lunes, 1 de septiembre de 2014

Capitulo 39

Paula abrió los ojos y se
encontró a Pedro inclinado sobre ella
intentando despertarla.

—Arriba. Hora de levantarse e ir al
trabajo —le dijo.

Ella se restregó los ojos en un intento
de recuperar su nítida visión.
—¿Qué hora es?

—Las seis. Dúchate y vístete,
cogeremos algo para desayunar de
camino a la oficina.

Cuando estuvo más despierta se
percató de que Pedro ya estaba
vestido. No se había enterado
siquiera de cuándo se había levantado
de la cama, pero pudo advertir el
olor a limpio y a pulcro de su gel de
baño y el seductor aroma de su
colonia. Llevaba puestos unos
pantalones, una camisa, cuyo último
botón seguía desabrochado, y una
corbata alrededor del cuello, todavía
por anudar.

Estaba… intachable. Indiferente y
tranquilo. Un gran contraste con el
hombre que la había hecho suya la
noche anterior una y otra vez.
Paula se impulsó hacia arriba y
maniobró entre las mantas hasta
llegar al borde de la cama.

—No tardaré mucho.

—Tómate el tiempo que quieras. Esta
mañana no tengo prisa. Tengo una
reunión a las diez, hasta entonces
estoy libre.

Se dirigió torpemente al cuarto de
baño y se miró minuciosamente en el
espejo. Además de mostrar signos de
cansancio, no se veía diferente. No
sabía por qué pero esperaba que el
mundo pudiera ver en su piel todo lo
que ella y Pedro habían hecho la
noche anterior.

Durante un buen rato, Paula se
quedó sentada en la tapadera del
váter y dejó que el agua corriera en
la ducha. Necesitaba unos minutos
para serenarse. Estaba dolorida;
Paula nunca había tenido un
maratón de sexo en su vida. Todos
sus encuentros sexuales habían sido
muchísimo más lentos y
monoorgásmicos.

Pedro la había poseído cuatro veces a
lo largo de toda la noche. Cuando
terminó se disculpó con hosquedad,
como si le estuviera haciendo daño
por dentro. Sus ojos habían estado
llenos de verdadero arrepentimiento.

Le dijo que quería ser más suave con
ella, que quería mantener la promesa
que le había hecho de ir con calma al
principio pero que era incapaz de
contenerse, que la deseaba
demasiado.
¿Se suponía que eso la tenía que
molestar?

Tener a un hombre tan loco por ella
que no pudiera siquiera controlarse
no era algo malo precisamente.

Obviamente estaba dolorida y tenía
marcas y pequeños moratones que le
habían dejado sus manos y su boca,
pero no le había hecho daño. Había
disfrutado cada minuto de la noche
aunque la mayor parte del tiempo se
hubiera sentido completamente
abrumada.

Se metió en la ducha y se quedó de
pie para dejar que el agua caliente le
cayera por el rostro. Consciente de
que Pedro ya estaba vestido y listo
para ir al trabajo, Paula se lavó
rápidamente el pelo y se enjabonó el
cuerpo antes de salir de la ducha y de
envolverse en una toalla.

Fue entonces cuando se dio cuenta de
que no se había traído ninguna muda
al baño; no sabía siquiera lo que él
había hecho la noche anterior con la
bolsa que Caroline le había
preparado.

Tras enrollarse el pelo con una toalla, abrió la puerta y se
asomó. Pedro estaba sentado en la
cama y la ropa que ella necesitaba se
encontraba justo a su lado. Cuando
se encaminó hacia él, este cogió las
bragas y las dejó colgando de la
punta de un dedo.

—No las necesitarás —le dijo.

Paula puso los ojos como platos.

—Sin bragas en el trabajo. Son un
estorbo —dijo Pedro con ojos
resplandecientes mientras se la
quedaba mirando fijamente.

Paula desvió su mirada hasta la
falda y la camisa que yacían encima
de la cama y luego devolvió su
atención a Pedro.

—¡No puedo llevar falda sin ropa
interior!

Él arqueó una ceja.
—Harás lo que yo quiera, Paula.
Ese era el trato.

—Ay, Dios… ¿Qué pasa si alguien me
ve?
Pedro se rio.

—A menos que seas tú la que lo
enseñe, ¿cómo te van a ver? Quiero
mirarte y saber que no llevas nada
por debajo de la falda. Además de
que hace que todo sea mucho más
fácil cuando te la suba hasta la
cintura y hunda mi polla en tu
interior.

Paula tragó saliva. Ella se había
dado cuenta de que su trabajo era
solo una tapadera, un medio por el
cual Pedro pudiera tenerla a su
entera disposición cuando trabajara,
pero no había contado con que
quisiera tener sexo en la oficina. La
idea de que alguien los pillara la
hacía querer meterse bajo la cama y
esconderse para que nadie la
encontrara.

—Y, Paula, eso es para todos los
días. Sin bragas. Como las lleves
cuando estés conmigo, te las quitaré
y se te quedará la marca de mi mano
en ese bonito culo que tienes.

Ella se estremeció como respuesta a
sus palabras. Se lo quedó mirando en
silencio, sorprendida por el hecho de
estar excitada ante la idea de que la
azotara. ¿En qué clase de perversa la
convertía eso?

Pedro cogió la falda, la camisa y el
sujetador y se los tendió.
—Es mejor que te vayas vistiendo.
Nos vamos en media hora.

Aturdida, agarró la ropa y
se precipitó de nuevo hasta el baño.
Su mente no dejaba de enviarle
imágenes en las que Pedro la poseía
en la oficina y la azotaba en el
trasero. La ponía nerviosa que no
estuviera tan horrorizada como
debería. Aunque estaba claro que no
quería que nadie los interrumpiera
inesperadamente mientras la
tenía inclinada sobre la mesa, sí que
le excitaba la idea de que alguien
pudiera descubrirlos en cualquier
momento.
¿Qué narices le estaba pasando?

Se vistió y casi se murió cuando se
puso la falda sobre el trasero
desnudo. Se sentía rara al no llevar
bragas, y no es que el tanga le
ofreciera mucha más protección que
unas bragas normales, pero tener
incluso algo pequeño que la cubriera
era mejor que nada.
Se secó el pelo y se lo peinó. No iba
a conseguir nada maravilloso esta
mañana, y, como no tenía tiempo de
pelearse con el peine, se lo recogió
en un moño y lo aseguró con una
horquilla. Tras echarse suficiente
maquillaje para cubrirse las ojeras,
respiró hondo y se inspeccionó en el
espejo.

No tenía aspecto de ganar ningún
concurso de belleza, pero intentaría
arreglarlo como pudiera.
Una vez se hubo cepillado los
dientes, se aplicó el brillo de labios y
salió del cuarto de baño para coger
los zapatos que estaban
desperdigados por la habitación.
Metió la ropa de la noche anterior en
la bolsa que le había preparado
Caroline y, a continuación, salió del
dormitorio en busca de Pedro.

Estaba de pie en la barra de la cocina
bebiéndose un vaso de zumo. Cuando
la vio, se lo acabó de un trago y lo
puso en el fregadero.
—¿Lista?

Ella respiró hondo.
—Sí.

Pedro le hizo un gesto con la mano
para que se encaminara hacia la
puerta y Paula fue a coger la
bolsa.

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