viernes, 12 de septiembre de 2014

Capitulo 67

Ella se giró hacia él y se pegó
firmemente contra su cuerpo, no
quedaba ni un centímetro entre
ambos. Pedro posó la mano bien
abierta en su espalda desnuda para
agarrarla de forma posesiva justo
encima de donde la tela empezaba. La
mano no se quedó quieta encima de
su trasero. Él la movía por toda la
espalda, acariciándola mientras
bailaban y con su cuerpo bien
moldeado al de ella. Paula pegó
su nariz al cuello de Pedro para
inhalar su aroma. Estaba muy tentada
a morderlo en la oreja y en la piel del
cuello. Le encantaba su sabor, pero
tampoco había tenido demasiadas
oportunidades para darse el gusto de
saborearlo. Pedro siempre llevaba el
mando cuando tenían sexo. Ay, lo
que Paula daría por tener una
noche para poder explorarlo a su
voluntad…

Una canción llevó a otra y ambos
continuaron pegados como si
ninguno de los dos quisiera violar esa
intimidad que los rodeaba y los
ocultaba en ese pequeño espacio que
ocupaban.

Paula cerró los ojos
lánguidamente mientras se
balanceaba al ritmo de la música
entre los brazos de Pedro, mientras
este seguía acariciándola con la
mano. Estaban prácticamente
haciendo el amor sobre la pista. No
era sexo. No era esa tórrida y
absorbente obsesión que se adueñaba
de ellos cada vez que se quitaban la
ropa.

Esto era mucho más dulce, más
íntimo y ella estaba disfrutando de
cada segundo.
Se podría enamorar de este Pedro. De
hecho, ya se estaba enamorando.

—Me pregunto si tienes alguna idea
de lo mucho que te deseo ahora
mismo —le murmuró al oído.
Ella le sonrió y luego alzó la boca
para poder susurrarle al oído.

—No llevo ropa interior.
Pedro se paró justo en medio de la
pista de baile sin hacer siquiera el
esfuerzo de seguir como si estuvieran
bailando. La agarró con mucha más
fuerza y el cuerpo se le puso rígido
contra el de ella.

—Dios santo, Paula. Vaya
comentario para decirlo en mitad del
maldito restaurante.

Ella dejó de sonreír y parpadeó con
aire inocente.
—Solo pensé que te gustaría saberlo.

—Nos vamos ya —gruñó.
Antes de que pudiera decir nada, él la
agarró de la mano y tiró de ella hacia
la salida mientras su otra mano
sacaba el teléfono móvil. ¡Gracias al
cielo que no había traído bolso o se
lo habría dejado en la mesa!

Con brusquedad le dijo a su chófer
que ya estaban listos.
Ya fuera en la acera, Pedro se pegó
más al edificio mientras la ceñía de
forma protectora contra su costado,
lejos de los transeúntes.

—Pedro, ¿y la cuenta? —le preguntó
mortificada de que hubieran salido
sin más.

Él le envió una mirada de paciencia.
—Tengo una cuenta con ellos. Soy
cliente regular aquí, y hasta tengo
una cantidad estándar de propina
añadida para todas las cuentas, así
que no te preocupes.

El coche apareció y la metió en
el interior. Justo cuando las puertas
se cerraron y el coche comenzó a
moverse, Pedro pulsó un botón para
bajar la mampara entre los asientos
delanteros y traseros y así poder
tener privacidad.

La expectación le burbujeaba en las
venas como si de una bebida
carbonatada se tratara.
Él se llevó las manos a la bragueta y
la abrió con rapidez. Un segundo más
tarde, se sacó el miembro, tan largo
e increíble, y se masturbó hasta estar
completamente duro. Ella no
apartaba la mirada de él, de ese
cuerpo robusto y masculino.

—Súbete el vestido y siéntate en mi
regazo —le dijo extendiendo una
mano hacia ella.
Maniobrando como pudo en el
asiento, Paula se levantó el
vestido para dejar desnudos la mayor
parte de sus muslos, y luego Pedro la
atrajo hasta el centro de los asientos
traseros para que pudiera sentarse a
horcajadas encima de él.

Pedro deslizó una mano por debajo
del vestido y la elevó por el interior
de su muslo hasta llegar a su sexo
desnudo. Sonrió entonces de pura
satisfacción.

—Esa es mi niña —le dijo en un
ronroneo—. Dios, Paula, he
fantaseado con follarte con ese
vestido y esos tacones matadores que
llevas desde que saliste del cuarto de
baño de mi apartamento.

Metió un dedo en su interior y luego
lo sacó para subir la mano entre los
cuerpos de ambos. Brillaba con su
humedad. Lentamente, pasó la
lengua por uno de los lados del dedo
y Paula casi consiguió correrse.

Joder, ese hombre era letal. Entonces
le puso el dedo en sus labios.
—Chúpalo —le dijo con voz ronca—.
Saboréate.

Sintió pánico, pero a la vez
una mezcla de curiosidad y morbo
que le hizo entreabrir los labios y
dejar que le deslizara el dedo sobre la
lengua. Ella lo succionó con ligereza y
a Pedro se le dilataron las pupilas. La
erección se le sacudió y se le levantó
hasta tocar la entrada de su sexo con
un movimiento impaciente.

Con la otra mano, se agarró el
miembro y entonces le sacó el dedo
de la boca para poder agarrarla por
la cintura. La bajó sobre su regazo y
guio su erección hasta el mismo
centro de su cuerpo.

Oh, cuán perverso resultaba ver
Manhattan pasar por la ventana, el
brillo de las luces, el ruido del tráfico
mientras Pedro se la follaba en el
asiento trasero del coche.
La agarró con ambas manos por la
cintura y comenzó a embestirla
mientras la sujetaba y se arqueaba
hacia arriba. Luego se retiró, y volvió
a hundirse en ella con mucha más
fuerza y más velocidad. Era una
carrera para ver si podía hacer que
ambos se corrieran antes de que
llegaran al apartamento.

Paula fue la primera. Una
sensación súbita y frenética la asedió
con la fuerza de un huracán. Terminó
jadeante mientras él continuaba
enterrándose en ella una y otra vez.

Se agarró a sus hombros
como si se le fuera la vida en ello, y
entonces el coche comenzó a pararse.
Pedro explotó en su interior y la
empapó bien dentro de su cuerpo. El
coche se detuvo definitivamente
frente al apartamento y Pedro pulsó
el telefonillo.

—Danos un momento, Thomas —le
dijo en voz baja. Se quedó ahí sentado durante
un momento largo con el pene aún
latiéndole y sacudiéndose en el
interior de Paula. Levantó las
manos para ponérselas a cada lado
de su rostro y entonces la besó. Era
una completa contradicción al ritmo
frenético con el que la había poseído
antes. Era un beso dulce y lento.
Cariñoso y muy tierno. Como si
estuviera expresando lo que nunca
podría decir con palabras. Lo que
nunca diría con palabras.

La estrechó contra sí y la abrazó
mientras le acariciaba el pelo.
Durante un largo rato ella se quedó
tumbada encima de él mientras él se
relajaba en su interior.
Finalmente la levantó y la colocó
abierta en el espacio que había a su
lado. Se sacó un pañuelo del bolsillo
y la limpió entre las piernas antes de
asearse él mismo. Sin prisa alguna, se
volvió a meter el miembro en los
pantalones y se subió la cremallera.
Luego se estiró la ropa mientras ella
se recolocaba el vestido.

—¿Lista? —le preguntó.
Ella asintió, demasiado agitada y
desmoronada como para decir nada.
Lo que dijera no tendría ningún
sentido.

Pedro abrió la puerta y salió para un
momento más tarde rodear el
vehículo con el fin de abrir la de ella.
—Te vas a quedar otra vez —la
informó mientras caminaban hacia la
entrada.

No era una petición, pero tampoco
encontraba la arrogancia que
caracterizaba su voz. Lo dijo como si
nada aunque no hubiera ninguna otra
opción imaginable. Pero entonces la
miró y una ligera chispa de
inseguridad —tan breve que no
estaba segura de haberla visto— se
reflejó en sus ojos.

Pero Paula asintió y confirmó
sus palabras.
—Claro que me voy a quedar —le dijo
con suavidad.

Subieron en el ascensor y, cuando
salieron, Pedro la volvió a pegar
contra él mientras usaba su propio
cuerpo para bloquear las puertas.

—Espérame en la cama —le dijo con
voz ronca—. No llegaré muy tarde.

Ella se puso de puntillas y pegó su
boca contra la de él.

—Esperaré.
Los ojos de él se llenaron de
inmediata satisfacción. Luego le dio
un empujoncito hacia delante y él
retrocedió hasta estar de nuevo en el
interior del ascensor y así dejar que
las puertas se cerraran.

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