martes, 2 de septiembre de 2014

Capitulo 43

Paula estaba inmersa en su
trabajo cuando la puerta se abrió y
entró Pedro . Levantó la mirada de los
papeles y se embebió completamente
en él. Los ojos de Pedro se cruzaron
con los de ella, apareciendo en ellos
justo entonces un destello de
satisfacción que la hizo marearse de
la excitación. Además, los atravesó
una inmediata ola de reconocimiento,
de tensión, que casi se podía palpar
en la espaciosa oficina.

La lujuria se instaló en los ojos de
Pedro, y Paula notó un pinchazo
agudo en las entrañas mientras todo
su cuerpo cobraba vida. Una intensa
combinación química explosiva que
por fin se habían permitido liberar.

—Ven aquí.

La orden fue rápida e imperiosa y
automáticamente se puso
en pie como respuesta a su brusca
solicitud. Se encaminó hasta el centro
de la habitación, donde Pedro estaba
de pie, y este la estrechó rudamente
entre sus brazos.

La besó con desesperación y
deseo, como si no hubiera pensado
en nada más que ella en su ausencia.
Era un pensamiento muy fantasioso,
uno que parecía válido teniendo en
cuenta la forma en la que le estaba
devorando la boca. Sus lenguas
húmedas se encontraron con fervor.

El pintalabios se le correría, pero la
idea de verlo con el mismo color en
sus labios solo intensificaría el
instantáneo deseo que él había
avivado en su interior.
Ella podría estar llevando las marcas
de los dedos de Pedro, pero, de
alguna forma, él también llevaría las
de ella aunque fuera temporalmente.

Su sello. Su marca. Ella bien podría
ser suya, pero él también le
pertenecía a ella durante todo el
tiempo que su relación durara.
Paula percibió una chispa de
perfume en su ropa, que la puso
celosa perdida sin importar lo poco
razonable que pudiera ser.

La inmediata posesividad la pilló por
sorpresa. Ella nunca se había
considerado una persona posesiva o
celosa, pero la idea de que otra
mujer hubiera estado cerca de él le
hacía querer sacar los dientes y
gruñir. Pedro necesitaba una señal
invisible en la frente que dijera: «Las
manos quietas. Es mío».

Pedro alargó el brazo hacia abajo
para agarrarle la mano y luego la
arrastró hasta su mesa. Paula no
tenía ni idea de lo que estaba a punto
de hacer, pero sus sentidos estaban
bien alerta.

Él se sentó en la silla y se separó un
poquitín de la mesa.
—Quítate la falda —le dijo
abruptamente.

Con los nervios a flor de piel, Paula dirigió la mirada hasta la puerta y
luego la volvió a posar en él.

—La puerta está cerrada con llave,
—le dijo con impaciencia
—. Ahora quítate la falda.

Tragándose todas sus dudas, comenzó
muy lentamente a bajarse la falda
hasta dejar desnuda la parte inferior
de su cuerpo frente a la ávida mirada
de Pedro.

Para su sorpresa, este no le dijo que
se quitara la camisa ni el sujetador,
sino que le agarró la mano y la llevó
a su dura entrepierna. Ella ahogó un
grito de sorpresa cuando entonces las
manos de él la rodearon por la
cintura y la levantaron lo suficiente
como para sentarla en el borde de la
mesa.

—Anoche fui descuidado —le dijo con
un tono de voz ronco.
Paula estaba confusa y
segurísima de que su expresión no
indicaba lo contrario.

—Normalmente no soy tan egoísta
durante el sexo. Mi única excusa es
que me haces arder, Paula. Tenía
que tenerte.

Sonó como si no quisiera estar
admitiéndolo. Había reticencia en sus
ojos, pero sus palabras sonaron
llenas de sinceridad.

—Échate hacia atrás —le dijo en un
tono más suave—. Apóyate en la
mesa con las manos mientras disfruto
de mi postre.

«Oh, Dios.» Paula dejó de
respirar por un momento y luego
continuó soltando el aire a
bocanadas. Se colocó como él le
había dicho, y Pedro le separó
cuidadosamente los muslos hasta
dejar su sexo desnudo al alcance de
su mirada y de sus caricias.

Pasó un dedo por la unión de sus
labios y luego, con dos, los separó
hasta dejar más a la vista su carne
más íntima. Pedro bajó la cabeza y el
cuerpo de Paula se puso
completamente tenso, anticipándose
a esa primera caricia.

Fue como recibir una descarga
eléctrica cuando la lengua de Pedro
finalmente pasó por encima de su
clítoris; las manos casi se le
deslizaron sobre la mesa y el cuerpo
se le sacudió entero en respuesta a
sus caricias.

Jugó con ese punto sensible una y
otra vez, moviéndose en círculos a su
alrededor y succionándolo con
suavidad. El deseo se le acumuló todo
en su bajo vientre y de ahí se
extendió como fuego hasta las otras
partes del cuerpo. Cada lametón que
le daba la lengua de Pedro la ponía
más a punto, la llevaba más cerca del
clímax hasta que no podía hacer más
que jadear en busca de aire.

Se movió más hacia abajo y dejó un
rastro húmedo con la lengua hasta
llegar a la entrada de su cuerpo. La
rodeó con movimientos rápidos y
expertos, y luego se introdujo en su
interior para hacerle el amor con la
boca.

Paula sentía tal punto de dolor
que tenía todo el cuerpo tenso y
poniéndosele incluso más rígido con
cada caricia que Pedro le
proporcionaba. El orgasmo estaba tan
cerca que estaba desesperadamente
perdida por correrse, pero él parecía
no tener prisa ninguna. Se le veía
completamente sintonizado con su
cuerpo. La llevaba hasta el mismísimo
límite del placer, pero luego
ralentizaba el ritmo y la volvía a
aplacar dándole pequeños besos con
la boca y leves roces con la lengua.

Nunca había tenido a nadie entre las
piernas con tanta experiencia y
habilidad. Pedro podía ser exigente y
egoísta —tal y como él se había
calificado a sí mismo— pero no era
ningún principiante en lo que se
refería a darle placer a una mujer.

Sabía exactamente lo que estaba
haciendo, y la estaba volviendo total
y completamente loca.
—Pedro, por favor —le susurró—.
Necesito correrme.

Él se rio por lo bajo y ella sintió la
risa vibrar encima de su clítoris.
Incluso el más mínimo movimiento la
podía llevar más allá de sus límites.
Depositó un beso en el pequeño bulto
y luego la penetró con un dedo bien
hasta dentro.

—Todavía no, Pau. Eres muy
impaciente. Yo soy el que lleva las
riendas aquí, te correrás cuando yo
lo permita.
La fuerza y el tono sensual de su voz
la hicieron estremecerse tanto que
tuvo que esforzarse por mantener el
control.

—Tu sabor es tan jodidamente
adictivo —le dijo con un pequeño
gruñido— que te podría estar
saboreando durante toda la tarde.
Paula no sobreviviría toda la
tarde, ya estaba cerca de suplicar y
apenas acababan de empezar.

Cerró
la boca y contuvo la súplica que
amenazaba con salir de su garganta,
pero él lo sabía. Oh, sí. Sí que lo
sabía.
—Suplícame, Paula—le dijo
mientras seguía moviendo el dedo
bien dentro de ella—. Pídemelo con
palabras bonitas y dejaré que te
corras.

—Por favor, Pedro. Te necesito. Deja
que me corra.

—¿Quién es tu dueño?

—Te pertenezco a ti. Tú eres
mi dueño.

—¿Y de quién es esta cosita tan
caliente que estoy devorando?

—Tuya —dijo ahogadamente con todo
el cuerpo ahora temblándole.

—Y si cuando termine quiero follarte,
estoy en mi derecho, ¿verdad?

—Dios, sí. ¡Hazlo ya, por favor,
Pedro!
Este se rio otra vez y luego introdujo
dos dedos en su interior mientras
succionaba su clítoris con más
dedicación. La explosión de placer
fue brutal e impactante. Se
desmoronó por completo. Las palmas
de las manos cedieron y de repente
se encontró tumbada de espaldas en
la mesa. A continuación, Pedro se
alzó por encima de ella con una
expresión fiera y peligrosamente
seductora en el rostro.

Se desabrochó los pantalones, se sacó
la polla y con una única y enérgica
embestida se hundió en su cuerpo,
que aún estaba en pleno clímax. Le
subió las piernas hacia arriba para
atraerla hasta él y así poder
enterrarse más en ella. Dios, estaba
tan adentro… incluso más que la
noche anterior, casi como si su
cuerpo se hubiera ajustado y ahora
pudiera acogerlo entero.

—Los ojos —le ordenó.
Paula al instante cruzó su mirada
con la de él.

No había nada de lentitud o ternura
en sus movimientos. Tomaba
posesión de ella incluso con más
fuerza que la noche anterior. Su
cuerpo se movía arriba y abajo en la
mesa mientras él embestía contra ella
y estrellaba ruidosamente la pelvis
contra su trasero. Tenía los
ojos cerrados y su rostro mostraba
los mismos signos de tensión y
rigidez que la habían invadido a ella
por todo el cuerpo. Casi como una
expresión de agonía. Pero enseguida
los abrió y estos brillaron
intensamente de satisfacción.

Tenía cierta crudeza en la mirada que
le hizo que todo el cuerpo le volviera
a la vida una vez más.
Pedro suspiró y lentamente retrocedió solo
un paso para acoplarse de nuevo en
los pantalones.

Le pasó las manos por la parte
interna de sus muslos y luego por las
caderas. Clavó la mirada en la clara
demostración de posesión que tenía Paula sobre la piel y los ojos le
brillaron de triunfo.

—Me encanta cómo estás ahora —le
dijo—. Encima de mi mesa, tan roja e
hinchada de todas las veces que te he
follado. Me
encantaría dejarte toda la tarde así
solo para poder mirarte.

Él se alejó y Paula se preguntó si
efectivamente eso era lo que tenía
intención de hacer. Dejarla así,
mojada con su semen y teniendo el
sexo desnudo y aún palpitándole.

Pero entonces volvió un momento
después con un paño calentito y
cuidadosamente le limpió la piel. Cuando acabó, se inclinó
hacia delante y la ayudó a bajarse de
la mesa.

Paula se quedó de pie, insegura
de si debía vestirse o quedarse tal y
como estaba. Pedro le dio la
respuesta cuando cogió la falda que
estaba en el suelo junto a la silla y se
la abrió para que ella pudiera meter
los pies.
Le subió la falda por las piernas y le
colocó bien la camisa en un intento
de quitarle ese aspecto arrugado que
mostraba.

—Mi cuarto de baño privado está
contiguo al despacho. Nadie te
molestará allí. Ve y refréscate un
poco, y luego vuelve a tu mesa.

La había despachado.

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