miércoles, 17 de septiembre de 2014

Capitulo 84

Quizá no había sido tan claro como
había pensado.

—Dile que entre —soltó Pedro con
mordacidad.

Obviamente iba a tener que explicarle
las cosas de forma que no se le
escapara ni una coma.

Un momento más tarde, Lisa abrió la
puerta y entró. Estaba perfectamente
maquillada y no tenía ni un pelo
fuera de sitio. Pero bueno, ella
siempre había tenido una apariencia
perfecta y había actuado de manera
impecable.

Pedro entrecerró los ojos cuando vio
que llevaba puestas sus alianzas,
anillos que él le había dado. Ver el
recordatorio de cuando estaban
juntos y la poseía lo hizo disgustarse.

—Pedro, tenemos que hablar —le
dijo.
Ella se sentó en la silla frente a la
mesa sin esperar a que él la
invitara a hacerlo o a que la echara
de la oficina.

—No tenemos nada de que hablar —
le dijo con moderación.

Ella frunció el ceño y la primera señal
de emoción se reflejó en sus ojos.

—¿Qué tengo que hacer, Pedro?
¿Cuánto más quieres que me humille?
Dímelo para que pueda hacerlo y así
podamos seguir con nuestras vidas.

Pedro moderó su impaciencia y se
sentó por un momento para no
reaccionar de una forma demasiado
brusca. Quería reírse ante la idea de
actuar bruscamente. Ella lo había
apuñalado por la espalda. Lo había
traicionado. Y aún no tenía ni idea de
qué fue lo que la hizo comportarse
así.

—No hay nada que puedas hacer o
decir para hacerme cambiar de
parecer —le dijo con palabras claras
y concisas—. Se acabó, Lisa. Esa fue
tu elección. Tú te divorciaste de mí,
no al revés.

Su rostro se hundió y se secó
dramáticamente una lágrima
imaginaria.
—Sé que te he hecho muchísimo
daño. Lo siento mucho, Cariño. Fui
una tonta. Pero aún nos queremos.
Sería un error no intentarlo siquiera.
Puedo hacerte feliz. Ya te hice feliz
una vez, puedo hacerlo otra vez.

Pedro estaba a punto de perder los
nervios, así que escogió las palabras
con cuidado.
—Yo no te quiero —le dijo tal cual.

Ella se encogió y esta vez no tuvo que
fingir tener lágrimas en los ojos.
—No te creo —le contestó con voz
quebrada.

Pedro suspiró.
—No me importa lo que creas o dejes
de creer. Ese no es mi problema. Tú y
yo estamos en el pasado, y ahí es
donde nos vamos a quedar. Deja de
hacerte daño, no solo a ti sino
también a mí, Lisa. Tengo que
trabajar y no puedo hacerlo con
constantes interrupciones.

—¿Cómo suena un sándwich mixto
con beicon y pavo? —dijo Paula
mientras entraba en el despacho con las manos llenas de bolsas
de comida para llevar.

La joven se quedó clavada en el suelo,
con los ojos como platos ante la
sorpresa de encontrarse a Lisa ahí.
—Vaya, lo siento —añadió de forma
incómoda.

Apresuradamente salió del despacho
y desapareció, con las bolsas en la
mano. Pedro se tuvo que morder la
lengua para quedarse callado y no
ordenarle que volviera. Maldita sea,
la que quería que se fuera era Lisa,
no Paula.

Cuando su mirada volvió a la de Lisa,
ella entrecerró los ojos y pareció
como si se le encendiera una
bombilla en la cabeza.

—Es ella, ¿verdad? —le dijo con
suavidad.

Había cierta acusación en sus ojos.
Entonces se puso de pie, con los
puños apretados por la rabia.
—Siempre ha sido ella. Vi cómo la
mirabas incluso cuando estábamos
casados. No le hice mucho caso. Ella
era la hermana pequeña de Gonzalo, así
que pensé que la mirabas con el
afecto adecuado a una chica de su
edad. Pero, Dios, la deseabas incluso
entonces, ¿no es así, cabrón? ¿Estás
enamorado de ella?

Pedro se levantó con una furia
intensa y explosiva.
—Ya es suficiente, Lisa. No vas a
decir ni una palabra más. Paula
trabaja para mí. Te estás humillando
tú solita.

Lisa emitió una risa burlona.
—Yo nunca tuve ninguna
oportunidad, ¿verdad, Pedro? Aunque
no hubiera sido la que se marchara.

—Ahí es donde te equivocas —le
contestó con una voz entrecortada—.
Yo te era fiel a ti, Lisa. Siempre te
habría sido fiel. Yo estaba entregado
a nuestro matrimonio. Qué pena que
tú no.

—No te sigas engañando, Pedro. Vi la
forma en que la mirabas entonces, y
cómo la acabas de mirar justo ahora.
Me pregunto si ella tiene idea de
dónde se está metiendo. Quizá deba
advertirla.

Pedro rodeó su mesa ya incapaz de
controlar la ira que le estaba
corroyendo.
—Como apenas respires el mismo
aire que ella, acabaré contigo, Lisa.
¿Todo ese dinero que aún recibes de
mí? Fuera. Y no dudaré ni sentiré una
pizca de remordimiento al hacerlo.
Eres una zorra calculadora y fría.
Paula vale cien veces más que tú.
Y si piensas que yo no soy una
amenaza para ti, déjale saber a Gonzalo
tus intenciones para con Paula.
Te garantizo que él no va a ser tan
amable o paciente como yo he sido.

Los ojos de Lisa se volvieron
calculadores.
—¿Cuánto te va a costar el que no
acuda a tu joven asistente?
Y ahora fue cuando llegó a la
verdadera razón de toda esa mierda
de intento de reconciliación. Pedro se
quedó lívido, pero se las apañó para
controlar su temperamento. O casi.

—El chantaje no te va a servir
conmigo, Lisa. Tú, de entre todas las
personas, deberías saberlo. Sé por
qué has vuelto. Estás arruinada y
apenas te llega para tus caprichitos
con la pensión alimenticia. Por cierto,
ya que estamos, deberías saber que
he contactado con mi abogado. Voy a
ir a juicio para que la reduzcan. Fui
más que generoso en nuestro
divorcio. Quizá ya es hora de que te
bajes del carro y trabajes, o de que
te busques a otro imbécil que te
mantenga, porque conmigo se ha
acabado.

Lisa se dio la vuelta y se agarró el
bolso como si este fuera su fuente de
apoyo.
—Te vas a arrepentir de esto, Pedro.

Él se quedó en silencio,
conteniéndose para no entrar en su
juego. En lo que a él respectaba, ya se
había acabado.

Cuando ella se paró en la puerta,
Pedro dijo:
—La próxima vez tendrás prohibida
tu entrada aquí, Lisa. Así que no lo
intentes. Solo provocarás una escena
y te humillarás a ti misma. Voy a
avisar a seguridad por si te ven
merodeando cerca de mis oficinas. —
Su voz decayó hasta un tono que
sonaba peligroso—. Y Dios no quiera
que pase, pero, como te vea cerca de
Paula, voy a hacer que te
arrepientas de verdad. ¿Lo has
entendido?

Lisa le dedicó una mirada con tanto
odio y veneno que supo al
instante que todo lo que él había
sospechado era verdad. Estaba
arruinada y buscaba formas de seguir
montada en el tren del dinero.

—Qué bajo ha caído el todopoderoso
Pedro Alfonso—le dijo con suavidad—.
Enamorado de la hermanita pequeña
de su mejor amigo. Me pregunto si te
romperá el corazón.

Y con eso, se marchó de la oficina
haciendo aspavientos y con el pelo
rebotándole contra los hombros.

Pedro esperaba por lo que él más
quería que esa fuera la última vez
que tuviera que verla.

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