martes, 9 de septiembre de 2014

Capitulo 60

Paula alzó la mirada cuando Pedro entró en el despacho, y un
aleteo en el estómago comenzó a
bajarle hasta el vientre cuando cerró
la puerta con pestillo a sus espaldas.

Sabía lo que eso
significaba. Se lo quedó mirando con
prudencia cuando este se encaminó
hacia ella con los ojos brillándole de
lujuria y necesidad.

—Pedro… —comenzó—. Gonzalo está
aquí. Quiero decir, que ha vuelto
antes.
Él se paró, tiró de ella hasta
levantarla de su silla y la empujó
hacia su propia mesa.

—Ni Gonzalo ni Fabricio me molestarán
cuando tengo la puerta cerrada. Están
ocupados haciendo planes para su
cena de negocios de esta noche.

Las frases sonaron entrecortadas,
como si no le gustara tener que dar
explicaciones. De acuerdo, pero a ella
no la iba a sorprender su hermano al
intentar abrir la puerta cuando Pedro
le estaba haciendo Dios sabía qué tras
esa puerta cerrada. Ellos
estaban acostumbrados a tener pleno
acceso al despacho de Pedro. No
tenía ni idea de cómo iban a
continuar su affaire en la oficina
cuando su hermano estaba por ahí
pululando.

Pedro alargó la mano hasta meterla
por debajo de su falda, y se quedó
paralizado cuando se encontró con la
tela de las bragas. Mierda. Se había
olvidado. Ni siquiera había pensado
en ello. Ponerse bragas era una
costumbre. ¿Quién narices piensa en
no ponérselas? Había estado cansada
por las incesantes órdenes de Pedro
la noche anterior, y se le había ido de
la cabeza el no ponerse ropa interior.

—Quítatelas —le ordenó—. La falda
también, y dóblate por encima de la
mesa. Te dije lo que ocurriría, Paula.

Oh, mierda. El culo aún lo tenía
dolorido de la noche anterior, ¿y
ahora pensaba en azotarla otra vez?
De mala gana, se bajó las bragas y las
dejó caer al suelo. Luego se bajó la
falda y se quedó desnuda de cintura
para abajo. Entonces, con un suspiro,
se inclinó sobre la mesa.

—Más —le volvió a ordenar—. Pega
la cara contra la madera y deja el
culo en pompa para que lo vea.

Obedeció cerrando los ojos
y preguntándose por centésima vez si
se había vuelto loca de remate.
Para su completa sorpresa, los dedos
de Pedro, bien lubricados, se
deslizaron entre los cachetes de su
trasero y empujaron contra su ano.

Despegó los dedos para buscar más
lubricante y los volvió a presionar
con suavidad por toda la entrada de
su culo.
—¡Pedro! —soltó con un
grito ahogado.

—Shh —la regañó—. Ni una palabra.
Tengo un juguete anal que voy a
meterte en el culo. Lo llevarás
durante todo el día, y antes de que te
vayas a casa vendrás a mí para que te
lo quite. Mañana por la mañana
cuando vengas al trabajo, lo primero
que harás será enseñarme ese bonito
culo que tienes para que te lo vuelva
a meter. Lo llevarás todo el tiempo
mientras estés trabajando, y solo te
lo quitarás cuando el día termine.
Cada día te pondré uno de mayor
tamaño hasta que esté seguro de que
puedes acoger mi polla dentro de tu
culo.

Pedro continuó hablando mientras
presionaba la redonda punta del
juguete contra su ano.
—Relájate y respira, Paula—le
dijo—. No lo hagas más difícil de lo
que es.

Qué fácil era decirlo para él. Nadie le
estaba doblando y le estaba metiendo
objetos extraños en el culo.
Aun así, cogió aire, lo soltó e intentó
relajarse lo mejor que pudo. En el
momento en que lo hizo, Pedro lo
introdujo en ella con un firme
empujón. Ahogó un grito
cuando se vio atacada por la ardiente
sensación de estar completamente
llena. Se retorció y movió, pero lo
único que obtuvo fue una cachetada
en el culo por su esfuerzo. Y Dios…
esa cachetada fue abrumadora,
porque hizo que el extraño objeto se
sacudiera.

Lo escuchó alejarse y abrir un
armario. Luego oyó los pasos
acercarse al volver de nuevo. A
Paula se le quedó el aire en la
garganta cuando sintió una punta
de… ¿cuero? … deslizarse por todo su
trasero de forma sensual.

Entonces sintió una quemazón en las
nalgas y pegó un aullido a la vez que
se levantaba de la mesa.
—Abajo —le ordenó bruscamente—.
Quédate ahí, Paula. Soporta tu
castigo como una niña buena y se te
compensará.

Ella cerró los ojos con fuerza y
lloriqueó cuando recibió otro golpe
con la fusta. Tenía que ser una fusta;
crujía y lo sentía como un cinturón,
pero era pequeño y no cubría tanta
piel de su trasero de una sola vez.
Un ligero gemido escapó de su
garganta cuando él la volvió a
sacudir. El dildo anal la estaba
volviendo loca. La piel se estiraba a
su alrededor, le ardía cada golpe.

Se
estaba poniendo a cien y eso la
enfurecía. Estaba tan mojada que era
un milagro que no estuviera
chorreando.
Pedro se detuvo un momento y luego
tiró ligeramente del dildo. Apenas se
lo sacó del cuerpo antes de
volvérselo a hundir en su interior.
Paula no podía quedarse quieta.
La estaba volviendo loca. Toda ella
estaba ardiendo. Le hervía el cuerpo.
Era como estar quemándose sin tener
alivio ninguno.
Se preparó para recibir otro latigazo,
pero este nunca llegó. Escuchó el
sonido de una cremallera bajándose,
y entonces sintió las duras manos de Pedro en sus piernas para girarla de
manera que su espalda fuera ahora la
que estuviera pegada a la mesa.

Las
piernas le colgaban por el borde de la
mesa antes de que él se las cogiera y
las pusiera por encima de sus brazos
para colocarse entre ellas.
Madre de Dios… Se la iba a follar con
el dildo metido en el culo.

Era como acoger dos miembros al
mismo tiempo; ni en sus fantasías
más salvajes lo había considerado
nunca.
La punta redondeada de su pene
presionó contra la abertura de su
cuerpo, que el dildo hacía que fuera
más pequeña. Pedro empujó y se
impuso en el interior de su cuerpo.

—Tócate —le dijo con una voz
forzada—. Usa los dedos.
Haz que me sea más fácil poseerte.
Quiero que esto sea bueno para ti.
No quiero hacerte daño.

Ella alargó la mano hacia abajo y
deslizó los dedos por encima de su
clítoris. Dios, la sensación era tan
buena…
—Eso es —dijo con un
ronroneo—. Me vas a acoger entero,
nena. Sigue tocándote. Haz que sea
placentero para ti.

Él se introdujo a medias y luego
embistió de nuevo y se hundió por
completo en su interior. Paula
casi se levantó por encima de la mesa
y contuvo un grito en la garganta.
Tuvo que apartar la mano porque casi
se corrió en el sitio y ella quería que
esto durara. Quería disfrutar de cada
segundo.

Era completamente indecente, una
carrera directa al orgasmo. Pedro la
poseyó con fuerza y sin descanso, la
embestía con un ritmo vigoroso y
rápido que la estaba haciendo jadear
con cada respiración que daba.

—Si no te das prisa te voy a dejar
atrás —dijo con voz ronca—.
Vamos, Paula. No me queda
mucho.
Ella se precipitó a masajearse el
clítoris con el dedo otra vez en
círculos.

—Oh, Dios… oh, Dios… —coreó.

—Eso es, nena. Eso es. Me voy a
correr dentro de ti. Lo único que lo
podrá superar será cuando me pueda
correr dentro de ese culito.

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