martes, 23 de septiembre de 2014

Capitulo 103

Aun así, Pedro nunca daba nada por
supuesto, y por eso mismo había
hecho varias llamadas a escondidas
para que controlaran los
movimientos y actividades de Charles.

Pero ese detalle se lo había ocultado
a Paula, ya que no quería darle
ninguna razón para que dudara de su
palabra cuando le había dicho que ya
no volvería a ser una amenaza para
ellos.

El domingo la llevó a comer fuera
algo más tarde, lo que vendría a ser
una cena bastante temprana, y se
sentaron en un restaurante que ya
estaba decorado para Navidad incluso
antes de que hubiera llegado el Día de
Acción de Gracias, que era dentro de
unos días. Sabía que a Paula le encantaba la Navidad y todo lo
que tenía que ver con ello. El rostro
se le iluminó cuando se adentraron
en el decorado e iluminado interior
del restaurante.
No estaba completamente seguro de
lo que hacer aún para el Día de
Acción de Gracias. Mucho dependería
de la reacción que tuviera Gonzalo
cuando le contaran esta semana lo de
su relación. Sus padres lo habían
invitado a pasar las fiestas con ellos,
y estaba encantado de que estuvieran
yendo por el camino adecuado para
solucionar las cosas, pero aún se
sentía un poco incómodo cuando
estaba con ellos. Además, no quería
pasar la festividad alejado de Paula. Y no quería dejarla sola si Gonzalo
no tenía planeado estar en la ciudad
para entonces.

Cuando salieron del restaurante, la
oscuridad ya se había instalado en la
ciudad, y las aceras mojadas
brillaban bajo la luz de las calles y
del tráfico. Paula volvió la
cabeza y se rio de felicidad cuando
un copo de nieve cayó del cielo y le
dio en la nariz.
Se la veía totalmente encantadora con
ese gorro de punto y el abrigo tan
largo. Ella se giró, con las palmas de
las manos hacia arriba, cuando otros
copos comenzaron a danzar y caer
como en espiral.

Pedro se sentía completamente
cautivado por ella.
Antes de que pudiera perderse ese
momento, cogió su teléfono y le sacó
una fotografía, que quería añadir a
aquella otra que miraba con
frecuencia. Ella no se dio cuenta de
lo absorta que estaba en intentar
coger copos de nieve desperdigados.

—¡Hace un frío que pela! —exclamó
Paula.
Se acercó corriendo y se acurrucó
dentro del abrigo de Pedro, luego le
rodeó la cintura con los brazos
mientras le entraba un escalofrío que
la sacudió de la cabeza a los pies.

Él
la apretó contra sí y sonrió
entusiasmado.
—En ese caso, vamos a hacer que
entres en calor —le dijo mientras la
guiaba hacia el coche.

Se subieron a la parte trasera del
vehículo donde los aclimatadores ya
habían calentado la piel de los
asientos. Paula se hundió en el
suyo y suspiró de puro placer.
—Me encantan las ventajas que traen
estas cosas modernas —dijo.

Él se rio entre dientes.
—Yo estoy más que feliz de
mantenerte caliente.

—Mmmm. Cuando volvamos al
apartamento estaré más que feliz de
dejar que lo hagas.

Deslizó la mano por una de sus
piernas hasta llegar al muslo y luego
la volvió a bajar hasta la curva de su
rodilla.
—Tengo planes para ti cuando
volvamos, te lo aseguro.

Ella levantó una ceja llena de interés
y un fuego repentino se reflejó en sus
ojos.
—Oh, ¿cuáles?

Pedro sonrió.
—Los sabrás cuando lleguemos.

Paula hizo una mueca con los
labios para hacerle un puchero y
entrecerró los ojos. Él simplemente
sonrió.

Oh, sí. Tenía planes. Pedro estaba
nervioso debido a los planes que
tenía, pero era importante para él
reemplazar el último recuerdo de
bondage que ella tenía con algo
sensual, pasional y ardiente. Con algo
agradable en vez de repugnante.
Sabía que si se tomaba su tiempo
podría hacer que la experiencia fuera
increíble para ella, pero no la forzaría
a hacer nada que no quisiera. La
observaría con atención, y, si se
asustaba o la sentía nerviosa, pararía
inmediatamente. Ya la había
fastidiado con ella bastante, no tenía
ningún deseo de volver a darle
ninguna razón para que volviera a
dudar de él.

Cuando llegaron a su apartamento, la
ayudó a salir del coche y la cogió de
la mano mientras subían en el
ascensor. Una vez dentro, él le quitó
el abrigo, la bufanda y el gorro, y ella
se frotó los brazos con las manos
mientras se daba la vuelta para
encaminarse hacia el salón.

Pedro había dejado la chimenea
encendida mientras estaban fuera, así
que la sala estaba bastante calentita
cuando volvieron.
Tras quitarse su abrigo, siguió a
Paula hasta el salón y la vio de
pie frente al fuego.

—Quédate ahí y desvístete —le dijo
con una voz ronca llena de
necesidad.

Paula levantó la mirada y Pedro
buscó algún signo de duda, pero lo
único que pudo ver fue confianza
reflejada en sus ojos.

—Tengo que coger unas cuantas cosas
del dormitorio. Quédate junto al
fuego, calentita. Vuelvo enseguida.

Él se dirigió a su dormitorio y sacó
una cuerda, el dildo anal y un
vibrador del armario. Cuando volvió,
pudo ver la silueta de Paula en
el fuego; las llamas hacían que la piel
le brillara.
Era tan hermosa que lo dejaba sin
respiración.
Cuando su mirada se posó sobre los
juguetitos que traía en la mano, abrió
los ojos como platos y lo miró con
una clara vacilación dibujada en el
rostro.

Nunca antes se habría parado a
explicarse frente a otra mujer. Él
esperaba que obedecieran, sin
rechistar. Accedían a todo lo que él
pudiera desear hacer cuando
firmaban el contrato.
Pero ella era diferente. Él
quería hacerla entender. Quería que
supiera lo que estaba pensando. Lo
último que deseaba era asustarla o
hacer que se alejara.

—Quiero mostrarte lo placentero que
puede llegar a ser —le dijo en voz
baja—. Lo que ocurrió en París lo
hice por motivos equivocados; no era
por ti, sin importar lo que yo hubiera
dicho entonces. Era por mí y por mis
razones… mis estúpidas razones.
Dame una oportunidad, Paula.
Quiero enseñarte lo hermosa que
puede llegar a ser una mujer con el
bondage. Y lo placentera que puede
ser la experiencia para ti. Confía en
mí para hacerla perfecta para ti.

Sus ojos se suavizaron.
—Confío en ti, Pedro. Solo en ti. En
nadie más. Yo nunca puse ninguna
objeción contigo. Era a los otros
hombres. Mientras solo seas tú el que
me toque, no tengo miedo.

Dios, era tan dulce. Nunca nadie
había puesto tanta fe en él. Ni
siquiera su exmujer. Ni cualquier otra
mujer con la que hubiera estado.
Ellas nunca habían mirado más allá
de las cosas materiales que les daba.
Nunca habían mirado más allá de su
riqueza y su estatus, ni se habían
preocupado en conocer al hombre
que estaba detrás de todo eso. Y
nunca lo habían acogido.

Paula sí. Ella lo había aceptado.
Lo había deseado tanto como él la
había deseado a ella. Y no le afectaba
ni su dinero, ni su poder. Ella conocía
al verdadero Pedro Alfonso y quería a
ese hombre, con todo lo que
significaba.

Poco a poco estaba aprendiendo a
darse cuenta de que bajar las
barreras con ella y dejar que viera
esa parte de él que nadie veía no era
algo malo. De la misma forma que
ella confiaba en él, Pedro también
confiaba en Paula con su bien
más protegido.

Su corazón.

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