viernes, 19 de septiembre de 2014

Capitulo 92

Paula se sentó en la cama vestida
con una de las camisetas de Pedro
que le llegaba casi hasta las rodillas.

Pedro estaba en la ducha y ella estaba
esperando, nerviosa, a que volviera a
la cama. Le había llevado su tiempo
decidir exactamente qué era lo que
quería decir. No había querido
reaccionar demasiado rápido cuando
sus emociones eran tan difusas. No
había querido decir o hacer nada de
lo que luego pudiera arrepentirse. La
situación era demasiado importante.
Pero ahora ya había reunido todo el
coraje que necesitaba y estaba lista
para enfrentarse a Pedro. No con un
ultimátum, sino con la verdad.

La puerta se abrió y él salió con una
toalla enrollada en la cintura. El pelo
lo tenía mojado y el torso brillante
por la humedad de su piel. Era…
guapísimo. No había otra palabra
para describirlo.

La toalla se deslizó por sus piernas
cuando él se agachó para sacar la
ropa interior de la maleta, así que
Paula obtuvo un primer plano de
su culo, y, cuando se giró, de su
miembro, que era impresionante
incluso estando completamente
relajado.

Ella apartó la mirada; se sentía
culpable de estar comiéndoselo con
los ojos así como si nada. No se
quería distraer.

Cuando Pedro se acercó a la cama,
ella cogió aire y se lanzó al ataque. Si
no lo soltaba ya, nunca le iba a decir
todo lo que necesitaba para
desahogarse. Era mejor decirlo ya sin
importar lo poco elegantes que
fueran sus palabras.

—Odié la noche de ayer —dijo
abruptamente, las palabras sonaron
suaves y vacilantes.

Él cerró los ojos por un momento y
se quedó quieto en la cama sin
tumbarse. Estaba sentado en el
borde, manteniendo una pequeña
distancia entre los dos.

—Lo sé —le respondió él en voz baja.

Ella continuó, sabía que aún tenía
mucho más que decir. Mucho más
que necesitaba sacar.
—Odié que me tocara. Sé a lo que
accedí, Pedro. Sé que firmé un
contrato. Y sé que dije que no me
oponía completamente a la idea, o al
menos a experimentar. Pero no
quiero que nadie excepto tú me
toque. Me sentí violada. Me sentí
sucia. Y no quiero volver a sentirme
así en la relación que tengo contigo.

—Dios, cariño, no —le susurró.
Su rostro estaba afligido y su mirada
se veía herida.

Pero, aun así, ella continuó. No
quería dejarlo hablar todavía.
—Me importa un comino lo que el
contrato diga —le dijo con la voz rota
—. Lo odio. Ahora mismo, el único
hombre que quiero que me mire eres
tú. No quien tú decidas que quieres
dejar que me use como su juguete
sexual.

Un sonido ahogado salió de la
garganta de Pedro, pero Paula
alzó la mano y lo hizo callar. Estaba
decidida a sacárselo todo de encima.

Dios, no le podía dejar que la
interrumpiera ahora o nunca volvería
a tener el coraje suficiente para decir
todo lo que tenía que decir.
—No lo volveré a hacer. —Paula
negó con la cabeza con firmeza para
reafirmar su declaración. Para que
supiera que iba muy en serio—. Sé
que accedí a ello, pero no lo quiero.
Nunca lo voy a querer. Odié cada
minuto que pasé. Y si vuelve a
ocurrir de nuevo, se acabó. Me iré y
nunca regresaré.

Como si no se pudiera contener ni un
minuto más, Pedro se echó hacia
delante y la estrechó entre sus brazos
y mantuvo contra su pecho. La
abrazó tan fuerte que
apenas podía respirar.

—Lo siento, Paula. Lo siento
muchísimo. Nunca más volverá a
ocurrir. Jamás. Nadie te tocará. Dios,
yo también odié cada minuto de lo
que pasó. Iba a parar la escena, pero
entonces te oí gritar. Escuché el
miedo en tu voz y te oí decir que no.
Y yo te juré que esa era la única
palabra que ibas a necesitar
pronunciar para que yo u otra
persona paráramos. Y luego ese hijo
de la gran puta te pegó antes de que
yo pudiera llegar a ti. Por todos los
santos, nunca me perdonaré por eso,
Paula. Nunca. Por ese miedo,
por ese cabrón que quería obligarte a
hacer cosas que tú no querías.

Pedro tembló abrazado a ella. Las
manos le acariciaban la espalda desde
los hombros recorriéndole la espalda
con agitación. Entonces le separó el
rostro y le puso las manos en las
mejillas para mirarla atentamente a
los ojos.

—Lo siento mucho, cariño. No sé
siquiera si llegaré a perdonarme a mí
mismo por lo que hice. Lo odio de
verdad, Paula.

—Entonces, ¿por qué lo hiciste?
Él bajó la mirada y luego la apartó,
las manos también se alejaron de su
rostro. Entonces cerró los ojos, el
disgusto se estaba haciendo bastante
evidente en su rostro.

—Porque soy un maldito cobarde.

La voz con la que lo dijo era tan
bajita que ella casi no entendió lo que
dijo, y por ello no estaba segura de
que Pedro hubiera dicho lo que ella
pensaba que había dicho. ¿Qué leches
significaba eso?

Entonces él la cogió de la mano y le
dio un fuerte apretón. Se la llevó a la
boca y le dio un beso en la palma.
—Escucha bien esto, Paula. No
volverá a pasar nunca más. Te estoy
pidiendo que perdones lo
imperdonable. Sí, firmaste un
acuerdo, pero no era lo que tú
querías. Ni anoche, ni cualquier otra
noche. Y creo que incluso yo sabía
eso antes. Lo sabía y, aun así, le di a
ese cabrón permiso para que te
tocara. Y me odio por ello. Es mi
responsabilidad conocer tus deseos y
tus necesidades y ponerlas por
encima de las mías. Y anoche no lo
hice.

A Paula no le entraba en la
cabeza por qué lo había hecho. No
tenía mucho sentido. Aunque ellos
habían planteado la posibilidad de
experimentarlo, ella nunca había
creído que él fuera a hacerlo de
verdad.

Se preguntó entonces qué era lo que
andaba por su mente cuando invitó a
aquellos hombres a la suite. Pedro
había estado pensativo y callado
desde antes de que abandonaran
Nueva York. ¿Tuvo eso algo que ver
con su decisión? ¿Estaba intentando
probar algo de lo que ella no tenía ni
idea? ¿O no era nada que tuviera que
ver con ella?

—Lo siento, cariño —su voz se volvió
incluso más grave. Las palabras
estaban llenas de arrepentimiento—.
Por favor, perdóname. Por favor, di
que no te vas a alejar de mí. Es lo
que deberías hacer, sin ninguna
duda. No te merezco. No merezco tu
dulzura ni tu comprensión. Pero las
quiero. Ya ni siquiera estoy seguro de
poder vivir sin ellas.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario