua caliente y tiempo para
serenarse.
Dios, si ni siquiera sabía por qué se
había molestado tanto la noche
anterior. Y lo que es más, ni siquiera
se acordaba de haberse metido en la
cama. Lo único que podía recordar
era que se había lavado los dientes, y
luego al despertarse.

Pedro había pasado la noche en su
apartamento, ¿pero había dormido?
Se obligó a sí misma a salir de la
cama, y gimió mientras caminaba de
forma fatigada hasta el armario.

Sacó
una camiseta y unos vaqueros, sin
siquiera esforzarse por ponerse
sujetador o bragas. No es que a
Pedro le gustara que llevara bragas,
de todas formas.
Sí que preparó una bolsa rápidamente
con unas pocas mudas de ropa y con
cosas a las que había renunciado en
esos momentos —las bragas y el
sujetador— y luego se dirigió al
cuarto de baño para echar también
sus artículos de aseo.

Cuando entró en el salón vio que
Pedro se encontraba mirando por la
ventana, pero se giró cuando la
escuchó.

—¿Estás lista?

Ella se encogió de hombros. No lo
estaba, pero en fin.
Él la atrajo hasta su costado y luego
le puso la mano en la espalda
mientras salían del apartamento.

Unos pocos minutos más tarde, la
metió en el coche que los estaba
esperando y se sentó a su lado. Justo
cuando el vehículo comenzó a
moverse, él le hizo señas para que se
acercara.

Le pasó el brazo por los hombros y
ella suspiró cuando su calidez se
adueñó de su cuerpo. Se acurrucó y
descansó la cabeza sobre su pecho y
luego cerró los ojos. Había esperado
que le echara la bronca, o que la
regañara por lo que fuera que lo
hubiera cabreado. Pero, sin embargo,
se quedó sorprendentemente callado,
como si supiera lo mucho que le
dolía la cabeza.

Pedro le rozó el cabello con los labios
y le dio un beso en el pelo mientras
le acariciaba algunos mechones con
una mano.

—Cuando lleguemos a mi
apartamento, tengo algo que puedes
tomarte para el dolor de cabeza —
murmuró—. Tienes que comer algo
también. Te prepararé un desayuno
suave para el estómago.

Una felicidad comenzó a apoderarse
de su vientre y subió hasta su pecho.
Era tan fácil perderse en la fantasía
de estar con Pedro porque él era el
que lo hacía así. La cuidaba a más no
poder. Velaba para que todas sus
necesidades estuvieran satisfechas.
¿Era mandón? Sí, con mayúsculas.
Pero no era egoísta. Cogía
lo que quería y era inflexible con sus
órdenes, pero le devolvía mucho.
No
material, pero sí emocionalmente,
aunque él negara hacer tal cosa.

Se había quedado casi dormida
cuando pararon frente al edificio de
Pedro. Este salió, y, para sorpresa de
Paula, la cogió y la levantó en
brazos para llevarla hasta el portal y
luego hasta el ascensor.

Paula escondió la cabeza bajo su
barbilla y disfrutó de lo bien que
Pedro la tenía agarrada. Entraron en
el ascensor y le hizo meter la llave en
la ranura para subir al ático con el
cuerpo bien acurrucado entre sus
brazos.

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