miércoles, 17 de septiembre de 2014

Capitulo 85

Estaba a punto de ir en busca de
Paula cuando esta asomó la
cabeza por la puerta. Él le hizo un
gesto con la mano para que entrara y
ella dejó las bolsas encima de su
mesa.

Estaba muy callada mientras sacaba la
caja donde estaba su sándwich. Se lo
preparó todo y luegpo se fue a su
propia mesa e hizo lo propio.

La observó mientras comía y leía
unos cuantos informes que le había
dicho que memorizara para el viaje.
Su propio apetito había remitido. Aún
les estaba dando vueltas a las
acusaciones de Lisa, no podía
quitárselas de la cabeza. No le gustó
nada lo que había insinuado, pero no
podía desechar tan rápido sus
observaciones. Y eso lo cabreaba
todavía más.

Pedro estuvo callado y pensativo todo
el vuelo de Nueva York a París. Pero
bueno, había estado así desde que
Lisa se había ido de su oficina.

Paula no estaba segura
exactamente de qué era lo que había
ocurrido entre ambos, pero Pedro les
había dejado claro a los empleados y
a seguridad que Lisa era persona non
grata y no podía volver a entrar en el
edificio.
Había estado un poco borde y
seco cuando él y Paula se
dirigieron al aeropuerto con las
maletas. El camino hasta allí fue en
silencio, y  estuvo más
contenta que unas pascuas por
mantener ese silencio que se había
instalado entre ambos.

Tan pronto como pudo, sacó el iPod
y se puso los auriculares. Luego se
echó hacia atrás en el asiento y cerró
los ojos para escuchar música. Fue un
vuelo largo, y ya estaba
muerta por todo el fin de semana que
había tenido con Pedro. Si no dormía
ahora, no sabía cuándo podría
hacerlo, ya que le esperaba un día
bastante largo. Aterrizarían en París a
las ocho de la mañana, hora local, lo
que significaba que tendrían que
pasar otras catorce horas antes de
que pudiera dormir de nuevo.

No estaba segura de adónde iban a
ir. Pedro se tenía que reunir con los
posibles licitadores, los elegidos eran
los tres mejores para su nuevo
proyecto de hotel. Si todo iba de
acuerdo al plan, empezarían a
construir en primavera. Y además de
los licitadores, Pedro también se
reuniría con los inversores locales.

En realidad no existía razón alguna
por la que ella debiera estar aquí.
Paula no podría añadir nada más
a la ecuación. Lo único que se le
ocurría era que Pedro no quería estar
sin sexo durante tanto tiempo.

A medio camino, Paula se quedó
dormida con la música sonando en
sus oídos. Los asientos eran
supercómodos, y el hecho de que
además se pudieran reclinar por
completo hacía mucho más fácil que
cediera al cansancio.

Lo siguiente que registró
fue a Pedro  sacudiéndola lentamente
para despertarla y haciéndole un
gesto para que colocara bien su
asiento. Ella se quitó los auriculares
de las orejas y lo miró adormilada.

—Nos estamos preparando para
aterrizar —le dijo.

¿Había él dormido siquiera? Aún
tenía esa misma expresión seria y
adusta que su rostro había mostrado
cuando dejaron Nueva York. Este
viaje iba a ser un asco si su humor
no mejoraba.

Aterrizaron y salieron por la puerta
de embarque. Una hora más tarde,
después de haber pasado la aduana y
recogido su equipaje, se metieron en
un coche y se dirigieron al hotel.

Paula tenía curiosidad por saber
por qué se quedaban en el hotel de
su mayor rival, pero le explicó que a
él le gustaba mantenerse al tanto de
lo que la competencia hacía, y la
mejor forma de hacerlo era
quedándose en sus instalaciones.

La suite era lujosa y ocupaba la mitad
de la planta más alta del hotel. La
vista panorámica que se podía
contemplar a través del gran ventanal
era completamente impresionante
con la Torre Eiffel y el Arco del
Triunfo de fondo.

Paula se dejó caer en el suntuoso
sofá y se quedó allí tumbada. Aunque
había dormido durante la mitad del
vuelo, aún estaba agotada. Los viajes
le provocaban eso. Necesitaba una
ducha caliente e irse a la cama, en
ese mismo orden. Pero no estaba
segura de cuáles eran los planes de
Pedro.

Pedro encendió su portátil y se quedó
escribiendo durante media hora antes
de levantar finalmente la vista hasta
donde Paula estaba desfallecida
en el sofá.
—Eres libre de descansar si quieres
—le dijo—. No tengo nada planeado
hasta esta tarde. Iremos a cenar, y
luego tomaremos unas copas aquí en
la suite con unas cuantas personas.
Te he mandado por correo
electrónico los perfiles detallados de
cada uno de los individuos, así que
asegúrate de leerlos antes de que nos
marchemos luego.

Su tono era desdeñoso, por lo que
Paula se imaginó que la mosca
que le había picado aún seguía por
ahí molestando, así que se levantó y
abandonó el salón de la suite. Esta
tenía un solo dormitorio, así que se
dirigió allí. Si ese no hubiera sido el
caso se habría metido en una
habitación separada de la suya.
Oh, y además solamente había una
cama. Pues vale.

Se metió en la ducha y se tiró treinta
minutos enteros bajo el chorro de
agua caliente. Cuando salió, el frío
había abandonado sus huesos y su
piel era de un color rosado debido a
la alta temperatura del agua.

Aún le quedaban horas, y ya había
memorizado cada detalle de lo que
Pedro le había dado sobre las
personas con las que se iban a reunir.

Irónicamente, de los tres que se
esperaba que fueran los mayores
licitadores para la construcción del
nuevo hotel en París, solo uno era
francés. Stéphane Bargeron era un
rico constructor francés bastante
famoso en toda Europa. Los otros
dos, Charles Willis y Tyson Tex
Cartwright, eran constructores
estadounidenses con bastante
presencia en Europa.

Charles era el más joven, y era
atractivo. Quizá de la edad de Pedro
o un poco mayor. Había heredado el
negocio de su padre cuando el mayor
de los Willis murió, y ahora luchaba
por hacerse un nombre y crearse una
reputación propia. Venía con ganas, y Pedro esperaba que hiciera una oferta
bastante competitiva. Necesitaba este
proyecto. Le daría mucho más
prestigio y le permitiría comenzar
otros trabajos lucrativos.

Tyson Cartwright era un
multimillonario de Texas que rondaba
los cuarenta, y que había forjado su
empresa a la antigua: poquito a poco.
Su historia era impresionante. Paula había leído muchísimo sobre él, y
por lo visto había estado trabajando
solo desde que era un adolescente.
Cuando apenas llegó a la veintena, ya
era propietario de una pequeña
compañía de construcción en el este
de Texas y de ahí comenzó a
expandirse. Era una verdadera
historia norteamericana de lo que
significaba el éxito, el trabajo duro, la
determinación y el triunfo.

Stéphane Bargeron era del que
Paula conocía menos,
simplemente porque trabajaba para
un negocio familiar en el que muchos
Bargeron estaban involucrados. Él era
al que habían enviado para manejar
todo la presentación mientras que su
padre y hermanos hacían la mayor
parte del trabajo duro. Él era la
imagen y ellos el cerebro.

Los tres volverían con Pedro a la
suite para tomar algo después de la
cena de esa noche. Paula no
estaba segura de en qué calidad tenía
que actuar ella, pero quedarse
mirando a cuatro hombres bien
parecidos no tenía que ser tan
complicado, ¿verdad?

Paula sabía todo lo que
necesitaba saber, así que no iba a
quedarse frente al ordenador y
repasarlo todo de nuevo.

No cuando una increíble siesta la
esperaba.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario