lunes, 8 de septiembre de 2014

Capitulo 56

Paula se encontraba apretada
contra su cuerpo, ambos aún
conectados con los cuerpos
entrelazados de la forma más íntima.
Pedro pensó que ella ya se había
quedado dormida cuando de repente
la oyó pronunciar su nombre en voz
baja.

Él levantó la cabeza lo suficiente
como para poder verla y le apartó
con el dedo pulgar un mechón de
pelo que tenía en la frente.
—¿En qué piensas? —le preguntó. Ya
habían hablado mucho más de lo que
él se sentía cómodo, pero algo en su
mirada le decía que fuera lo que fuere
no era algo trivial.

—En el contrato —le susurró.
Pedro se tensó y entonces se elevó
incluso más mientras la miraba con
interrogación. Aún estaba duro en su
interior y formaba una parte sólida
dentro de su cuerpo, y ahí es justo
donde se quedó. La quería debajo de
su cuerpo, abierta y poseída por él,
especialmente si iban a discutir el
maldito contrato.

—¿Qué pasa con él?

Ella suspiró.
—Me estaba preguntando… sobre eso
de los «otros hombres». ¿Será algo
seguro o solo una situación de por si
acaso?

De lo último de lo que quería hablar
—o imaginarse— cuando estaba bien
hundido en su interior, con Paula desnuda y saciada entre sus
brazos, era de que otro hombre la
tocara.
Pero también había curiosidad en su
mirada, no miedo. Solamente había
hecho una pregunta genuina. Casi
como si se estuviera preguntando
sobre ello…

—¿Qué opinas tú sobre eso? —le
preguntó de repente—. ¿Te excita la
idea de que otro hombre te toque
mientras miro?
Ella empezó a desviar la mirada.
—Los ojos —le ordenó—. Mírame
mientras tenemos esta conversación.

Volvió a mirarlo y él pudo observar el
rubor que se había instalado en su
rostro.

A continuación, se lamió los labios y
Pedro pudo sentir su nerviosismo y
vacilación.
—De acuerdo, sí. Lo admito. Me
pregunto cómo sería. Es decir, no te
puedo decir si me va a gustar o no,
pero he pensado en ello en algún
momento. Sé que Gonzalo y Fabricio…

Pedro hizo una mueca de dolor con
los labios.
—No quiero escuchar ni quiero
discutir nada que tenga remotamente
que ver con ellos desnudos.

Paula se rio y lo miró con ojos
llenos de diversión. Pero también se
relajó entre sus brazos y parte de la
tensión que sentía antes desapareció.

—Quiero decir que sé que tienen
tríos con mujeres y supongo que me
he preguntado qué se siente. No con
ellos. Dios, no —le entró un
escalofrío—; solo el concepto en
general. Es decir, cuando lo leí por
primera vez en el contrato, mi
reacción inmediata fue de quedarme
conmocionada y de soltar un rotundo
«de ninguna manera». Pero luego
empecé a preguntarme qué se
sentiría.

Paula se calló con un susurro y
con una expresión ansiosa mientras lo
miraba a los ojos.

—¿Te cabrea?

Él suspiró.
—No voy a enfadarme contigo porque
te preguntes sobre algo que dije que
podría ser una posibilidad, Paula. No hay nada malo en que tengas
curiosidad. Y me alegro de que no
tengas miedo. ¿Te excita tener a
alguien que te toque mientras yo
observo y dirijo la escena?

Lentamente ella asintió. Los pezones
se le endurecieron y su sexo se
contrajo alrededor de su miembro, lo
cual logró enviarle a su ingle una ola
de placer. Sí, la idea obviamente la
excitaba. No estaba seguro de si sería
algo que podría darle algún día. No
estaba seguro de poder quedarse de
pie mirando a otro hombre tocar lo
que era suyo.

Pedro se inclinó hacia delante y la
besó, no tenía ninguna intención de
decir nada más al respecto.
Estaba empezando a odiar de verdad
el maldito contrato.

______________________________________

El interfono del despacho empezó a
sonar y Pedro frunció el ceño por la
interrupción. Paula estaba
sentada al otro lado de la sala, en su
mesa —ella era una completa
distracción—, y él estaba revisando
unos informes financieros sobre un
resort que tenía intención de abrir en
una isla. Por ese motivo, le había
dicho claramente a Eleanor que no
quería que lo molestaran.

—¿Qué pasa? —soltó con brusquedad
por el interfono.
La voz nerviosa de Eleonor se
escuchó al otro lado de la línea.

—Sé que dijo que no quería que lo
molestaran, señor Alfonso, pero su
padre está aquí para verlo. Dice que
es importante. No creí que fuera
inteligente echarlo.

Pedro arrugó la frente y acentuó su
gesto de malhumor. Al otro lado de la
habitación, Paula levantó la vista
de sus quehaceres y lo miró con
preocupación.
—Yo saldré —dijo tras un
momento de vacilación. No quería
que lo que fuera que su padre tenía
que decirle se aireara delante de
Paula.

—Puedo irme, Pedro —dijo Paula
con suavidad cuando él se levantó.
El hombre sacudió la cabeza; prefería
que ella se quedara en la oficina
alejada de los rumores y de la
especulación de los demás. Pedro ya
había descubierto a la persona
responsable de entrar en su oficina
—en realidad no le había costado
tanto esfuerzo por su parte conseguir
que sus compañeras de trabajo
soltaran prenda— y la había
despedido sin darle ninguna carta de
recomendación. Quería a Paula
tan lejos de esa clase de ambiente
como fuera posible.

Pedro salió hasta la recepción y vio a
su padre a poca distancia de la mesa
de Eleonor. Se lo veía pensativo y
cohibido. Nunca lo había visto
tan incómodo, especialmente a su
alrededor.

—Papá —dijocomo saludo—.
¿Qué puedo hacer por ti?
La expresión de su padre se hizo
incluso más sombría. Había un deje
de arrepentimiento que ensombrecía
sus ojos.

—Hubo un tiempo en que venía y no
me preguntabas eso. Te alegrabas de
verme.

La culpabilidad apagó parte de la
irritabilidad que gobernaba a Pedro.
—Normalmente me avisas antes de
venir. No te esperaba. ¿Va todo bien?
—dijo.

Horacio vaciló por un momento y
luego metió las manos en los bolsillos
de sus caros pantalones.

—Hay algo que va mal. ¿Podemos ir a
algún lado y hablar? ¿Has almorzado
ya? Tenía la esperanza de que tuvieras
tiempo para mí.

—Siempre tengo tiempo para ti —dijo con suavidad ofreciéndole el
mismo comentario que a su madre.

Antes podía pasar tiempo con los dos
a la vez y no tenía que repartirlo
entre ambos.
El alivio mitigó parte de la
preocupación que inundaba los ojos
de su padre.

—Déjame que llame a mi chófer —
dijo Pedro.
Entonces se volvió hacia Eleonor.
—Dile que nos recoja fuera. Y
asegúrate de que Paula
almuerce. Hazle saber que no sé
cuándo volveré y que, si no he
regresado a las cuatro, puede irse
por hoy.

—Sí, señor —le contestó Eleonor.

—¿Nos vamos? —le preguntó a
su padre—. El coche estará
esperándonos en la puerta principal
del edificio.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario