sábado, 6 de septiembre de 2014

Capitulo 51

La furiosa voz de Pedro inundó el
apartamento. Caroline soltó el
teléfono con los ojos abiertos como
platos.

—¿Para qué, Pedro? —dijo ella
dejando que su irritación saliera a la
luz.

—Te juro por Dios que si no mueves
ese culo hasta aquí abajo ahora
mismo, subiré y te sacaré de ahí yo
mismo, y no me importa una mierda
si estás vestida o no. Tienes tres
minutos para aparecer por la puerta.

Paula colgó el portero
automático con indignación. Caminó
hasta donde estaba Caroline y se dejó
caer en el sofá.

—Bueno —dijo Caroline atreviéndose
a hablar—, si está aquí, exigiendo tu
presencia, será que no está con la
rubia siliconada, obviamente.

—¿Estás sugiriendo que le haga caso
a ese arrogante? —le preguntó con incredulidad.

Caroline se encogió de hombros.
—Bueno, expongámoslo de este
modo. Yo de verdad creo que
encontrará la manera de subir hasta
aquí y de sacarte de este
apartamento. Es mejor que vayas
pacíficamente y soluciones la
situación de la rubia siliconada de
primera mano. Al fin y al cabo, él
está aquí, y ella no. —Entonces bajó
la mirada hasta su reloj—. Y yo creo
que ahora solo te quedarán unos dos
minutos antes de que eche el edificio
abajo.

Ella suspiró y a continuación salió
disparada hasta su cuarto sin estar
muy segura de saber por qué
obedecía a Pedro tras la humillación
que había sentido al presenciar la
escenita de la fiesta, que era más que
suficiente para que le revolviera de
nuevo el estómago. Sin embargo, se
dio prisa en ponerse unos vaqueros y
una camiseta, y, por si acaso, cogió
una muda para ir al trabajo al día
siguiente y la guardó en la bolsa.

Mejor que sobrara que no que
faltara.
Tras coger todos sus productos de
aseo, se precipitó de nuevo al salón y
le lanzó un beso a Caroline mientras
se dirigía a la puerta.

—Mándame un mensaje diciéndome
que aún sigues viva o asumiré que te
ha matado y empezaré a buscar el
cuerpo —dijo Caroline.

Paula sacudió la mano por
encima del hombro y salió del
apartamento para dirigirse
rápidamente al ascensor. Cuando las
puertas se abrieron, Pedro estaba
solo a unos pocos pasos de distancia
con la mandíbula apretada y los ojos
llenos de furia.

Se abalanzó hacia ella sin darle
ninguna oportunidad de avanzar.
Pedro era un macho alfa muy
cabreado y venía a por ella.

La joven dio un paso para salir del
ascensor y él la agarró de la
mano y la arrastró hasta la entrada
del edificio ante un portero que
parecía alarmado ante la escena que
estaba presenciando. Paula
consiguió sonreírle al portero para
tranquilizarlo —no quería que
llamara a la policía— antes de
dirigirle toda su atención a Pedro.

Sentía su mano intransigente y bien
agarrada a la suya; el enfado que
tenía hacía mella en todo su cuerpo.

¿Por qué narices estaba él tan
enfadado? No es que ella se hubiera
ido con otro tío en sus narices en
una fiesta en la que estaban juntos.

Suspiró cuando él la metió
en la parte trasera del coche y luego
caminó para llegar al otro lateral.

En
el mismo momento en que  se
deslizó a su lado, el coche comenzó a
moverse.
—Pedro…

El macho se giró hacia ella con una
expresión fiera en el rostro.
—Cállate, Paula. No me digas ni
una maldita palabra ahora mismo.
Estoy demasiado enfadado contigo
como para ser razonable. Necesito
calmarme antes de que pueda
siquiera pensar en discutir esto
contigo.

Ella se encogió de hombros como si
no le importara y le dio la espalda, se
negaba a seguir mirándolo a los ojos.
Podía sentir la ola de frustración que
provenía de él, escuchó el pequeño
gruñido de impaciencia e irritación
que soltó, pero lo ignoró y siguió
fijándose en las luces que pasaban y
en el titileo de colores nocturnos que
la ciudad reflejaba.

Debería haberse quedado en su
apartamento, pero quería que llegara
esta confrontación. Había estado toda
la noche hirviendo de la rabia y,
ahora que Pedro estaba forzando la
situación, ella estaba más que armada
y preparada.

El coche seguía andando en silencio,
aunque solo el enfado de Pedro ya
era más que suficiente para llenar ese
abismo que había entre los dos.
no miró ni una sola vez en
dirección a él, se negaba a
mostrar debilidad alguna. Y ella sabía
que eso solo conseguía enfurecerlo
más.

Cuando llegaron al edificio,
abrió la puerta con fuerza y la agarró
de la mano para tirar de ella hasta
fuera. Con los dedos bien firmes
alrededor de su antebrazo, la condujo
hasta la entrada y luego hasta el
ascensor.

Justo cuando la puerta del
apartamento se cerró detrás de él,
juntó sus labios con más fuerza —
parecía estar intentando mantener su
temperamento a raya— y la miró
fijamente a los ojos.

—Al salón —le ordenó—. Tenemos
mucho de lo que hablar.

—Como quieras —murmuró.
Ella se deshizo de la mano que la
tenía agarrada y se encaminó hacia el
salón. Se dejó caer en el sofá y luego
lo observó con expectación.

Pedro comenzó a caminar de un lado
a otro delante de ella, pero se
detuvo un momento para fulminarla
con la mirada. Respiró hondo y, a
continuación, sacudió la cabeza.

—No puedo siquiera hablarte ahora
mismo de lo enfadado que estoy.

Ella arqueó una ceja, poco
impresionada por el hecho de saber
que él era el que estaba enfadado.
Porque la que realmente estaba
enfadada era ella. Tenía todo el
derecho de estarlo.

—¿Que tú estás enfadado? —le
preguntó con incredulidad—. ¿Por
qué narices, si es que se puede saber?
¿Al final la zorra esa te dijo que no?
No creo que ese sea el caso, estaba
bastante dispuesta a meterse en tus
pantalones.

Pedro arrugó la frente, confundido.
—¿De qué narices estás hablando?

Aunque estaba más que dispuesta a
explicarle de qué era de lo que estaba
hablando, él levantó la mano y la
cortó.

—Primero me vas a escuchar tú para
que te explique por qué estoy tan
enfadado. Después, cuando haya
tenido oportunidad de calmarme, te
voy a dejar ese culo rojo como un
tomate.

—Y una mierda —le soltó.

—Desapareciste —le contestó mordaz
—. No tenía ni puta idea de dónde
estabas, de lo que te había pasado, de
si algún cerdo te había llevado con él
o de si estabas enferma o herida. ¿En
qué narices estabas pensando? ¿No se
te ocurrió en ningún momento
concederme al menos una
explicación? Si hubieras dicho que te
querías ir a casa, te habría llevado yo
mismo.

Paula se levantó enfadada por su
ignorancia. ¿De verdad era tan tonto?

—Si no hubieras estado tan pegado a
la pareja de tu padre, ¡a lo mejor te
habrías dado cuenta!

La comprensión inundó sus ojos, y
entonces sacudió la cabeza mientras
suspiraba.
—Así que de ella es de lo que va la
cosa. Stella.

—Sí, Stella. O como sea que se llame.

Él sacudió la cabeza de nuevo.
—Estabas celosa. Por el amor de Dios,
Paula.

—¿Celosa? Eres tan arrogante y
egocéntrico, Pedro. No tiene nada
que ver con los celos, sino con el
respeto. Tú y yo estamos metidos en
una relación. Puede no ser una
tradicional, pero tenemos un
contrato. Y me perteneces. No te voy
a compartir con ninguna rubia
siliconada.

Él pareció quedarse completamente
sorprendido por su vehemencia, pero
luego echó la cabeza hacia atrás y se
rio, lo que solo sirvió para que ella se
enfadara aún más. Todavía algo
agitado, dijo:
—Has conseguido apaciguar mi
enfado lo suficiente como para poder
azotar ese culo tan bonito que tienes.
Vete al dormitorio, Paula. Y
desnúdate.

—¿Qué carajo?

—Y vigila esa boca. Gonzalo te la lavaría
con jabón.

—No seas hipócrita. Gonzalo y tú las
tenéis muy sucias.

—Al cuarto, Paula. Ya. Por cada
minuto que te retrases, te llevarás
cinco azotes más, y si te piensas que
no voy en serio, ponme a prueba. Ya
te has ganado veinte.

Ella se lo quedó mirando
boquiabierta, pero, cuando Pedro
bajó la mirada para controlar su
reloj, salió pitando hacia el
dormitorio. Estaba loca. Debería estar
yendo en la dirección contraria, y,
aun así, ahí estaba, desnudándose en
su cuarto para que pudiera azotarla.

Un escalofrío le recorrió todo el
cuerpo. La expectación comenzó a
instalársele en el vientre.
¿Expectación? No tenía ningún
sentido. La idea de que la azotaran
era repugnante, y, aun así, no sabía
por qué parecía también ser muy…
tentadora y erótica. La mano de
Pedro iba a tocar su culo, a marcarla,
a ejercer su dominación sobre ella…

Estaba como una cabra. Pero, bueno,
eso tampoco era nuevo. Haber
firmado un contrato ya hacía que su
cordura fuera cuestionable.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario