domingo, 21 de septiembre de 2014

Capitulo 100

—¿Quién te ha hecho esto?
Su tono de voz era bajo y
amenazador. Pedro parecía agarrarse
al último ápice de control que le
quedaba. Quería encontrar al hijo de
puta que le había puesto las manos
encima a Paula y matar al
cabrón.

—Charles Willis —dijo Paula
apenas en un susurro.

—¿Qué?

Ella se encogió al oír la explosión de
su voz. Entonces levantó la mano y la
puso sobre su pecho. Estaba vibrando
de la furia y ella lo sabía. Su mirada
lacrimosa se encontró con la de él y
solo consiguió ver súplica en sus
ojos.

—Ayer cuando fui a por el almuerzo,
me asaltó en la calle. Cuando ya
volvía, y no lejos de la entrada del
edificio. Dijo que quería que le diera
información sobre las ofertas de
construcción que recibiste para el
hotel en París. Dijo que su única
oportunidad era superar a sus
competidores por la cantidad
suficiente para que no tuvieras más
remedio que irte con él a pesar de los
recelos que pudieras tenerle.

Un mal presentimiento comenzó a
apoderarse de Pedro.
—¿Le diste esa información? —le
preguntó. ¿Era por esa razón por la
que estaba tan molesta y convencida
de que se iba a enfadar con ella?

—¡No! —contestó Paula, la
vehemencia con la que lo hizo no dio
lugar a dudas. Se la veía devastada
por que le hubiera preguntado tal
cosa.

—¿Esa es la razón por la que te ha
dejado marcada con todos esos
moratones? —exigió Pedro—. Lo voy
a matar por esto.

—Hay más —siguió Paula casi sin
respiración.

La joven se dio la vuelta y comenzó a
sacudir los hombros mientras se
rodeaba de forma protectora el
cuerpo con los brazos.

—Oh, Dios, Pedro. Me amenazó. Me
enseñó… unas fotografías.

—¿Fotografías de qué?

Paula volvió a girarse, su rostro
era una máscara de angustia.
—De nosotros —soltó de forma
estrangulada—. De esa noche.
Fotografías donde estaba atada y
arrodillada contigo… en mi boca.
Ella se sacudió de los pies a la
cabeza. Las manos le temblaban tanto
que parecía que iba a darle un
colapso.
—Y luego había otra foto donde
estaba en la mesa con él mientras
estaba intentando meterse dentro de
mi boca.

—¡Maldito hijo de la gran puta!

Su respuesta fue explosiva y llena de
ira. Paula  se encogió y
retrocedió, y se volvió a abrazar así
misma.
—Dijo que si no le daba la
información que quería, las haría
públicas. Que se lo contaría todo a
Gonzalo. Que te arruinaría —soltó entre
balbuceos.

Pedro se había quedado estupefacto.
No podía siquiera articular palabra,
aunque un montón de ellas se le
estaban amontonando en la punta de
la lengua. Estaba tan enfadado que no
podía siquiera pensar con lógica.
Levantó una mano y se la llevó al
pelo y luego a la cara mientras
intentaba procesar la amenaza.

Paula se acercó entonces con
una expresión en el rostro llena de
súplica y seriedad.
—Te lo tenía que decir, Pedro. Tenía
que venir a ti para esto. No podía, ni
quiero traicionarte. Pero tiene
fotografías muy comprometedoras…
Dios, ¡y vaya fotos! Está enfadado y
desesperado. Me dio hasta finales de
esta semana para llamarlo y darle lo
que quería.

Pedro dejó caer la mano mientras la
miraba con completa perplejidad. No
lo había traicionado. Había venido a
él con ojos suplicantes para que él lo
arreglara. Dios, Paula confiaba
en él, incluso tras lo que le había
hecho en París. Él era el culpable
aquí. Por su maldita culpa ese cabrón
tenía fotografías hirientes e ilícitas de
ella en una posición en la que
nunca debería haberla puesto.
El corazón estaba a punto de salírsele
del pecho. Cualquier otra persona no
se lo habría pensado dos veces y lo
habría traicionado. Incluso él mismo
no podría haberla culpado si le
hubiera revelado la información en
un intento de protegerse a sí misma.

Pero no lo había hecho. Había
acudido a él y se lo había contado
todo aunque eso le conllevara un
enorme riesgo.
No podía terminar de asimilarlo
todo. Se quedó ahí, mirándola, sin
poder respirar, sin ser capaz de
procesar la enormidad de su decisión.

Lo había elegido a él por
encima del deshonor y de la
humillación. Lo había elegido a él por
encima de Gonzalo, de su hermano.
Dios, había perdonado lo
imperdonable, y, en vez de estar
herida y enfadada cuando se enfrentó
a las fotografías que mostraban, al
detalle, lo que Pedro había permitido
que le pasara, había elegido no
traicionarlo. Había acudido a él,
había confiado en él para que se
hiciera cargo del asunto. ¡Para que la
protegiera!

Tal confianza en él lo dejó
desconcertado. Pedro estaba
acostumbrado a que la gente lo
traicionara. Él era el que esperaba
eso de la gran mayoría. Y no podría
haberla culpado si hubiera hecho
todo lo necesario para protegerse a sí
misma.
Pero Paula no había hecho
ninguna de las cosas que se podría
haber imaginado, y, en cambio, había
acudido a él. Estando herida,
asustada y confusa, había acudido a
él, cuando no se merecía ni
una pizca de esa confianza.

Sin poder mantenerle esa mirada
llena de inseguridad y miedo ni un
segundo más, la estrechó
contra él con brusquedad y la abrazó
con tanta fuerza que dudaba de que
ella pudiera siquiera respirar.
Escondió el rostro en su cabello y
cerró los ojos mientras inhalaba su
aroma y absorbía la sensación de
tenerla pegada contra la piel.

Paula estaba tatuada en cada
centímetro de su cuerpo. Y más aún,
en su corazón. En su alma. Era una
marca permanente de la que nunca se
desharía.
—Paula. Mi dulce y encantadora
Paula—le susurró—. Te he
defraudado por completo y, aun así,
has seguido teniendo la suficiente
confianza como para venir a mí para
esto.

Ella se separó de él y puso una odiosa
distancia entre ambos. Sus ojos
estaban inundados de miedo y dolor.
No le extrañaba que hubiera estado
conmocionada el día anterior. Ese
cabrón no solo le había puesto las
manos encima sino que la había
aterrorizado y humillado.

—No podía traicionarte —dijo con voz ahogada—. Dios, Pedro,
estoy inmersa en una situación en la
que pierdo, sí o sí. ¿Lo entiendes? Si
le daba a Charles lo que quería, tú
habrías cortado conmigo con la
misma precisión con que un cirujano
cortaría armado con un bisturí en la
mano. Si no le doy lo que quiere, nos
humillará a ambos. Gonzalo se enterará,
y eso no solo afectará a vuestra
amistad, sino que podría arruinar
también vuestra asociación en la
empresa. Sin mencionar las cosas que
se dirían de ti. De la forma en que se
te ve en esas fotografías…

Paula ahogó las palabras cuando
un sollozo amenazó con salir de su
garganta. Entonces tragó saliva en un
intento claro de serenarse.
—Parece como si me estuvieras
forzando. Como si tú fueras el que
estuviera haciendo eso tan horrible.
Esas fotos son tan… incriminatorias.

Una reafirmada determinación le
gritaba dentro de la cabeza y le
gruñía como un tren de carga que
había descarrilado. Pero Paula
necesitaba calmarse. Necesitaba que
él la tranquilizara. Lo necesitaba a él.
Había confiado en él más
que cualquier otra persona. Había
depositado en él una fe incondicional,
por lo que por nada del mundo iba a
defraudarla ahora.

—Me ocuparé de ello —le dijo en voz
baja—. No quiero que te preocupes.
Quiero que te lo saques de la cabeza.

El alivio se apoderó de sus ojos.
Había esperanza en su mirada a pesar
de tener surcos húmedos que le
recorrían las mejillas. Pedro levantó
una mano y, con cariño, le limpió
parte de esa humedad. Luego la
estrechó contra sí y estampó la boca
en la de ella.

La besó e inhaló su dulce aroma, y
luego lo saboreó en su lengua. Dejó
un camino de besos por donde sus
lágrimas habían caído primero,
presionando los labios contra sus
párpados, luego contra sus mejillas y
finalmente contra sus labios otra vez.

Cuando Pedro se separó, un sollozo
salió de su garganta. Era como si
Paula no pudiera mantener la
compostura ni un segundo más. Las
lágrimas inundaron sus ojos, y los
hombros se le hundieron. Le destrozó
el corazón verla llorar como si el
suyo se le estuviera haciendo
pedacitos.

—Pau, cariño, te lo suplico,
por favor, no llores, cielo —le dijo
mientras alargaba las manos hacia
ella.
Esta vez no le dio elección. Pedro se
la llevó al sofá y la sentó en su regazo
para abrazarla y que llorara contra su
pecho.
Ella se agarró a él con fiereza. Le
rodeó los hombros con los brazos y
escondió el rostro en el hueco de su
cuello.

—Estoy tan asustada. —le dijo
con voz entrecortada—. No quiero
que mis actos hagan sufrir a la gente
por la que me preocupo. Tú, Gonzalo.
Los dos podéis salir muy mal
parados.

—Shh, cariño. No es tu culpa. Maldita
sea, es mi maldita culpa. Fui un
estúpido y un descuidado y no te
protegí como debería haberlo hecho.
Nada de esto habría ocurrido si yo
no hubiera sido un imbécil.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó
Paula con dolor.
Tenía el rostro enrojecido y los ojos
hinchados por las lágrimas. Se la veía
pálida y parecía enferma. Cualquiera
que la viera ahora pensaría que se
había quedado seca de tanto llorar.

Él le pegó la cabeza contra el pecho y
le acarició el pelo con suavidad.
—No quiero que te preocupes por
eso —murmuró—. Me haré cargo de
ello. Tienes mi palabra.
Deslizó una mano por su brazo y le
pasó los dedos por encima de los
moratones que ese cabrón le había
provocado. La furia lo estaba
volviendo loco. Con esta ya era la
segunda vez que Charles la había
asustado y había intentado hacerle
daño. Iba a coger al hijo de puta ese
y lo iba a arruinar para toda su vida.

Le dio un beso en el pelo y, con
cuidado, la puso derecha para que
pudiera mirarla a los ojos.

—Escúchame, ¿de acuerdo?
Refréscate en el baño. Tómate todo el
tiempo que necesites. No quiero que
nadie te vea así. Provocaría un
montón de preguntas y no quiero que
nadie te vea así de afectada. Cuando
estés preparada, quiero que vuelvas a
mi apartamento y te quedes allí hasta
que yo llegue.

El miedo y la preocupación se
reflejaron en sus ojos.
—¿Adónde vas a ir?
Él le puso un dedo sobre los labios,
deleitándose en su tacto tan suave y
aterciopelado. Delineó el arco de su
boca y luego le dio un pequeño beso.

—Me voy a asegurar de que Charles
Willis nunca te vuelva a amenazar.

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