lunes, 1 de septiembre de 2014

Capitulo 40

—Deja esto aquí, no tienes por qué
llevártelo a la oficina. Eso sí que
sería una señal clara de que hemos
pasado la noche juntos y no creo que
eso sea lo que quieres. Te la enviaré a
casa después del trabajo, si quieres.

Paula asintió y se la tendió
mientras esperaba a que llamara al
ascensor.

Descendieron en silencio, pero
se percató de que Pedro
no dejaba de mirarla de arriba abajo.
Ella mantuvo la mirada apartada de la
de él; el valor la estaba abandonando.

¿Que por qué se sentía tan nerviosa
tras la noche que habían pasado
juntos?  no tenía ni idea,
pero sí que se vio invadida por la
incomodidad. Por alguna razón,
hablar de cosas tontas y sin
importancia le parecía demasiado
forzado, así que se quedó en silencio
mientras ambos dejaban el edificio y
se subían al coche que los estaba
esperando.

—Comeremos en Rosario’s y luego
iremos al despacho —le dijo
refiriéndose a un restaurante que
había a dos manzanas del edificio de
oficinas.

Estaba hambrienta. Se sentía agotada
y el día no había siquiera empezado
todavía. Como Pedro tuviera
planeadas más noches como la
anterior, iba a convertirse en una
zombi viviente en el trabajo.

Para su sorpresa, Pedro estiró el
brazo y entrelazó sus dedos con los
de ella antes de darle un pequeño
apretón, casi como si le hubiera leído
la mente y quisiera animarla.

Ella se volvió hacia él y le regaló una
sonrisa; el gesto le había llegado. Él le
sonrió también y le dijo:
—Eso está mejor. Antes estabas muy
seria. No puedo dejar que todo el
mundo piense que ya en tu primer
día de trabajo desearías estar en
cualquier otro sitio menos conmigo.

Paula ensanchó la sonrisa y dejó
que parte de la tensión abandonara
su cuerpo. Todo iba a salir bien.
Podía hacerlo; era lista y capaz y
estaba perfectamente cualificada para
hablar y razonar en público aunque
algunas veces Pedro la hiciera actuar
como una auténtica idiota. Este
trabajo iba a ser un reto, pero uno
que aceptaría con ganas. De acuerdo,
no debía hacerse ilusiones pensando
que la había contratado por su
cerebro, pero tampoco había razón
alguna por la que no pudiera
demostrar ser valiosa fuera del
dormitorio también.

Desayunaron tranquilamente, y
cuando dieron las ocho y media
recorrieron dos manzanas a pie hasta
llegar al edificio de oficinas. Una vez
allí, cogieron el ascensor para subir
hasta su planta. A Paula le entró
un ataque de nervios cuando ambos
salieron del ascensor y pasaron junto
a Eleonor.

—Buenos días, Eleonor —saludó
Pedro con voz formal—. Paula y
yo estaremos a puerta cerrada hasta
la reunión de las diez. La pondré al
corriente de sus obligaciones
laborales. Asegúrate de que no nos
molesten. Cuando esté en la reunión,
quiero que le enseñes todo esto y que
le presentes al resto del personal.

—Sí, señor —le respondió esta con
rapidez.

Paula tuvo que contener la risa
mientras recordaba la conversación
que había tenido con Pedro sobre
llamarlo «amo» y «señor». Este le
lanzó una mirada gélida y la guio por
el pasillo hasta llegar a su oficina.

Cuando entraron, se sorprendió de
ver otra mesa colocada en la pared
de enfrente de donde él tenía situada
la suya. Los muebles y los elementos
fijos los habían reorganizado de
manera que hubiera espacio
suficiente para la nueva mesa, y,
además, las dos estanterías llenas de
libros habían desaparecido.

—Aquí es donde vas a trabajar —le
dijo—. Como ibas a trabajar tan cerca
de mí no vi necesidad de darte una
oficina propia. —Entonces bajó el
tono de voz a uno más suave y
seductor—. Estarás cerquita de mí a
todas horas.

Ella se estremeció al escuchar la
sensual promesa en su voz. ¿Cómo
narices iba a poder trabajar estando
sentada justo enfrente de él y
sabiendo que en cualquier momento
le podían entrar ganas de tener sexo
con ella?

Pero entonces todo rastro de
insinuación desapareció de su rostro
y volvió a comportarse con rapidez y
formalidad. Él se dirigió a su mesa y
sacó una carpeta llena de
documentos. Se la dio, y dijo:
—Estos son archivos sobre
inversores, compañeros de negocios y
otra gente importante para esta
empresa. Quiero que te leas todos
sus perfiles y los memorices. Hay
información sobre lo que les gusta y
no les gusta, sobre los nombres de
sus esposas y los de sus hijos, sobre
las aficiones e intereses que tienen, y
demás asuntos de interés. Es
importante que retengas toda esta
información en la cabeza para que la
puedas usar cuando estés con ellos
en actos o en reuniones. Espero de ti
que seas personal y acogedora y que
los conozcas como personas. En los
negocios es imprescindible que sepas
todo lo que puedas sobre ellos y que
uses cada ventaja que puedas
obtener. Como mi asistente, me
ayudarás a cautivar a todas estas
personas. Queremos su dinero y su
respaldo. No hay margen de error.

Paula abrió los ojos como platos
y tanteó la carpeta con las manos
para ver cuánto pesaba. Había
muchísima información ahí, pero
se armó de valor y se
tragó el miedo. Podía hacerlo. Claro
que podía hacerlo.

—Ahora tienes un rato para dedicarte
a esto —le dijo—. Mientras tanto, he
de ponerme al día con correos
electrónicos y mensajes atrasados
antes de empezar la reunión. Cuando
termine, nos pondremos con algunas
de tus otras obligaciones.

Asintió con la cabeza y se
dirigió a la mesa que Pedro le había
asignado. Seguidamente se acomodó
en la lujosa silla de piel que estaba
situada delante y se dispuso a
comenzar a memorizar la enorme
cantidad de información que tenía
delante.

—¿Paula?

Apartó la mirada del
montón de papeles que estaba
leyendo y vio a Eleonor de pie en la
puerta de la oficina de Pedro.

—Si ya estás lista, puedo enseñarte
las instalaciones y presentarte al
resto del personal.

Se echó hacia atrás y
movió el cuello, que tenía
agarrotado. Toda la información que
tenía que memorizar se le
amontonaba en el cerebro de forma
confusa, pero a pesar de ello levantó
la cabeza y dirigió la mirada hacia
Eleonor con una sonrisa.

Ella era buena gente. Había sido
la recepcionista de HCM desde
siempre, y, aunque Paula había
pisado las oficinas muy pocas veces,
sí que había hablado con ella por
teléfono con frecuencia. Bien porque
ella fuera la que estaba llamando a
Gonzalo o porque este le hubiera dicho
a Eleonor que la llamara para darle
algún mensaje, que normalmente era
que iba a llegar tarde a una de sus
citas con Paula.

Había buscado con
detenimiento en los ojos de Eleonor
algún signo de sospecha, o incluso de
sorpresa por ser Pedro, y no Gonzalo,
para quien hubiera entrado a
trabajar. Pero o bien era verdad que
no estaba sorprendida, o era muy
buena escondiendo sus emociones.
Seguramente no pasaría lo mismo con
el resto del personal. Aunque no los
conocía, ellos sí que sabrían quién
era ella tan pronto como Eleonor los
presentara, así que Paula tenía la
impresión de que los siguientes
minutos de su vida no iban a ser de
los más agradables para ella.

Se puso de pie y ordenó todos los
documentos antes de meterlos de
nuevo en la carpeta. A continuación,
deslizó la mano hasta la parte de
detrás de su falda con timidez y rezó
por que nadie se diera cuenta de que
no llevaba bragas. Rodeó la mesa y se
unió a Eleonor en el pasillo.

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