viernes, 12 de septiembre de 2014

Capitulo 63

La puerta se abrió y Pedro asomó la
cabeza con la frente fruncida.
—Eh, tíos, ¿habéis visto a…?

Se paró cuando vio a Paula
sentada frente a la mesa de Fabricio y
luego miró a este y a Gonzalo con
sospecha.

—¿Estoy interrumpiendo algo?

—Para nada —dijo Fabri con aire
despreocupado—. Solo estábamos
haciéndole compañía a Pau
mientras tú te liabas y te
reconciliabas con tu ex.

Los ojos de Paula se abrieron
como platos ante el atrevimiento de
Fabri. Joder, iba a conseguir meterlos
a ambos en problemas con Pedro.

—Cierra la puta boca—gruñó
Pedro.

—Genial —murmuró Gonzalo—. Ahora
estás mandando a Paula ahí
dentro con él cuando se supone que
la estabas rescatando precisamente
de eso mismo.

Paula se puso de pie esperando
poder acallar los siguientes gruñidos
de Fabricio.
—Os veré a ambos mañana para
cenar —dijo ella precipitadamente
mientras empujaba a Pedro para
sacarlo del despacho.

Cerró la puerta a su espalda para
separar a Pedro de Fabricio y su hermano y de
cualquier otro comentario que
cualquiera de ellos pudiera soltar. Sin
esperar a Pedro, se
encaminó hasta el despacho y entró.

Él llegó justo detrás de ella. Podía
sentir su presencia tan abrumadora,
podía sentir el calor irradiando de su
piel. Era como un león al acecho.
Muy apropiado, ya que Fabricio había
estado muy convencido de que iba a
volver a la guarida del león.

—¿Vas a cenar con los dos?
Ella se dio la vuelta con las cejas
arqueadas ante el extraño deje en su
voz.

—Sí. Fabri se invitó solo. Gonzalo me
recogerá a las seis. Me iré a mi
apartamento directamente tras el
trabajo.
Él se acercó a ella con la mirada
intensa y taciturna.

—Pero no te olvides de a quién
perteneces, Paula.
Ella parpadeó de la sorpresa y luego
se rio.

—No puedes pensar en serio que
Fabricio… —sacudió la cabeza para evitar
pronunciar esa idea tan ridícula.

Él le levantó el mentón y la obligó a
mirarlo a los ojos.
—A lo mejor necesitas un
recordatorio.

Había algo en su voz, en ese poder
primitivo que fluía de su cuerpo, que
la hizo permanecer en silencio y
sumisa.
—De rodillas.

Ella se hundió sobre las rodillas
posicionándose de una manera
bastante rara para que el dildo se
quedara intacto. Pedro abrió con
torpeza la cremallera de sus
pantalones y se sacó el miembro
semierecto.
—Chupa —le ordenó—. Haz que me
corra, Paula. Quiero esa boca
tuya tan preciosa alrededor de mi
polla.

Pedro le echó la cabeza hacia atrás,
enterró los dedos en su pelo y luego
la empujó contra su creciente
erección. La punta rebotaba contra
sus labios, pero luego él se movió y
la obligó a abrir los labios conforme
avanzaba en el interior de su
garganta.

Estaba bien adentro, presionando y
frotándose una y otra vez contra su
lengua. Pedro se estaba comportando
con mucha más intensidad que
normalmente, y Paula se
preguntó exactamente cuánto le había
afectado la visita de Lisa. ¿Estaba
intentando eliminar todo rastro de
ella de su despacho?
Pero entonces lo miró a los ojos y se
relajó. Estaba enfadado, pero
no con ella. Había necesidad, casi
desesperación en su mirada; las
manos vagaron libres por toda su
cabeza y luego por su rostro. La
acarició y la tocó casi como si se
estuviera disculpando por esa
necesidad tan desesperada.

Paula alargó una mano y la
enrolló alrededor del tallo de su
miembro para luego separarlo con
suavidad con la otra de manera que
pudiera ponerse mejor de rodillas.
Ralentizó el ritmo y lo comenzó a
succionar lentamente y sin ninguna
prisa.

El orgasmo que iba a sentir no iba a
ser uno cualquiera. Le iba a dar amor
incluso aunque él no lo quisiera. Lo
necesitaba. Él la necesitaba, aunque
eso fuera lo último que fuera a
decirle nunca.

Movía la mano arriba y
abajo en sintonía con su boca. Lo
estrujaba y masajeaba de la base a la
punta, y dejaba que el glande rozara
sus labios antes de volverlo a acoger
entero en su garganta.
—Joder, Paula—dijo en
voz baja—. Es increíble lo que me
haces.

Movió las caderas contra sus labios y el semen
que salió le llenó toda la boca.

No dejó de succionarlo
más adentro, lo quería entero, lo
estaba acogiendo entero. Le dio todo
su amor y atención mientras lo
chupaba con dulzura y movimientos
lentos, renunciando al ritmo frenético
de antes.

Por fin deslizó la boca por todo su
miembro y dejó que Pedro se
escurriera entre sus labios. Paula
lo miraba a los ojos; una imagen de
perfecta sumisión, de aceptación. Y
dejó que la viera a ella, que la viera
de verdad.

Pedro se encogió de dolor y, a
continuación, se dejó caer de rodillas
frente a Paula para que
estuvieran casi al mismo nivel visual.
La estrechó entre sus brazos y la
sujetó fuertemente contra su pecho
mientras su cuerpo jadeaba del alivio
que le había
proporcionado.

—No puedo estar sin ti —le susurró
—. Te tienes que quedar, Paula.
Ella le acarició la espalda con las
manos y luego las subió hasta la
cabeza para abrazarlo con cariño.

—No me voy a ningún lado, Pedro.

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